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12Ago/19

OBRAS COMPLETAS. WOLFGANG BORCHERT

SAMSUNG CSC

«Somos los jugadores de bolos.

Y nosotros mismos somos las bolas.

Pero también somos los bolos

que caen.

La pista donde suenan los impactos

es nuestro corazón.»

La editorial Laetoli publicó en septiembre de 2007 la obra completa del escritor alemán Wolfgang Borchert (Hamburgo 1921, Suiza 1947) bajo el título «Obras completas», libro que hoy les presento y les invito a abrir. Borchert es un escritor descomunal, con una sensibilidad como he encontrado pocas en la literatura que, al menos, yo conozco. Es sublime, y uno se pregunta cómo una persona puede escribir de esta manera tan magistral. En el epílogo de Fernando Aramburu este destaca que la obra del alemán es «la de un hombre que se sabe agonizante». Unas trescientas páginas bastaron a Borchert para alcanzar el rango clásico de las letras alemanas del siglo XX. Murió a los 26 años y todo lo que escribió, que es lo que viene recogido en éste volumen: relatos, teatro y poesía, lo hizo en sólo dos años. En 1940 fue detenido por la Gestapo acusado de haber escrito poemas subversivos. Poco después fue llamado a filas y participó en el avance de las tropas alemanas hacia Moscú. En 1942, enfermo de difteria y hepatitis, fue enviado a un hospital de Núremberg, bajo la amenaza constante de ser condenado a muerte. En 1944 fue internado en la prisión de Moabit y en el 1947 murió en una clínica de Basilea. La mayor parte de su obra fue publicada de forma póstuma.

De estas obras completas, yo he preferido presentarles algunos de los relatos y simplemente algunos fragmentos de ellos ya que son pura poesía. La narración es tan bella…. Son fascinantes. No dejen de leer a este gran autor, antibelicista, que fue todo un descubrimiento para mí y al que no he podido olvidar.

Heinrich Böll dijo sobre los relatos de su compatriota: «Relatos cortos magistrales, fríos y escuetos, sin una palabra de más ni de menos».

A mi no me parecen fríos, a mi me parecen de una ternura considerable, de una tristeza infinita, pero de ninguna manera fríos sino todo lo contrario, y algunos cargados de ilusión y de esperanza, de ganas de salir adelante, ¿qué tiene eso de frío? Teniendo en cuenta, además, que casi todos giran en torno a su experiencia al frente oriental, donde fue destinado y donde fue testigo de los horrores del conflicto bélico: muerte, frío, hambre… pero también sueños dentro del mundo gris e inocencia, mucha inocencia.

El titulado «El reloj de cocina» es, sin duda, mi preferido. Pero aunque no he podido resaltarlos aquí por falta de espacio no dejen de leer todos los demás, por ejemplo otros cicno sublimes a mi parecer son «El pan», «El escritor», «El diente de león», «Quizá tenga una camisa rosa» o «Los tres reyes oscuros». Hay mucha belleza y sencillez en todos ellos.

 

Del relato «¡Entonces sólo hay una salida!»:

«Tú. Hombre junto a la máquina y hombre en el taller. Si mañana te ordenan que no hagas más cañerías ni cazuelas…, sino cascos de acero y ametralladoras, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

(…)

Tú. Dueño de la fábrica. Si mañana te ordenan que en lugar de polvos de tocador y cacao vendas pólvora, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

Tú. Poeta en tu habitación. Si mañana te ordenan que cantes canciones de odio y no canciones de amor, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

Tú. Médico junto a la cama del enfermo. Si mañana te ordenan que declares aptos para la guerra a los hombres, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

(…)

Tú. Capitán en el barco de vapor. Si mañana te ordenan que no transportes trigo… sino cañones y carros de combate, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

(…)

Tú.Sastre en tu mesa de coser. Si mañana te ordenan que confecciones uniformes, entonces sólo hay una salida:

¡DI NO!

Tú. Madre en Normandía, y madre en Ucrania; tú madre en Frisco y en Londres; tú, a orillas del Amarillo o del Misisipi; tú, madre en Nápoles y Hamburgo y El Cairo y Oslo…; madres en todos los continentes; madres del mundo, si mañana os ordenan que alumbréis hijos, enfermeras para los hospitales de campaña y nuevos soldados para nuevas batallas; madres del mundo, entonces sólo hay una salida:

¡Decid NO! madres, ¡decid NO!»

Del relato «Historias de un libro de lecturas»:

«Había una vez dos seres humanos. Cuando cumplieron los dos años de edad, se pegaban con las manos.

Cuando cumplieron doce, se pegaban con palos y tiraban piedras.

Cuando cumplieron veintidós, se disparaban con fusiles.

Cuando cumplieron cuarenta y dos, se tiraban bombas.

Cuando cumplieron setenta y dos, usaron bacterias.

Cuando cumplieron ochenta y dos, murieron. Fueron enterrados uno al lado del otro.

Pasados cien años, una lombriz que atravesó las dos tumbas no notó que allí estuvieran enterrados dos seres humanos tan diferentes. Era la misma tierra. Todo, la misma tierra.»

Del relato «Generación sin despedida»:

«Somos la generación sin vínculo y sin profundidad. Nuestra profundidad es abismo. Somos la generación sin suerte, sin hogar y sin despedida. Nuestro sol es estrecho; nuestro amor cruel, y nuestra juventud carece de juventud. Y somos la generación sin frontera, sin inhibiciones ni protección…, expulsada de las andaderas de la infancia a un mundo que nos han preparado los que por ello mismo nos menosprecian.

