Archivos de la categoría: LIBROS

13Ene/19

LA TRISTEZA. ANTON CHÉJOV

El escritor naturalista ruso Anton Chéjov (Taganrog, 1860- Badenweiler, Baden (Imperio alemán), 1904) está considerado como el maestro del relato corto. Se le considera, nada más y nada menos, como uno de los más importantes autores de este género dentro de la historia de la literatura. Escribió obras notables y muy conocidas como «La gaviota», «Tío Vania» o «El jardín de los cerezos», entre otras, pero, sin duda, sus cuentos son especiales y numerosísimos. Leyendo algunos escritos sobre la vida de Chéjov, creo que no es casualidad que este médico y escritor destacase en ese género puesto que desde pequeño, y aquí está el dato interesante y para mi esclarecedor, su madre, una gran cuentacuentos, entretenía tanto a Anton como a sus hermanos con las historias de los viajes que junto al abuelo, su padre, que se dedicaba al comercio de telas, realizaba por toda Rusia.  Sigue leyendo

11Ene/19

LA PERLA. JOHN STEINBECK

«Ostras grises con pliegues como faldas femeninas, ostras recubiertas de impávidos peces de roca y escondidas entre largos tallos vegetales, y, por encima, pequeños cangrejos pululando incesantemente. A un accidente estaban expuestas estas ostras: que un grano de arena cayese entre los pliegues de sus músculos e irritase su carne hasta que ésta, para protegerse, recubriera el grano con una capa de suave cemento. Pero una vez empezada, el organismo no podría detener esta secreción sobre el cuerpo extraño, hasta que se desprendiera en una bajamar o la ostra fuese destruida.  Sigue leyendo

09Ene/19

LA CENA. HERMAN KOCH

«Si tuviese que dar una definición de la felicidad, diría lo siguiente: la felicidad se basta a sí misma, no necesita testigos. «Todas las familias felices se parecen entre sí, pero cada familia desdichada ofrece un carácter peculiar», reza la primera frase de Ana Karenina, de Tolstói. Sólo me atrevería a añadir que las familias desdichadas, y sobre todo los matrimonios desdichados, nunca pueden estar solos. Cuantos más testigos tengan, mejor. La desdicha busca siempre compañía. La desdicha no soporta nunca el silencio, sobre todo los silencios incómodos que se producen cuando se está a solas.»  Sigue leyendo

07Ene/19

ÉRASE UN HOMBRE, ÉRASE UNA MUJER. SANDRA CISNEROS

«Cómo será que , cuando un hombre y una mujer se aman, a veces ese amor se agria. Pero el amor de un padre por un hijo, el de un hijo por sus padres, es otra cosa muy distinta.»

Esta es la historia de Cleófilas. Pero puede ser la historia de muchas mujeres que luchan cada día por su libertad, en silencio, sufriendo, angustiadas porque nadie las escucha, con miedo a denunciar una situación denigrante, de malos tratos. Ocultando a sus hijos la dura historia, regalándoles las mejores de las sonrisas para evitarles cualquier dolor. A ellas va dedicada esta historia, este cuento que tiene mucho de verdad y que escribió mi admirada autora Sandra Cisneros (Chicago, Illinois, 1954), y que se recoge en su libro «Érase un hombre, érase una mujer». Gritad, recuperad vuestra libertad, siempre hay algo mejor esperando.  Sigue leyendo

29Dic/18

HISTORIA DE SIMBAD. LAS MIL Y UNA NOCHES (PARTE I)

«Siete viajes hice y cada uno entraña una curiosa historia que aturde el pensamiento, pero cada uno de ellos fue determinado por el destino y la fatalidad, pues no podemos huir ni evadirnos de lo que está escrito».

Creo que no hay mejor plan que empezar el año leyendo un buen libro. Es algo reconfortante, relajante. La lectura nos hace sentirnos mejor. ¿Y si empezamos con aventuras? La experiencia se convierte, sin duda, en algo apasionante. Por eso, quiero recomendarles uno de los relatos que más me han fascinado desde niña y que lo sigue consiguiendo cada vez que vuelvo a abrir el libro y me encuentro de nuevo con este cuento apasionante incluido en la obra «Las mil y una noches». Les hablo del relato «Historia de Simbad» más conocido como «Simbad el marino».

