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24Nov/13

INTEMPERIE, JESÚS CARRASCO (PARTE II)

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Un niño escondido en una especie de madriguera huye. Una partida de hombres le busca. No sabemos nada más. Pero un niño que huye siempre tiene un motivo.

«Dirigiéndose hacia el norte se estaba alejando del pueblo, del alguacil y de su padre. Se estaba marchando y eso le bastaba»

Aquí dice ya Carrasco mucho o casi todo. Se alejaba del pueblo, del alguacil y de su padre.

«Sabía que manteniendo invariable el rumbo, tarde o temprano se cruzaría con alguien o con algo. Era sólo cuestión de tiempo. Como mucho, daría la vuelta al mundo para volver a toparse con el pueblo. Entonces ya daría igual. Sus puños serían duros como la roca. Es más: sus puños serían roca. Habrían vagado casi eternamente y, aunque no hubiera encontrado a nadie, habría aprendido de sí y de la Tierra lo suficiente como par que el alguacil no pudiera someterle más. Se preguntó si sería capaz de perdonar en esas circunstancias. Si, habiendo atravesado el gélido polo, los bosques umbríos y otros desiertos, ardería en él todavía la llama que le había quemado por dentro. Quizá el desamparo que le había expulsado del hogar que Dios designó para él ya se habría disipado entonces. Puede que la distancia, el tiempo y el roce incesante con la tierra limaran sus asperezas y lo calmaran.»

¡Que preciosidad de párrafo! ¿Por qué? Porque guarda todas las ilusiones y la inocencia de un niño que se marcha de casa por un motivo muy doloroso y sueña aún con perdonar, con el mundo que se le abre en su imaginación de niño y por eso es, a la vez, un párrafo doloroso, porque los adultos que leemos el libro sabemos que eso es imposible, que nunca irá al polo, ni a los desiertos, quizás a lugares más duros aún. El cree que aprenderá de la Tierra y eso es seguro. ¿Se calmará y se limarán sus asperezas?

Cuando la partida pasa sin saber nada del chico, éste se enfrenta con la realidad, que no es otra que la llanura grande, dura, difícil por la que tiene que andar. Ahí está esa vuelta al mundo. Por el camino se encontrará con un pastor que cambiará sus sueños.
Entablan una amistad que si uno lee con detenimiento se ve que es profunda. El cabrero acaba queriendo al niño, que duda cabe, aunque el niño nunca lo creerá del todo, y el niño necesita al pastor para recomponer su herido orgullo de niño.

«Royeron en silencio cuñas de queso sudoroso, tiras de carne seca y algo de pan duro. El pastor daba largos buches a su bota de vino y el niño se preguntaba cuándo le iba a preguntar quién era y qué hacía en aquel lugar. Tenía miedo de que la noticia de su desaparición hubiera llegado hasta allí porque sabía que, por penosa que le estuviera resultando su aventura, todavía no se había alejado demasiado de la aldea. En un momento pensó que la acogida podía ser una maniobra del viejo para retenerle mientras esperaba a que pasar por el lugar la partida de búsqueda, o incluso el mismo alguacil.»

Poco a poco, vamos descubriendo como es el día a día con el cabrero. El estilo de vida que se establece entre los dos. De pocas palabras, totalmente básico y algo primitivo. Todo condicionado por el paisaje, por la torpeza aún del muchacho que aprende de ver al viejo y por la paciencia del viejo.

«El chico ablandó los trozos en su leche tibia tal y como había visto hacerlo al pastor. Le costaba masticar y tragar pero, en esas circunstancias, el hambre venció al dolor, como habría de ser ya para siempre. Mientras rebañaba su cuenco, pensó que era la primera vez que tomaba algo caliente desde que había salido de su casa dos noches atrás y que también era la primera vez en su vida que comía en compañía de un desconocido. Allí, con el cuenco entre las manos, se dio cuenta de que no había previsto contingencias tan básicas como la falta de alimentos o las verdaderas condiciones de vida que imponía un llano como aquél. En sus cálculos tampoco entraba la idea de tener que pedir ayuda a alguien y, mucho menos, hacerlo tan pronto. En realidad, no había preparado su marcha. Simplemente, un día, una gota derramó un caldero. A partir de ese momento, brotó en él la idea de la fuga como una ilusión necesaria para poder soportar el infierno de silencio en el que vivía. Una idea que se empezó a formar en su mente en cuanto su cerebro estuvo listo para albergarla y que ya no le abandonó nunca más.»

Este párrafo que a continuación voy a escribir, creo que es el más enternecedor del libro.

«El asno comenzó a avanzar detrás del pastor bamboleando la carga y el resto de la comitiva les siguió. El niño se quedó donde estab, viendo pasar el rebaño por delante de él y cómo se alejaba despacio con su algarabía de balidos y cencerros templados en todos los tonos posibles. El viejo y el burro por delante, el perro enloquecido y luego las cabras, dejando tras de sí un estela de cagadas como la cola de una cometa. Cuando habían recorrido veinte metros, el viejo se detuvo y se volvió hacia donde se había quedado el niño.
-No te voy a esperar toda la vida.»