Sin embargo, no nos dieron un Dios que habría podido sostener nuestro corazón cuando se arremolinaron a su alrededor los vientos de este mundo. Así pues, somos la generación sin Dios, por cuanto somos la generación sin vínculo, sin pasado, sin reconocimiento.

Y los vientos del mundo, que han convertido nuestros pies y nuestros corazones en gitanos sobre las calles ardientes y cubiertas de una capa de nieve de la altura de un hombre, hicieron de nosotros una generación sin despedida.

(…)

Sin embargo somos una generación de la llegada. Quizá seamos una generación llena de llegada. Quizá sea una nueva vida. Llena de llegada debajo de un sol nuevo, a nuevos corazones. Quizá estemos llenos de llegada a un amor nuevo, a una risa nueva, a un Dios nuevo.

Somos una generación sin despedida, pero sabemos que nos corresponden todas las llegadas.»

Del relato «Trenes de tarde y noche»:

«El río y la carretera nos resultan demasiado lentos. Nos resultan demasiado tortuosos. Pues queremos ir a casa. No sabemos dónde cae eso de «en casa». Así y todo, queremos ir allí. Y la calle y el río nos resultan demasiado tortuosos.»

«Un tren eres tú que pasa traqueteando, que pasa dando gritos… Vía férrea eres tú… Todo sucede encima de ti y te vuelve ciego y roñoso, plateado y brillante.

Ser humano eres tú. Solo, a la manera de una jirafa, está tu cerebro allá arriba, en algún lugar de tu cuello interminable. Y nadie conoce con exactitud tu corazón.»

Del relato «La pista de bolos»:

«Dos hombres habían hecho un agujero en la tierra. Era bastante espacioso y casi confortable. Como una tumba. Se podía aceptar. Delante tenían un fusil. Alguien lo había inventado para poder disparar a la gente. Por lo general, las personas no les resultaban conocidas. Ni siquiera entendían su idioma. Y a ellos nadie les había dicho nada. Sin embargo, tenían que dispararles con el fusil. Alguien lo había ordenado así. Y para poder matar a una buena cantidad, alguien había inventado que el fusil disparase más de sesenta veces por minuto. Por esa razón había recibido una recompensa.»

Del relato «El ruiseñor canta»:

«Estamos en la noche, descalzos, en camisa, y él canta. El señor Hinsch está. Al señor Hinsch le ha entrado la tos. En invierno se le estropearon los pulmones porque la ventana no cerraba bien. Al parecer, el señor Hinsch va a morir. A veces llueve. Son las lilas. Caen de las ramas con su color violeta y desprenden una fragancia como de muchachas. El señor Hinsch es el único que no puede olerlo. El señor Hinsch tiene tos. El ruiseñor canta. Y el señor Hinsch seguramente va a morir. Nosotros estamos descalzos, en camisa, y lo escuchamos. Toda la casa está saturada de toses. Pero el ruiseñor colma el mundo con su canto. Y al señor Hinsch no se le va el invierno de los pulmones. Las lilas caen con su color morado de las ramas. El ruiseñor canta. El señor Hinsch tiene una muerte veraniega y dulce, llena de noche y ruiseñor y una lluvia morada de lilas.»

Del relato «A él también le causaban mucho incordio las guerras»:

«Por aquel entonces, uno tenía a su padre. Cuando oscurecía. Cuando ya no se le podía ver en el crepúsculo violeta. Sin embargo, se le oía. Al toser. Y cuando caminaba a través del piso y tosía. Y uno percibía el olor de su tabaco. Y eso ya bastaba. Entonces se podía soportar los atardeceres violeta.

Más tarde tuvimos ya a las muchachas, que casi carecían de pechos. Pero en cierto modo era buena tenerlas al lado durante los crepúsculos violetas. En el embarcadero. Y bajo el balcón a la caída de la tarde. Tenían las manos muy calientes. Con eso bastaba. Entonces era posible soportar la oscuridad violeta.»

Del relato «Historias de un libro de lecturas»:

«Toda la gente tiene una máquina de coser, una radio, una nevera y un teléfono. ¿Qué hacemos entonces?, preguntó el dueño de la fábrica.

Bombas, dijo el inventor.

Guerra, dijo el general.

Si no hay más remedio, dijo el dueño de la fábrica.»

Del relato «El reloj de cocina». Relato que me conmueve especialmente, aunque todos son sublimes. El chico que muestra orgulloso un reloj de cocina después de haberlo pedido todo, ese reloj que no funciona y que marca las dos y media. Ese que le transporta a cuando llegaba tarde a su casa, su madre le esperaba en la cocina con la cena preparada y sólo le reprochaba que era tarde. Ese reloj que marcaba las dos y media y que le transportaba al momento en el que aquello, y ahora se daba cuenta, al haberlo perdido, era el paraíso, el verdadero paraíso, el amor de una madre esperando a su hijo, tarde.

«Era nuestro reloj de cocina, dijo, y miró de uno en una a cuantos estaban sentados en el banco al sol. Sí, lo he podido encontrar. Se ha salvado. (…) No tiene ningún valor, dijo en son de disculpa, ya sé. Y tampoco es demasiado bonito. Sólo es como un plato esmaltado de blanco. Pero los números azules tienen, de todos modos, un pinta muy bonita, me parece. Naturalmente, las agujas sólo son de hojalata. Y ahora no van. No. Por dentro está roto, no hay la menor duda. Pero conserva la apariencia de siempre aunque ya no funciones.»