El legendario cuento no pertenecía en origen a «Las mil y una noches», se introdujo entre los siglos XVII y XVIII. Parece ser que lo que conocemos por las aventuras de Simbad nacieron de «Historia del marinero naufrago», narración escrita en Egipto alrededor del 2200 a.C. durante el Imperio Nuevo. Dicen los expertos que después se incorporó al relato elementos de la «Odisea» de Homero, epopeya griega traducida al árabe en el siglo VII de.C y datos de diversas obras más.

Lo que parece claro es que la primera edición impresa en árabe de «Las  mil y una noches», que se realizó en Calcuta entre 1814 y 1818 incluía ya las aventuras del marino.

Simbad realizó siete aventuras, todas ellas fascinantes. Y estas maravillosas aventuras están recogidas en uno de los tres volúmenes de «Las mil y una noches» que Ediciones Atalanta editó en noviembre de 2014 en su colección Memoria mundi,  más concretamente en el segundo volumen. Es la versión más perfecta que ha caído en mis manos hasta ahora y dudo de que exista una mejor en español. De niña leía la versión castellana que tenía mi padre del hebraísta, traductor y escritor  R. Cansinos Assens, siempre preocupado según he leído y ahora he podido apreciar comparando el relato de Simbad que el tradujo con el de esta edición, por la literalidad de los textos y por la búsqueda tanto de vocabulario como expresiones en castellano que se ciñeran al tiempo que le había tocado vivir para que la verosimilitud literaria fuera mayor.

En el excelente prólogo de Manuel Forcano, para la edición de Atalanta, en el que se dan unos datos tan enriquecedores como curiosos, cita a Cansinos Assens, señalando que el erudito fue el que realizó la primera traducción directa del árabe al castellano en 1954. La edición que yo tengo de mi padre data del 69 pero supongo que será la misma.

No quiero pasar por alto como finaliza el prólogo, dejando claro que la edición no incorpora cuentos «de origen más que dudoso, como los célebres «Alí Babá y los cuarenta ladrones» o» Aladino y la lámpara maravillosa» que Galland inmortalizó en su edición francesa» no ateniéndose Ediciones Atalanta ni a los imperativos de la tradición ni a las leyes del mercado, sino tan sólo » a la coherencia y a la fidelidad del original.»

La editorial nos explica que en Occidente, «Las mil y una noches» es el clásico más celebrado de la literatura oriental. «Compendio de leyendas exóticas, cuentos fantásticos, mitos y relatos moralizantes, este conjunto de narraciones tradicionales escritas en «árabe medio» tiene un enorme éxito en Europa ya desde su primera traducción al francés de Antoine Galland en 1704-1706, que inaugura una moda orientalista en Francia que poco a poco se irá extendiendo por todo el continente europeo», apuntan. Las dos traducciones pioneras fueron la inglesa de E.W.Lane, que data de 1840, y la alemana de Gustav Weil, de 1841. En España habría que esperar hasta finales del siglo XIX para tener una primera versión de la obra, basada en la edición alemana antes citada.

La primera versión íntegra del árabe al español fue la realizada en 1965, una magnífica traducción a manos de  los arabistas de la Universidad de Barcelona, Juan Antonio Gutiérrez-Larraya y Leonor Martínez. Fue muy elogiada por la crítica en su momento por su esmerado trabajo filológico, pero cayó injustamente en el olvido, como señalan desde Ediciones Atalanta, los mismos que la han rescatado para que llegue hasta nosotros este «laberinto de narraciones que salvó la vida de Sahrazad gracias a su inigualable encanto».

Por eso, les invito a abrir estos tres volúmenes si quieren disfrutar, de verdad, de estos relatos y para que se embarquen con Simbad en sus siete aventuras.

La «Historia de Simbad» comienza con una introducción de la que a continuación les muestro algunos párrafos y continúa con un relato perfectamente ordenado de los siete viajes, para terminar de esta sencilla manera:

«-Ya ves, oh, Simbad el Terrestre, lo que me sucedió, y las cosas que me ocurrieron y pasaron.

-¡Por Alá!, le dijo Simbad el Terrestre a Simbad el Marino.

No te enfades conmigo por lo que dije de ti.

Y desde entonces vivieron amistosa y felizmente en medio de la dicha, la alegría y la tranquilidad, hasta que llegó aquella que destruye las dulzuras y separa a las multitudes, la que destruye los palacios y construye las tumbas, o sea, la muerte. Alabado sea Aquel que siempre vive, el Inmortal».