Me gusta mucho como Carrasco describe la transmisión de sabiduría del viejo al niño, y por supuesto todo ese vocabulario, que como ya dije en el post anterior elige y utiliza demostrando un respeto inmenso por las palabras.

«…el pastor le pidió al chico que agarrara las ubres. El muchacho formó dos puños huecos y con ellos rodeó los pezones y apretó. Entonces el pastor le cogió los pulgares y se los colocó de tal forma que las uñas empujaban los pezones contra el interior de los otros dedos. Envolvió con sus manos las del chico y, sin decir palabra, manipuló las tras haciendo que la leche saliera despedida. Y así, mediante esa imposición, el viejo le transmitió al muchacho el rudimento del oficio, otorgándole en ese instante la llave de la sabiduría perenne y esencial. La que extraía leche de las entrañas de los animales o hacía que de una espiga pudiera brotar un trigal.»

Pasa el tiempo y las cosas se tornan. Es el chico ahora el que tiene que ayudar al cabrero. El alguacil sigue con la búsqueda del chico y en esa búsqueda se topa con el cabrero que en su afán por proteger al chico paga las consecuencias. Se lleva una paliza y le matan casi todas las cabras. El cabrero ahora desvalido necesita la ayuda del niño.
El niño debe ir al pueblo más cercano a por agua, sino el viejo morirá. Y aquí vemos, lo que apuntaba al principio, como el cariño que el cabrero le tiene al chico, éste no lo llega a percibir, aunque hay que tener en cuenta que el niño duda de todos los hombres, y en el libro sabremos la razón.

«Guárdate de la gente del pueblo». Con cada traspié del asno, el niño se despertaba rumiando la frase del viejo con una mezcla de inquietud y satisfacción. No sabía si se lo había dicho porque su propia vida dependía de que el muchacho regresara con el agua o porque, sencillamente, quería protegerle.»

A lo largo del libro vamos sabiendo que el alguacil ha hecho algo horrible al niño y en repetidas ocasiones.

«Pensar en perros le aflojó el estómago porque el alguacil protegía su mansión con uno de color del chocolate. Dóberman, lo llamaba. Orejas como pinchos sobre una cabeza de piedra y el hocico embreado que le revolvía la ropa y le hacía tambalearse. Muchas fueron las veces que el alguacil le sometió a su presencia cuando se resistía a sus deseos. El pensamiento como un cincel frío sobre sus tiernas fontanales o una afiladísima gubia levantando la piel de sus codos en busca del hueso blanquecino. Se encogió temblón hasta agarrarse las piernas y se orinó en los pantalones por segunda vez en una semana.»

En su búsqueda del agua se encuentra con un tullido que le quiere engañar, ofreciéndole, como en un cuento popular, comida para que acceda a su posada.

«El chico se resistía a acompañarle. Le daba miedo que hubiera alguien esperando en la casa, pero el tullido hablaba de pan y de dulces con una alegría que lo engatusaba. El interior de sus mejillas se humedeció por la visión. Recordó el turrón que comían en Navidad y tuvo el arranque de acompañar al hombre, pero se contuvo. Pensó que aquel ser, con sus cuatro dedos entre las dos manos, era incapaz de hacer dulces. Decidió que llenaría las garrafas sin perder de vista al tullido y luego se marcharía por donde había venido.
-Tienen almendras y azúcar, añadió el tullido.»

Al final, el tullido le encierra y encadena. El pobre niño sólo piensa en el cabrero y las cabras «enloquecidas por la falta de agua».
Él podría morir también. Piensa que el tullido se ha ido con el burro para llamar al alguacil.

Antes de morir, el cabrero, hace lo que tiene que hacer. Se han acabado los miedos para el niño. Parece ser, que el cabrero tenía cuenta pendiente con el alguacil, nunca sabremos qué sucedió entre ellos dos, o si se lo dice al niño por pura compasión.

«Le estremecía la posibilidad de seguir su camino solo y, como un fogonazo rojizo, se le aparecieron las siluetas de su casa, al borde de la vía del tren, y del silo. Regresar por decisión propia. Abandonar su desesperante lucha contra la naturaleza y los hombres y regresar a la casa. No al hogar, sino al simple cobijo. Volver en peores condiciones de las que tenía antes de partir. No era el hijo pródigo. Era él quien había repudiado a su familia y quien debía enfrentarse a su veredicto. Pensaba así porque el llano le había erosionado de una manera que ni tan siquiera concebía cuando vivía bajo techo. Le agotaba el desamparo y, en momentos como aquel, hubiera cambiado lo más preciado de su ser por un rato de calma o por satisfacer sus necesidades más básicas de una forma tranquila y natural. Protegerse del sol, arrancarle a la tierra cada gota de agua, autolesionarse, deshacer su propio cautiverio, decidir la vida de otros. Cosas todas ellas impropias de su cerebro todavía de plástico, de sus huesos por estirar, de sus músculos hipotónicos, de sus formas a las puertas de un molde mayor y más anguloso.»