«¿Acaso usted lo ha perdido todo?

Sí, sí, dijo él con alegría, ¡piense usted que todo! Sólo esto se ha salvado. Y levantó de nuevo el reloj como si los demás aún no lo conocieran.

Pero ya no funciona, dijo la mujer.

No, no, eso no. Está roto, ya lo sé. Pero, por lo demás, está igual que siempre: blanco y azul. Y otra vez volvió a mostrarles el reloj. Y lo más bonito, prosiguió excitado, todavía no se lo he contado a ustedes. Lo más bonito aún está por venir: Piensen que se quedó parado a las dos y media. Precisamente a la dos y media,¡piénsenlo!»

El hombre que está con el chico asegura que el reloj se quedó parado por el impacto de una bomba a esa hora, pero el chico sacude la cabeza con superioridad para decirle que no, que no es esa la razón, que él llegaba siempre a casa a esa hora. A esa hora, como es natural, él tenía hambre, iba a la cocina y su madre estaba allí, por mucho que él abriera la puerta con sigilo. Siempre estaba a su lado.

«Y cada vez que buscaba en la cocina a oscuras algo de comer, se encendía de pronto la luz. Entonces allí estaba ella con su chaqueta de lana y una bufanda roja. Y descalza. Siempre descalza. Y eso que teníamos la cocina embaldosada. Y ella ponía unos ojos pequeñitos porque la luz le resultaba demasiado fuerte. Pues ella había dormido. Al fin y al cabo era de noche. Otra vez tarde, solía decir ella. No decía nada más. Sólo: Otra vez tan tarde. Y a continuación me calentaba la cena y miraba como comía. Mientras, se frotaba un pie ya que las baldosas estaban tan frías. Por las noches nunca se ponía zapatos. Permanecía a mi lado hasta que me saciaba. Y luego le oía retirar los platos cuando yo ya había apagado la luz en mi habitación. Todas las noches sucedía así. Y por regla general a las dos y media. (…) Me parecía completamente natural. Ella lo hacía siempre. Y nunca decía nada sino: Otra vez tan tarde. Pero es que lo decía cada vez. Y yo pensaba que aquello no acabaría nunca. (…) ¿Y ahora? (…) Ahora, ahora sé que era el paraíso, el verdadero paraíso. (…) ¿Y su familia? Él sonrió azorado: Ah, ¿se refiere a mis padres? Sí, también han desaparecido. Todo ha desaparecido. Todo, imagínese. Todo desaparecido. (…) Levantó de nuevo el reloj y rió. Se rió: Sólo esto de aquí. Es lo que ha quedado. Y lo más bonito es que precisamente se quedó parado a las dos y media. Precisamente a las dos y media.

Después ya no dijo nada. Pero tenía una cara muy aviejada. Y el hombre que estaba sentado a su lado le miraba los zapatos. Pero él no veía sus zapatos. Él seguía pensando en la palabra paraíso.»

 

 

 

02Ago/19

EN LAS NUBES. IAN Mc EWAN

«Cuando Peter Fortune tenía diez años, algunos adultos le decían a veces que era un niño «difícil». Nunca comprendió lo que querían decir. Él no se consideraba en absoluto difícil. No estrellaba las botella de leche contra el muro del jardín, ni se echaba salsa de tomate en la cabeza y fingía que sangraba, ni le golpeaba los tobillos a la abuela con la espalda, aunque de vez en cuando se le ocurrieran esas ideas. A excepción de todas las verduras menos las patatas, el pescado, los huevos y el queso, comía de todo. No era más ruidoso, sucio o tonto que ninguna de las personas que conocía. Su nombre era fácil de pronunciar y deletrear. Su cara, pálida y pecosa, era bastante fácil de recordar. Iba a la escuela todos los días como los demás niños y nunca armó demasiado escándalo por eso. Con su hermana no era más insoportable de lo que ella lo era con él. Nunca la policía llamó a la puerta con intención de detenerlo. Nunca unos médicos vestidos de blanco quisieron llevárselo al manicomio. En opinión de Peter, él era de lo más difícil. ¿Qué tenía de difícil?

Peter lo comprendió por fin cuando ya hacía años que era adulto. Creían que era difícil por lo callado que era. Eso parecía preocupar a la gente. El otro problema era que le gustaba estar solo. No siempre, claro. Ni siquiera todos los días. Pero la mayoría de los días le gustaba quedarse a solas durante una hora en algún sitio, en su habitación o en el parque. Le gustaba estar solo y pensar en sus cosas.

Ahora bien, a los adultos les gusta creer que saben lo que pasa por la cabeza de un niño de diez años. Y es imposible saber lo que alguien está pensando si esa persona no lo cuenta.

(…)

En cuanto a lo de estar solo, eso tampoco les gusta demasiado a los adultos. Ni siquiera les gusta que otros adultos estén solos. Cuanto te juntas con otros , la gente ve lo que estás haciendo. Estás haciendo lo que ellos están haciendo. Peter tenía ideas diferentes. Juntarse con los demás estaba muy bien, en su momento. Pero sin exagerar. En realidad, pensaba, si la gente le dedicara menos tiempo a juntarse y a  hacer que los demás se juntaran y dedicar un poco más de tiempo al día a recordar quiénes eran o quiénes podrían ser, el mundo sería un lugar mucho más feliz y quizás nunca habría guerras.»