Pero comencemos por el inicio del relato, el preludio de la narración posterior de cada uno de los viajes y que comienza así:

«Ha llegado a mi conocimiento que, en tiempos del Harún al- Rashid, Príncipe de los Creyentes, había en la ciudad de Bagdad un hombre llamado Simbad, que era mozo de cuerda. Se trataba de un hombre pobre que se ganaba la vida transportando bultos en la cabeza. Y sucedió, un buen día que llevaba una pesada carga, que, como hacía mucho calor, le fatigaba y se puso a sudar agobiado por el bochorno. Al pasar junto a la puerta de un comerciante ante la cual el suelo estaba barrido y regado, notó que el aire era fresco. A uno de los lados de la puerta había un ancho banco en el que el mozo depositó la carga para poder descansar y aspirar el aire…

El alba sorprendió a Sherezade, que se calló para no abusar de la licencia que había conseguido.

Y cuando llegó la 537 noche

Dijo:

Ha llegado a mi conocimiento, ¡oh, rey feliz!, que después de colocar su carga sobre el banco para reposar un rato, al faquín le llegó de aquella puerta un fresco airecillo y un agradable olor. Al faquín le gustó y se sentó en el extremo del banco. Entonces oyó el melodioso sonido de cuerdas de laúdes, voces que embelesaban y encantadoras tonadas. Oyó también voces de pájaros que gorjeaban alabando a Alá, ensalzado sea. Sus cantos eran diversos, ya que había tórtolas, oropéndolas, mirlos, ruiseñores, palomas torcaces y codornices. Maravillado y profundamente conmovido, entró en la casa y encontró en su interior un gran jardín, donde vio a muchachos y esclavos, servidores y eunucos, y cosas que no se hallan sino entre los reyes y sultanes. Después percibió el olor de magníficos y aromáticos manjares de diferentes clases y excelentes vinos. Levantó la mirada del cielo y exclamó…

-Oh, Señor, ¡alabado seas! ¡Oh, Creador y providente, que das beneficios sin cuenta a quien te place! ¡Oh, Dios mío! Te pido perdón por todos mis pecados y  me arrepiento ante Ti de mis faltas. ¡Oh, Señor, no hay quien se oponga a  Ti en tu juicio y poder, pues nadie puede pedirte cuenta de lo que haces! Tu eres omnipotente, loado seas. Enriqueces a quien quieres, y a quien quieres empobreces; enalteces a quien deseas, y a quien deseas humillas. No hay más Dios que Tú. ¡Qué grande es tu dignidad, qué firme tu poder, qué bueno tu imperio! Colmas de favores a quien escoges de entre tus esclavos; por eso el amo de esta morada se halla en el colmo del bienestar y goza del places de aromas agradables, comidas deliciosas y vinos excelentes de todas clases. Tú has determinado en tu creación lo que quieres y lo que concedes. Entre tus criaturas, unas están fatigadas, descansadas otras, unas son felices mientras otras, como yo, viven en la aflicción y la miseria.

(…)

Habiendo recitado Simbad el Faquín estos versos, se dispuso a tomar la carga y continuar su camino.Mas he aquí que salió a su encuentro por aquella puerta un muchacho de corta edad, hermoso rostro, buena estatura y lujosamente vestido. Cogiéndole de la mano, le dijo:

-Entra a hablar con mi señor, pues él te llama.

El faquín quiso negarse a entrar con el mancebo, pero no pudo, y, después, de dejar su carga en el vestíbulo de la casa, pasó al interior de ésta.

(…)

-Debes saber, oh, faquín, dijo sonriendo el amo de la casa,  que te llamas como y, ya que soy Simbad el Marino; pero ahora deseo oír los versos que recitaste cuando estabas en la puerta.

Avergonzado, el Faquín respondió:

-Por Alá, te ruego que no te enfades conmigo. El cansancio, las penalidades y las manos vacías sólo enseñan malos modales e ignorancia a los hombres.

Mas el anfitrión le contestó:

-No te avergüences, pues tú eres ahora mi hermano. Vuelve a recitar los versos. Cuando los entonaste a la puerta de mi casa, me gustaron.

Al recitarlos de nuevo el faquín, el señor se maravilló y dijo emocionado:

-Oh, Faquín, has de saber que mi historia es extraordinaria. Voy a contarte todo lo que me ha sucedido, todo lo que ocurrió antes de llegar a este desahogo y a poseer esta casa en la que me ves, pues no he conseguido todo esto sino después de haber sufrido grandes fatigas, inmenso penar y muchos terrores. ¡Cuántas dificultades y desgracias en mis primeros tiempos! Siete viajes hice y cada uno entraña una curiosa historia que aturde el pensamiento, pero cada uno de ellos fue determinado por el destino y la fatalidad, pues no podemos huir ni evadirnos de lo que está escrito.»

