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09Nov/19

LA MUJER LOCA. JUAN JOSÉ MILLÁS

Julia es pescadera.

Julia estudia gramática porque está enamorada de Roberto, que es su jefe y es filólogo. Mientras trabaja en la pescadería, el chico sigue estudiando para futuras oposiciones.

Julia ve sustantivos por todas partes.

Julia sufre de alucinaciones

Julia resuelve los problemas de los sustantivos y las frases que se le aparecen. Les quita la ropa, les tumba es un folio y los examina.

Julia vive en una habitación de alquiler de una casa que pertenece a Serafín y a Emérita. Emérita está enferma, enferma terminal. Tiene un revólver y se quiere suicidar. Y además Emérita guarda un secreto que no les puedo desvelar.

Julia tiene una vida tan interesante y tan complicada que el escritor Juan José Millás (Valencia, 1946) quiere novelarla o tal vez quiera hacer un volumen de gramática alternativa, una antigramática, una especie de suicidio de la gramática. Millás que ha inventado a todos estos personajes y se ha metido él mismo en su novela, si, sí, como lo leen, se encontrará a Julia, por casualidad, en casa de Emérita, cuando el escritor y periodista, que está haciendo un reportaje sobre la eutanasia, coincida en su casa. Pero Millás, sufre un periodo de bloqueo creativo, y necesitará la ayuda de una psicoanalista.

Julia es la protagonista de «La mujer loca», el libro que les estoy presentando y que les invito a abrir. Y claro, este libro lo escribió Millás, que se ha metido de personaje en su propia novela, al más puro estilo Hitchcock.

Julia, en ocasiones, reflexiona sobre sus apariciones. Tiene claro que no hay que confundir la palabra que nombra la cosa con la cosa misma.

«La palabra abría la puerta para acercarse a la cosa. Y punto. Si te comías la palabra «pan», pensó, no se te quitaba el hambre. Tampoco con la palabra «tijera» podías abrir el vientre de un besugo. La palabra era la versión lingüística de los objetos como la instantánea era su versión fotográfica.»

Julia opera sin anestesia a palabras que no existen. Observa detenidamente, por ejemplo a Pobrema, la manda desnudarse y tumbarse en el folio. Pobrema está asustada.

«Tras examinarla de arriba a abajo, la joven advirtió que amputándole la última sílaba (ma), se quedaría en Pobre.

-¿Y «pobre» quiere decir algo? , preguntó Pobrema.

-Si, dijo Julia.

-Qué.

-«Pobre» quiere decir pobre.

Cómo Pobrema no abandonara su expresión interrogativa, Julia abrió una vez más el diccionario y leyó:

-Que carece de recursos.

Pobrema, que no parecía muy convencida de las ventajas de existir al precio de carecer de recursos y de ser mutilada, preguntó si le dolería que le quitara esa extremidad.

(…)

Tras dudar un poco, Pobrema accedió a que Julia le amputara la sílaba sobrante con la punta de un bolígrafo. Resultó sencillo e indoloro, porque la tienta, inadvertidamente, poseía virtudes analgésica. Cuando se le pasó el efecto de la anestesia, Pobrema, ahora convertida en Pobre, se levantó, se miró, se tocó el cuerpo con gestos de aprobación y se marchó contenta de significar algo, se ser alguien, de pertenecer a un vocabulario.»

Julia es capaz de filosofar sobre los plurales mientras tiene sexo con Roberto.

«… supongo que durante el reinado del singular la gente no tendría un solo ojo o una sola pierna o una sola mano, pero tampoco caerían en la cuenta de que tenían dos. Creerían que tenían un ojo y otro ojo, pero no ojos en general. (…)

La madre, dijo él entre beso y beso,  al tiempo que parecía medir las dimensiones de su clítoris, no podría decir a su hijo «cómete las lentejas». Le diría  «cómete la lenteja» y cuando se la comiera, le volvería a decir «cómete la lenteja» y así, una a una, hasta que el niño terminara el plato.»

Y, un día  Millás encuentra a Julia, justo cuando esta habla sobre sustantivos-

«El sustantivo, continuó Julia, fue el primer colonizador de los cerebros como los peces fueron los primeros colonizadores de la Tierra. Supo que sin él no habría lenguaje, que sin él no habría oraciones gramaticales, y esa importancia se le subió a la cabeza. Así, el sustantivo «mesa», por poner un ejemplo,  no se conformó con provocar en nuestra mente la imagen de ese objeto formado por un tablero y cuatro patas. Quiso más, quiso ser una mesa «grande», una mesa «redonda» o una mesa «rectangular» o una mesa «amarilla» o «roja» o «baja» o «alta». Las palabras que dicen algo del sustantivo se llaman adjetivos, ¿si o no, Millás?»

Millás habla con su psicoterapeuta de Julia.

«De la locura de Julia lo que me interesa es su cordura. Esas alucinaciones que tiene, o dice tener con las palabras…, esa necesidad, en apariencia ingenua, por ejemplo, de entender lo que es un sustantivo, un adjetivo… Todo ese modo inocente de acercarse a la lengua para comprenderla en como observar a un niño manipulando una bomba. Tiene uno todo el rato la impresión de que le va a estallar en la cara. (…)

-Todos somos sujetos del lenguaje,

-Objetos más bien, si me lo permite. Y lo sabemos de un modo teórico, de un modo que no nos afecta en la vida diaria porque en la vida diaria actuamos como si el lenguaje estuviera a nuestro servicio en vez de nosotros al suyo. Julia, en cambio, podría hacer este descubrimiento de un modo que informara cada minuto de su existencia, descubrirlo de un modo real y por lo tanto enloquecedor. Porque si entiendes en lo profundo eso, que estás colonizado por la lengua, hablar y escribir, y pensar por tanto, constituyen formas de sumisión diabólicas.»

Pasa el tiempo y Julia y Millás, incluso discuten sobre la aparición de las primeras gramáticas, como el lenguaje consiguió paras inadvertido durante siglos, como si no existiera, «para que no lo viéramos, al modo en el que los peces no ven el agua.»

«Todavía más, la lingüística no aparece hasta el siglo XIX. Ayer mismo, como el que dice.

-Ya.

-¿Te imaginas que no hubiéramos reparado en la existencia del elefante, por hablar de un animal enorme, hasta el siglo pasado? ¿O que nadie hubiera mencionado el hígado hasta el siglo XV, que es cuando apareció la primera gramática española?

-Bueno, ya antes había habido alguna cosa.

-¿Pero tú por qué te pones siempre del lado del lenguaje, Millás?, dice Julia irritada. ¿No te das cuenta de la gravedad de lo que he averiguado?

-¿Qué gravedad?

-Pues esa, joder, que primero no nos damos cuenta de que el lenguaje existe y, segundo, que cuando nos damos cuenta lo confundimos con una herramienta. La herramienta somos nosotros.

-Herramienta en qué sentido.

-Joder, en el sentido de que el lenguaje no está en nuestra mano, sino nosotros en la suya. Y nos unas para apretar o aflojar los tornillos de la realidad, para cortar los cables del mundo, para serrar las cañerías del universo. ¿Pero cómo es posible que no te des cuenta?»

Y hasta aquí les puedo contar. Abran este libro único si quieren entretenerse. Incluye un asesinato. En su locura, esta su cordura, lo mismo que le ocurre a Julia.