Peter Fortune es un personaje entrañable creado por el escritor británico Ian McEwan (Hampshire, Inglaterra, Reino Unido, 1948).  Peter es un niño soñador, al que los adultos tachan de «diferente» sólo porque es callado y le gusta estar solo. Peter lo mismo sueña con lobos que con números de muchos ceros que a él le parecen maravillosos. En este libro titulado «En las nubes», el novelista nos quiere hacer entender que todos tendríamos que tener un poco de ese niño, de Peter Fortune. «Si la gente dedicara un poco más de tiempo al día a recordar quiénes era o quiénes podrían ser, el mundo sería un lugar mucho más feliz y quizás nunca habría guerras.». Y eso es lo que justo, hoy en día, con todos los modos posibles que tenemos de conexión con nuestros semejantes, justo eso es lo que estamos perdiendo, la buena comunicación y además la imposibilidad de permanecer «aislado», teniendo tiempo para uno mismo, en silencio.

Fortune vive muchas vidas en sus sueños, en sus fantasías, y eso le hace único, diferente y lo mejor es que se siente a gusto así.  «El propio Peter aprendió, al hacerse mayor, que, puesto que la gente no sabe lo que te pasa por la cabeza, lo mejor que puede hacerse, si quieres que te comprendan, es decirlo. De modo que empezó a escribir algunas de las cosas que le pasaban cuando estaba mirando por la ventana o tumbado en el suelo mirando al cielo. Cuando se hizo adulto se convirtió en inventor, escritor de cuentos y llevó una vida feliz.»

El autor de la novela nos va contando a través de siete capítulos, siete «extrañas aventuras que sucedieron en la cabeza de Peter, escritas tal como sucedieron.» Aventuras donde se mezcla la realidad con la ficción.

Fortune se enfrentará a un grupo de muñecas de su hermana Kate, vivirá una historia mágica y tierna con el gato William, la mascota de la familia, hará desaparecer a sus padres con crema disolvente, intentará darle la vuelta al carácter de Barry Tamerlane, el matón de la escuela, seguirá muy de cerca al ladrón de su calle, convivirá con su tía Laura y el bebé Kenneth con el que intercambiará su cuerpo y hasta se convertirá en adulto y se enamorará. Historias todas ellas preciosas y tiernas de las que podemos sacar muchas enseñanzas. Enseñanzas de un niño a unos adultos.

Mi historia preferida es la cuarta aventura, se titula «El matón». Barry Tamerlane, es el matón del colegio pero un día Peter descubre que Tamerlane lleva una doble vida, es un arrogante en la escuela y tierno en su casa. «En un momento dado, Peter echó una ojeada al dormitorio de Barry. Había libros por todas partes, un tren en el suelo, un viejo osito de peluche en la cama apoyado contra una almohada, un juego de química, un videojuego: era un dormitorio como el suyo.» Ésta revelación hace que Peter se de cuenta de que todos al final somos muy parecidos y que todos, al fin y al cabo, dormimos con ositos de peluche.

En esta historia además se plantea un tema que me encanta, los sueños. ¿Somos un sueño de otros que no vemos? ¿Es nuestra vida el sueño de otro y en verdad no estamos viviendo si no que estamos siendo soñados por otros y todo lo que nos ocurre son los sueños de esos que nos están soñando?

«Se encontraba una tarde en el jardín cuando se dio cuenta de que, si estaba soñando el mundo, todo cuanto ocurriera lo provocaría él. Justo encima, en lo alto del cielo, un avión iniciaba el descenso. La luz del sol daba un reflejo plateado a sus alas. Las personas que allá arriba estaban enderezando los asientos y cerrando las revistas no tenían ni idea de que eran soñados por un niño en el suelo. ¿Significaba eso que cuando un avión se estrellaba era por su culpa? ¡Qué idea más terrible! Pero en realidad, si era así, tampoco había, en el fondo, accidentes de aviación. Eran sólo sueños.»

«Con el paso de los días, Peter siguió dándole vueltas al problema y empezó a pensar que seguramente era verdad que su vida era sólo un sueño. Había mucho de sueño en el modo en que los niños llegaban al colegio cada mañana como un río humano, en el modo en que la voz de la maestra flotaba entre las paredes del aula y en el modo en que se movía su falda cuando se dirigía a la pizarra.»

«Si la vida era un sueño, morir debía ser el momento en que te despertabas»

Me fascinan como Mc Ewan le regala estas reflexiones al personaje de su novela. Es una maravilla de relato. Pero volvamos a la realidad.

Según Peter, a pesar de que Barry era un tipo normal, algo le había convertido en el matón de éxito que era y había dos razones «parecía capaz de moverse de la forma más rápida entre querer algo y conseguirlo» y la segunda es que todo el mundo le tenia miedo.

Un día Barry le exige a Peter que le de la manzana que está comiendo en el recreo. «Dámela o te aplastaré la cara»

«¿Qué era lo que hacía tan poderoso al sonrosado y regordete Barry? (…) Es evidente, pensó. Somos nosotros. Nosotros lo hemos soñado un matón de escuela. No es más fuerte que ninguno de nosotros. Nosotros hemos soñado su poder y su fuerza. Nosotros lo hemos convertido en lo que es. Cuando vuelve a casa, nadie cree en él como un matón y entonces se convierte en sí mismo.»

A partir de ahí sucederá algo muy significativo que cambiará para siempre la atmósfera del patio del colegio. Pero para saber el final tendrán que abrir esta magnífica novela publicada por Anagrama.

29Jul/19

EL BAILE. IRENE NEMIROVSKY

 

«En el fondo, para avanzar en el mundo no hay más que seguir al pie de la letra la moral del Evangelio. Si te dan una bofetada, pon la otra mejilla… El mundo es la mejor escuela de humildad cristiana.»