La historia de Simbad es uno de los cuentos que narra, como ya hemos visto, la bella doncella Sahrazad. Cada cuento tenía el objetivo de captar el interés del rey Sharyar, para que quisiera escucharlo a la tarde siguiente, ya que el sultán tenía por costumbre estar con una dama virgen cada noche y que a la mañana siguiente ésta fuera ejecutada. Creía que no podría encontrar una mujer buena y por eso lo hacía. En el fin de la noche 536, Sahrazad relata los cuentos de Simbad. En el tiempo del califa de Bagdad, Harún al -Rashid, un porteador, se sienta para descansar en un poyete de la casa de un rico comerciante, donde se queja a Alá de la injusticia de un mundo donde hay ricos y pobres, como él, que debe trabajar y aún así no consigue salir de su estatus social. El propietario de la casa lo escucha, lo llama y le hace entrar a casa. Los dos se llaman Simbad. El rico Simbad, el marino, le cuenta a través de la narración de sus siete viajes cómo llegó  a ser el hombre que es en ese momento. Esto es lo que conocemos hasta ahora. ¿Tienen ganas de viajar con Simbad? Les espero en el próximo post para vivir alguna de esas siete aventuras.

25Dic/17

PIO BAROJA. CUENTOS

Es Pío Baroja un escritor que, aún teniendo yo con sus ideas profundas diferencias de fondo sobre la vida, digámoslo así, me atrae enormemente. Empecé como casi todos los jóvenes de mi edad con las lecturas que, por entonces, se exigían en los institutos sobre su obra «Las inquietudes de Shanti Andía», «El árbol de la ciencia» o «Zalacaín el aventurero». Recuerdo que me gustó mucho el primero, sobre todo porque reflejaba el ambiente de los pueblos pesqueros vascos como Lekeitio. Se cree ver la inspiración de Lekeitio en el imaginario «Lúzaro» de esa novela.También me abrumaron los conocimientos que sobre la vida marinera tenía en general Baroja. Pero como muchas veces he señalado al hablar de otros autores, creo que la mejor manera de acercarnos a ellos, a su obra, muy vasta en este caso, es, si los hubiera, por sus narraciones breves, por sus cuentos, porque casi siempre son éstos la semilla de las novelas posteriores, como es el caso de algunas narraciones breves de Baroja. En los cuentos quedan reflejadas, de manera excepcional y a mi parecer, la sensibilidad lírica barojiana y la capacidad que éste tenía para crear personajes tan diversos.

Su primer libro, precisamente, fue «Vidas sombrías» (1900), donde recopiló cuentos inéditos o algunos que habían aparecido en diversas revistas, escritos entre 1892 y 1896 durante el tiempo que vivió en Valencia, Cestona y Madrid, pues tuvieron los Baroja una vida con muchos cambios de domicilio, cosa que enriquecería su obra enormemente y de donde, seguramente, nacieron muchos de sus personajes. Los diferentes oficios que ejerció Baroja, como médico rural o industrial madrileño así como sus servicios en una tahona, y su época de estudiante contienen los elementos esenciales de su mundo ficticio. Sin olvidar sus lecturas tanto las filosóficas (Schopenhauer, Nietzsche), como las literarias (Poe, Dostoievski) que como se suele decir, cuentan y mucho.

Entre sus cuentos de ambiente vasco, esos que debió de escribir en sus comienzos, cuando fue médico en Cestona, me parece delicadísimo «Mari Belcha» del que les hablaré aquí por ser uno de mis preferidos. Es de una belleza insultante, precioso, conmovedor y misterioso. En general, de Baroja me encanta cómo describe cualquier personaje con el mínimo de tinta. Parece que lo captamos íntegramente a la primera con sólo cuatro trazos (¡y pensar que ha llegado a ser un tópico lo de que no dominaba el lenguaje…!), aunque a veces me parece desigual la calidad de sus novelas.

Este cuento está recogido en una antología titulada «Cuentos» de la editorial Alianza Editorial.

Mari Belcha

«Cuando te quedas sola a la puerta del negro caserío con tu hermanillo en brazos ¿en qué piensas, Mari Belcha, al mirar los montes lejanos y el cielo pálido?