Y hasta aquí puedo llegar. Ahora abran el libro y disfruten de él, y así sabrán que pasó con el chico.
«Intemperie» está editado por Seix Barral.

17Nov/13

INTEMPERIE, DE JESÚS CARRASCO (PARTE I)

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Ya poco se puede decir de Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) que no esté dicho. La grandeza como escritor la tiene, el talento le sobra, la sensibilidad como hombre también, el conocimiento por su entorno, por la naturaleza, la de verdad, la dura, la vivida se la sabe al dedillo. Y todo esto lo sabe escribir, lo sabe expresar y ¡de qué manera! Ese manejo de vocabulario casi olvidado me ha emocionado. Es tal el respeto por las palabras que demuestra en este libro…
¿Se pueden contar las cosas tan bonitas como él las cuenta? «Intemperie», su primera novela, es excelente, conmovedora, impresionante y hermosa, muy hermosa.
No me gustaría compararle con nadie, creo que no es acertado eso de decir que se parece a Delibes, creo que supera a Delibes, y mira que eso ya es mucho decir. Y si es precipitado afirmarlo, ya que esta es sólo su primera novela, que conozcamos, claro, me atrevo a decirlo, porque es mi opinión, la humilde opinión de una lectora emocionada con esta historia.
Diré que Delibes es genial, claro, que duda cabe, pero creo que Carrasco, da y va a dar un paso más, nos mete en el campo, al menos en esta novela, nos adentra en el campo como digo pero también nos lo enseña de la mano, nos paramos en los detalles, en esa luna humilde, en ese sol tirano, en esas moscas malvadas, enfermeras del dolor, en olores indignantes y eso se agradece.

Aquí les voy a mostrar algunos extractos que me han parecido sublimes, ¡qué comparaciones! ¡que forma tan fina de explicar lo normal! y hacerlo grande.
Espero que lo disfruten. En mi próximo post les abriré el libro y les haré un resumen. Les encantará disfrutar de este grande escritor.

«En su corta vida ya había visto decenas de perros suspendidos por el cuello oreándose en árboles remotos. Sacos de pellejo cargados de huesos descoyuntados como crisálidas gigantes.»

«Bebió el agua caliente de la bota que, después de varios días oculta a la espera de la huida, se había hinchado como un gato muerto.»

«Desmontó rama a rama su tejadillo en una versión invertida de la nidificación»

«Delante de él, el llano se sacudía el sufrimiento que el sol le había causado durante el día, desprendiendo un olor a tierra quemada y pasto seco.»

«Cuando el pastor tuvo el culo de la cabra delante de su cara, le colocó un cazo de latón debajo de las ubres. Los primeros chorros cayeron duros, haciendo canturrear al metal.»

«…el hombre abrió una de las esquinas del redil y fue obligando a las cabras a meterse. Con todas dentro, volvió a colocar la estaca en su esquina y unió los palos con un lazo de alambre grueso que colgaba de uno de ellos. Los animales, apretados, berreaban y se subían unos sobre otros como si fueran un guiso hirviente.»

«El niño se levantó y caminó tambaleándose como un junco en cuya punta se hubiera posado un tordo bien alimentado.»

«El viejo y el burro por delante, el perro enloquecido y luego las cavaras, dejando tras de sí una estala de cagadas como la cola de una cometa.»

«La luna creciente todavía era una tajada estrecha amarilleando sobre el horizonte.»

«Al otro lado del muro, media docena de animales degollados se repartían por el espacio que la tarde anterior había ocupado la sombra de la muralla. Las moscas tachonaban las heridas, formando sonrisas como barboquejos. Recorrían, amontonadas unas sobre las otras, las aberturas en el pellejo, suturándolas a base de infecciones y poniendo huevos.»

«A esta distancia distinguió tejados hundidos y algunas ventanas descolgadas, y también una cosechadora de madera y hierro como un caballo de Troya comido por la maleza.»

«Bohordos secos lo rodeaban como lanzas muertas, con sus flores de madera a modo de racimos invertidos.»

«Había esqueletos de sillas de mimbre sin asiento ni respaldo, alambradas de gallinero retorcidas como ánimas atormentadas o esqueletos de humaredas, montones de escombros formados por restos de tejas y por tierra de los adobes que la lluvia había ido depositando a los pies de los gruesos muros de la casa.»

«Aspiro el aire rancio del interior y por primera vez identificó el olor en el que habitan los ratones. Un aroma prensado mezcla de madera raída, granos de maíz a medio comer y excrementos como fideos de chocolate. También olió el cuerpo del tullido, que ya se cocía por dentro, y el resto de los aromas curados que persistían en el ambiente a pesar del expolio.»