«La gran mesa dispuesta en el centro, rebosante de carnes de caza, de pescados en gelatina, de ostras en fuentes de plata, adornada con encajes de Venecia, con las flores que enlazaban los platos, y la fruta en dos pirámides iguales. Alrededor, los veladores con cuatro o seis cubiertos donde brillaba el cristal, la porcelana fina, la plata y la plata corlada.»

La primera vez que leí una pequeña biografía sobre Irene Némirovsky (Kiev, 1903- Auschwitz, 1942), lo que más me llamó la atención fue un dato que se dejaba caer pero en el que no se ahondaba más, simplemente se destacaba que su madre, Fanny nunca hubo mostrado mucho interés por su hija. Después, cuando fui leyendo las novelas de esta sorprendente y brillante autora, conocí más datos. En sus personajes podíamos entender, al fin, lo que se deslizaba en esa primera biografía que yo había leído sobre ella y comprendí que había significado para Irene eso de que su madre nunca mostró interés por ella.  No quiero decir con esto que esas madres o más concreto la madre de la novela que les presento sea la viva encarnación de Fanny, pero intuyo que algo de ella tendrá, como Antoinette tiene de Irene. El primer libro que leí de la escritora fue «El baile». En él aparece la señora Kampf, Rosine Kampf y se la describe como una madre cruel, sin ningún tipo de sentimiento verdadero hacia su hija, egocéntrica y despiadada a la que lo único que le importa es conseguir el reconocimiento social y vivir una vida de rica que a su parecer se merecía desde hacía mucho tiempo pero que le había llegado demasiado tarde, cuando no contaba con la frescura de la juventud «Quiero vivir yo, yo..», manifiesta en una ocasión la madre y en otro momento leemos «Y ahora tenía su última oportunidad, los últimos años antes de la vejez, la auténtica, sin remedio, la irreparable… (…) ¡La vida comenzaba al fin!» . Esa juventud que a ella se le escapa y que encarna su hija Antoinette, una hija que pone nerviosa a cualquiera y a ella en particular, que estorba en cualquier sitio, que está pensando siempre en las nubes, que parece retar a su madre con unos modales que no le pertenecen debido a su casi estrenada clase social. Un ser que parece ajeno a ella a pesar de ser su hija, a la que intenta dejar en ridículo delante de sus profesoras, institutrices. En definitiva, una hija que sufre el desprecio de su madre en silencio, que desea matarla, que fantasea con su suicidio con tal de salir de ese ambiente que se le impone.

«Quiero morirme. Dios mío, haz que me muera… Dios mío, Virgen Santa, ¿por qué me habéis hecho nacer entre ellos? Castigadlos, os lo suplico…Castigadlos una vez para que yo pueda morir en paz. (…) Pero sin duda todo es un cuento, el buen Dios, la Virgen, cuentos como los padres buenos de los libros y la infancia feliz…¡Ah!, sí, la infancia feliz, ¡menuda mentira, eh, menuda mentira!»

Némirovsky es conocida, además de por ser uno de los grandes escritores del siglo XX, por su maestría a la hora de dotar a sus personajes de un carácter complejo, que gracias a esa fina psicología que ella maneja a la perfección, llegan al lector cargados de un potencial muy interesante. Sus personajes son, sin duda, difíciles de olvidar.

«El baile» la obra que les presento y les invito a abrir fue la primera novela escrita por la autora de Kiev, en 1928, contaba con 27 años y regaló al mundo  esta joya literaria donde encontramos un tema tan universal como cierto, los celos que puede tener una madre hacia su hija por las cosas tan absurdas como pueden ser, la juventud natural o el estar muy por debajo de la inteligencia de su propia criatura y no poder soportarlo.

«Nadie la quería, ni una sola alma en el mundo… Los muy ciegos e imbéciles no veían que ella era mil veces más inteligente, más refinada, más profunda que toda esa gente que osaba criarla y educarla. Nuevos ricos groseros e incultos (…) Claro, una niña de catorce años, una chiquilla, es algo despreciable  vil como un perro. Pero ¿con qué derecho la enviaban a acostarse, la castigaban, la injuriaban? «¡Ah!, ojalá se murieran».

Los Kampf, nuevos ricos, viven en un lujoso piso de París. El dinero les sobra pero a pesar de esto no han conseguido aún encajar en la alta sociedad francesa, más bien, no se han ganado su reconocimiento. La señora Kampf, Rosine, está dispuesta a hacer todo lo posible para que esto suceda y por ello se embarca en la organización de un baile. Pretende invitar a todos los que significan algo en las altas esferas, da igual el pasado que tengan, si han sido estafadores, gigolós o mujeres de dudosa reputación, no le importa el pasado de los demás porque ella misma también tiene uno, del que ha logrado salir, así es que por esta simple razón, todos están invitados. Se juntarán con condes y marqueses, gente de todo pelaje unidos. ¿Qué importa lo que uno fue cuando ha conseguido ser rico? Este baile, al que acudirán unos 200 invitados, se presenta en su imaginario como la forma de alcanzar la posición merecida además de una magnífica inversión social para el futuro en lo que respecta a su marido Alfred, un banquero «judío menudo y enjuto de ojos ardientes» que ha logrado llegar a lo más alto después de un «genial golpe en la Bolsa, con la bajada del franco primero y la libra después en 1926». Hay que apuntar que el padre de Nemirovsky fue un banquero judío, de Ucrania con muchos posibles. Y que ella misma se casó en 1926 con Michel Epstein, un ingeniero que más tarde ejercería de banquero.