Te llaman Mari Belcha, María la Negra, porque naciste el día de los Reyes, no por otra cosa; te llaman Mari Belcha, y eres blanca, como los corderillos cuando salen del lavadero, y rubia como las mieses doradas del estío…

Cuando voy por delante de tu casa, en mi caballo, te escondes al verme, te ocultas de mí, del médico viejo que fue el primero en recibirte en sus brazos aquella mañana fría en que naciste.

¡Si supieras cómo la recuerdo! Esperábamos en la cocina, al lado de la lumbre. Tu abuela, con lágrimas en los ojos, calentaba las ropas que habías de vestir y miraba el fuego, pensativa; tus tíos, los de Aristondo, hablaban del tiempo y de las cosechas; y yo iba a ver a tu madre a cada paso a la alcoba, una alcoba pequeña, de cuyo techo colgaban, trenzadas, las mazorcas de maíz, y mientras tu madre gemía y el buenazo de José Ramón, tu padre, la cuidaba, yo veía por las ventanas el monte lleno de nieve y las bandadas de tordos que cruzaban el aire.

Por fin, tras de hacernos esperar a todos, viniste al mundo, llorando desesperadamente. ¿Por qué llorarán los hombres cuando nacen? ¿Será que la nada, de donde llegan es más dulce que la vida que se les presenta?

Como te decía, te presentaste chillando rabiosamente, y los Reyes, advertidos de tu llegada pusieron una moneda, un duro, en la gorrita que había de cubrir tu cabeza. Quizá era el mismo que me habían dado por asistir a tu madre…

¡Y ahora te escondes cuando paso, cuando paso con mi viejo caballo! ¡Ah! Pero yo también te miro ocultándome entre los árboles; y ¿sabes por qué?… Si te lo dijera, te reirías…, Yo, el medicuzarra, que podría ser tu abuelo; sí, es verdad. Si te lo dijera, te reirías.

¡Me pareces tan hermosa! Dicen que tu cara está morena por el sol, que tu pecho no tiene relieve; quizá sea cierto; pero, en cambio, tus ojos tienen la serenidad de las auroras tranquilas del otoño, y tus labios, el color de las amapolas de los amarillos trigales.

Luego, eres buena y cariñosa. Hace unos días, el martes, que hubo feria, ¿te acuerdas?  Tus padres habían bajado al pueblo, y tú paseabas por la heredad con tu hermanillo en brazos.

El chico tenía mal humor, tú querías distraerle, y le enseñabas las vacas, la Gorriya y la Beltza que pastaban la hierba, resoplando con alegría, (…)

Tú le decías al condenado del chico:

-Mira a la Gorriya…, a esa tonta…, con esos cuernos; pregúntale tú, maitía: ¿por qué cierras los ojos, esos ojos tan grandes y tan tontos?…

No muevas la cola.

Y la Gorriya se acercaba a ti y te miraba con su mirada triste de rumiante, y tendía la cabeza, para que acariciaras su rizada testuz.

Luego te acercabas a la otra vaca, y, señalándola con el dedo decías:

-Esta es la Beltza… ¡Hum!…¡Qué negra!… ¡Qué mala!… A ésta no la queremos. A la Gorriya, sí.

Y el chico repitió contigo:

-A la Gorriya, sí.

Pero luego se acordó de que tenía mal humor, y empezó a llorar.

Y yo también empecé a llorar no sé por qué. Verdad es que los viejos tenemos dentro del pecho corazón de niño.

Y para acallar a tu hermano, recurriste al perrillo alborotador; a las gallinas que picoteaban en el suelo, precedidas del coquetón del gallo; a los estúpidos cerdos que corrían de un lado a otro.

Cuando el niño callaba, te quedabas pensativa. Tus ojos miraban los montes azulados de la lejanía, pero sin verlos; miraban las nubes blancas, que cruzaban el cielo pálido, las hojas secas que cubrían el monte, las ramas descarnadas de los árboles y, sin embargo, no veían nada.

Veían algo; pero en el interior del alma, en esas regiones misteriosas donde brotan los amores y los sueños…

Hoy, al pasar, te he visto aún más preocupada. Sentada sobre un tronco de árbol, en actitud de abandono, mascabas, nerviosa, una hoja de menta.

Dime, Mari Belcha, ¿en qué piensas al mirar los montes lejanos y el cielo pálido?»