En esta familia donde cada uno vive esta incipiente y cómoda posición social de diferente manera, Rosine representa, el egoísmo, la tiranía, la envidia y sobre todo la ambición.

«-¿Te acuerdas de nuestro pequeño apartamento en la rue Favart?, preguntó Rosine de repente. ¿Y cómo vacilamos antes de reemplazar aquel viejo diván del comedor que estaba destrozado? Hace cuatro años de eso, y mira…, añadió, señalando los pesados muebles de bronce que los rodeaban.

-¿Quieres decir que de aquí a cuatro años recibiremos a embajadores, y entonces nos acordaremos de cómo temblábamos esta noche porque venían un centenar de rufianes y viejas grullas? ¿Eh?

Ella le tapó la boca con la mano riéndose.»

Alfred, su marido, que se siente decepcionado con la esposa que tiene, había sido su amante, acepta todos sus caprichos y exigencias encarna, la dejadez, el sarcasmo y la ironía. Es el único, que, en ciertos momentos, aunque muy puntuales, intenta sacar la cara a su hija. Pero también sabe con que tipo de mujer comparte su vida y su fortuna y así se lo hace saber la noche del baile:

«Yo pensaba que eras guapa, inteligente, que si me hacía rico me honrarías… Buen negocio hice, desde luego, menuda con la que fui a dar, modales de verdulera, una solterona con modales de cocinera…»

Antoinette, la hija, representa la inteligencia, los buenos modales, la contención y la locura, la elegancia, el silencio y la venganza.

Antoinette siente que su vida transcurre de temblor en temblor, ese miedo que lleva intrínseco por culpa de su madre, pero que dejará de lado cuando se decida a cometer la acción que pondrá todo patas arriba. Para eso encuentra el valor, sustentando en el ansia de venganza hacia su madre que se está gestando desde hace mucho tiempo debido al poco o ningún cariño que recibe de ella. Sólo recibe insultos y bofetadas de su progenitora, pero su madre no sabe que su inteligencia está por encima de sus estúpidos gritos.

«¡otra vez me has manchado el vestido con los zapatos sucios!, ¡al rincón, así aprenderás, ¿me has oído?, pequeña imbécil! (…) ¿Quieres que te de un guantazo? ¿Si?, y la quemazón de una bofetada. (…) ¿Aún no has terminado de lloriquear? ¡Oh, qué carácter! Cuando te corrijo, es por tu bien, ¿es así o no? ¡Ah!, y además, te aconsejo que no empieces otra vez a ponerme nerviosa (…) Enderézate; al menos que no parezcas jorobada. (…) Siempre te olvidas de que ahora somos ricos.

«¡Ah! Déjame tranquila, ¡eh!, me molestas; mira que llegas a ser pesada, tú también», y Antoinette nunca volvió a darle otros besos que no fueran los de la mañana y la noche, que padres e hijos intercambian sin pensar, como apretones de manos entre desconocidos.»

«-¿En qué sueñas con ese labio colgando? Cierra la boca y respira por la nariz. Qué agradable para unos padres, una hija que está siempre en las nubes… Ten más cuidado, ¿qué manera de comer es ésa? Apuesto a que has manchado el mantel… ¿A tu edad y no sabes comer como es debido? Y no muevas las ventanas de la nariz, por favor niña.. Tienes que aprender a escuchar las observaciones sin poner esa cara… (…) -Mira prefiero irme antes que ver esa cara delante de mí, pequeña boba.

«¡Mira que eres insoportable!, exclamó la anfitriona, haciendo tintinear la cristalería que había en la mesa. ¿Qué haces aquí, tropezando con la gente y estorbando a todo el mundo? Vete, ve a tu habitación, no, a tu habitación no, al cuarto de la ropa blanca, donde quieras; ¡pero que no se te vea ni se te oiga!»

Su madre siempre ha ansiado el poder, la riqueza y así se lo ha hecho saber a su hija desde niña:

«Si, anda, hija mía, si esperas que tu padre haga fortuna como promete desde que nos casamos, ya puedes esperar sentada, que va para largo. Te harás mayor y estarás aquí, como tu pobre madre, esperando.»

A lo largo de la narración, con ese gran talento que tiene esta autora, nos vamos poniendo tan nerviosos como Rosine con los preparativos del baile, y tan angustiados como Antoinette. No deja de dar órdenes a los criados, contradecir a los criados e instruir de la forma más negativa a su hija.

«Si te preguntan alguna cosa, Antoinette, dirás que vivíamos en el Midi todo el año. No es necesario que especifiques si era Cannes o Niza, di solamente Midi… a menos que te lo pregunten; entonces, es mejor que digas Cannes, es más distinguido… Pero naturalmente, tu padre tiene razón, sobre todo debes callar. Una niña debe hablar lo menos posible con los mayores.»

Todo estalla, el plan se traza en la cabeza de la niña, al menos el ansia de venganza florece, aún si ella misma saber lo que será después capaz de hacer, en el momento en que su madre le dice que ella no asistirá al baile por ser demasiado joven. La niña que cuenta con 14 años y se siente lo suficientemente mayor como para poder participar en él, ve esto como una afrenta hacia ella. Se siente humillada.

«Si me hubiera tocado la habría arañado, la habría mordido, y luego…pues me habría escapado…para siempre…por la ventana», pensó febrilmente. Y se vio en la acera, tendida, ensangrentada… Sin baile a los quince… Dirían: «La niña no podía escoger otro día para matarse.»

«Sucios egoístas; soy yo la que quiere vivir, yo, yo; yo soy joven… Me están robando, me roban mi parte de felicidad en la tierra…¡Oh! ¡Entrar en ese baile milagrosamente, y ser la más bella, la más deslumbrante, con los hombres a mis pies.»

Fantasea con la comparación entre ella y su madre en un hipotético diálogo entre los invitados al baile, porque aunque la madre presenta a su hija a través de sus desprecios como un ser tembloroso y lloroso, el poder del personaje de Antoinette reside en que es mucho más fuerte que su madre, porque es una muchacha hecha a si misma, dura por necesidad, elegante por naturaleza, que además no tiene que impostar nada para lucir en todo su esplendor. Ella sabe de este poder natural, de su inteligencia y es lo que le da empuje para continuar.

«¿La conocen? Es la señorita Kampf. La suya quizá no sea una belleza convencional, pero posee un extraordinario encanto, y es tan fina… Eclipsa a todas las demás, ¿no creen? En cuanto a su madre, parece una cocinera a su lado.»

Y mientras su madre sigue sumida en la organización, encomendando todo, desde el menú, la música, y delegar el trabajo a la institutriz inglesa de echar al correo las invitaciones, ocurre algo que cambiará el curso de lo planeado. Pero para saber qué sucede tienen que abrir este fantástico libro que les dejará el mejor de los recuerdos. Les dejo con unas pequeñas pistas.

«La embargó una especie de vértigo, una necesidad salvaje de desafío y de hacer daño. (…) Con el corazón ensanchado, los contempló flotar contra el arco del puente. Luego, el viento (…)»

«Me mataré, y antes de morir diré que es por su culpa, ya está murmuró. No tengo miedo a nada, me he vengado por adelantado…»

Irene Némirovsky y su familia tuvieron que huir a Rusia tras la revolución rusa de 1917. Poseían una inmensa fortuna y se establecieron en París en 1919. Hija única, la niña  recibió una educación exquisita, aunque padeció una infancia infeliz y solitaria. Era políglota, extremadamente inteligente. Obtuvo la licenciatura de Letras en la Soborna en 1929. Envió su primera novela, «David Golder», a la editorial Grasset. Así comenzó una brillante carrera literaria que llevó a esta magnífica escritora a consagrarse como una de las autoras de mayor prestigio en Francia. Fue deportada y asesinada en Auschwitz, igual que su marido, Michel Epstein. Tuvieron dos hijas, que sin saberlo, conservaron durante decenios un manuscrito que finalmente vio la luz en el año 2004, no era otro que el contenía la novela «Suite francesa». Esta gran novela obtuvo el Premio Renaudot.

Si les gusta «El baile» les recomiendo otras dos novelas de esta autora que, salvando las lógicas distancias, giran en torno a estos personajes atormentados, y que yo considero igual de excelentes: «David Golder» y «Domingo». En «Domingo» se recogen tres relatos, en el que da nombre a la obra, una hija desafía a su madre en una familia hipócrita y llena de mentiras, pero hay otras historias igual de interesantes. En «David Golder» la autora presenta a un padre millonario, una esposa egocéntrica y manirrota y un contexto de gente sin escrúpulos. Golder es un banquero, de nuevo la figura de un banquero, sin duda más que inspirada en su padre, con una salud debilitada al que le persigue la desgracia, sus empresas van mal y su mujer y su única hija le abandonan. Decide entonces recluirse en París. De nuevo, también una mujer sin sentimientos y una hija única en un matrimonio falso. Los personajes se repiten, la vida de Irene se repite, y se interpreta de otra manera o de manera idéntica a como ella vivió, ¡quién lo sabe!

Todas estas obras se encuentran disponibles en la editorial Salamandra.

 

26Jun/19

LA ÚLTIMA NOCHE. JAMES SALTER

«Ahora estaba sentado con Susanna, una amiga de la familia. Por fin, oyeron bajar a Marit y la vieron entrar en la sala. Llevaba un vestido de seda rojo que la hacía parecer seductora, con sus pechos sueltos y su melena oscura. En las cestas blancas de alambre que tenía en el armario había pilas de prendas dobladas, ropa interior, de deporte, camisones, los zapatos remetidos debajo, en el suelo. Cosas que ya no iba a necesitar.»

¿Por qué Marit no iba a necesitar nunca más nada de éstas cosas?

Hoy les invito a abrir un nuevo libro que me ha sorprendido y gustado mucho. Se titula «La última noche», del escritor estadounidense James Salter (Nueva York, 1925-2015). He manifestado en muchas ocasiones mi debilidad por la literatura americana y por sus magníficos escritores, por eso tenía muchas ganas de presentarles esta obra, un libro de relatos, todos ellos magníficos. Les hablo aquí del que da título al libro «La última noche». He elegido este para presentarles la obra porque es el que más me ha impactado de todos ellos.

Walter Such es un traductor casado con Marit. La noche en la que suceden los hechos del relato de Salter, Such está con Sussanna una amiga de la familia y con su esposa, que, desgraciadamente, está enferma.

La velada es distendida. Marit charla con su marido y la amiga de ambos, toman unas copas y la mujer de Such les revela que se está quedando sin fuerzas y que ya ni siquiera le gusta levantarse y andar un poco. Han elegido esta reunión, esta noche, por algo en concreto que, por supuesto, no les puedo revelar aquí. Sólo les daré la misma pista que nos da el escritor con esta frase: «En un plato, dentro de la nevera, estaba la jeringuilla».

«Marit contempló los objetos de la sala, las fotografías con marco plateado, las lámparas, los tomos grandes sobre surrealismo, paisajismo o casas de campo que siempre había querido sentarse a leer, las sillas, incluso aquella alfombra de bello color apagado. Lo miró todo como si estuviera haciendo inventario cuando, de hecho, no significaba nada para ella. El pelo largo de Susanna y su lozanía si significaban algo, aunque no estaba segura de qué.»

Los tres han planeado ir a cenar fuera. Marit ya no es la que era. «Más arriba del cuello recto de su vestido la piel, pálida, parecía irradiar oscuridad. Ya no se parecía a si misma. Lo que fue había desaparecido, le había sido arrebatado. El cambio era terrible, sobre todo en el rostro. Ahora tenía una cara que era para la otra vida y para quienes encontrara allí. A Walter le costaba recordar cómo había sido en otro tiempo.»

Con una maestría exquisita Salter nos va llevando a esa cena, nos va angustiando, nos va dando pistas. ¿Erróneas o ciertas?

«Estaba tratando de imaginar lo que pasaría el día de mañana, sin ella allí para verlo. No pudo imaginárselo. Era difícil pensar que el mundo seguiría existiendo.»

Beben Cheval Blanc, vino caro. La cena no es cómoda. Pronto van a casa. Walter está cada vez más nervioso. «Trató de pensar la manera de no seguir adelante. Si dejaba caer la jeringuilla, si se rompía… podría decir que le había temblado la mano.»

Todo está preparado. El momento ha llegado, pero nadie sabe lo que sucederá.

«Marit se había preparado. Se había puesto un camisón de raso color marfil, muy abierto en la espalda, y maquillado los ojos. (…) La travesía se hacía en barca, algo que los antiguos sabían con certeza. Parte de un collar de plata descansaba sobre su clavícula. Estaba fatigada. El vino había hecho efecto, pero ella no se sentía serena.»

Marit se ha ido a dormir, ajena a lo que pasa entre su esposo y Susanna.

«-¿De veras quiso ella que yo viniera?, preguntó Susanna.

-Cariño, fue sugerencia suya. Ella no sabía nada.

-Me extraña.

-Créeme. Nada.

(…)

Ya le estaba desabrochando el sostén. Emergieron sus impresionantes pechos. No podía dejar de mirarlos. Los besó apasionadamente. Ella notó que la apartaba un poco para retirar la colcha que cubría las sábanas blancas. Intentó decir algo, pero él le puso la mano en la boca y la hizo tumbar. Empezó a devorarla, estremeciéndose como de miedo hacia el final y estrechándola con fuerza entre sus brazos. Los venció un sueño profundo.»

Fascinante libro, fascinante relato que les recomiendo leer. La obra está publicada en Salamandra.

En 1956, con treinta y dos años, publicó su primer libro, «Pilotos de caza», y abandonó el ejército para dedicarse a la literatura. Trabajó como periodista y escribió guiones para Hollywood.

17Ene/19

LA TEMPESTAD DE NIEVE. ALEKSANDR PUSHKIN

Todo aquel que siga este blog conocerá ya, de sobra, mi pasión por los cuentos y por los escritores tanto rusos como norteamericanos. Por eso, cada vez que tengo la ocasión, intento desde aquí crear el post perfecto, que para mí sucede cuando se da la siguiente combinación: o bien el cuento de un autor norteamericano, o bien el cuento de un escritor ruso, sin desmerecer, por supuesto a los grandes cuentistas de otros países. Sólo es cuestión de gustos.

Hoy les quiero presentar un cuento que está lleno de sorpresas y que además es muy agradable leer en estas fechas, ya que se desarrolla en invierno. Se titula «La tempestad de nieve» y es uno de los magníficos cuentos del portentoso escritor, poeta y dramaturgo Aleksandr Pushkin (Moscú 1799, San Petersburgo, 1837). Pushkin, además de un gran cuentista, es considerado el fundador de la literatura rusa moderna. Influyó notablemente en otros grandes de la literatura de su país como Gógol, Tosltói o Dostoyevski, entre muchos otros.

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15Ene/19

EL CLUB DE LOS POETAS MUERTOS. FROST, WHITMAN, THOREAU, HERRICK, COWLEY, TENNYSON

En 1989 se estrenó una película, ganadora de un óscar al mejor guión original, que consiguió, con sus poemas y sus lecciones de vida, reflexionar sobre la forma de entender la vida de muchos jóvenes que fueron al cine a verla. «El club de los poetas muertos» cumple 30 años y todo lo que el gran maestro dijo allí a sus alumnos deberían, muchos jóvenes de hoy, escucharlo y aprenderlo. Todos quisimos tener un profesor de literatura como Mr. Keating. Yo tuve ese tipo de profesores, tanto en el instituto como en la Universidad. Desde aquí quiero dedicar esta entrada de mi blog a la profesora de literatura que más me marcó con sus enseñanzas Ana Paniagua, mujer vital, sabia, diferente, directa, alegre y gran amante de los libros que nos invitaba a leer y al profesor en la Universidad del País Vasco que más me enseñó de literatura, Félix Menchaca Torre, ya fallecido, mi Mr. Keating, que nunca se subió a la mesa, que nunca fue tan vehemente, pero que transmitía en cada verso que declamaba todo el respeto y cariño que sentía por lo que estaba enseñando. Grandes maestros que nunca quedarán en el olvido.  Sigue leyendo