Archivos de la categoría: LO MÁS VISTO

05Feb/24

LOS BAROJA. JULIO CARO BAROJA (PARTE 5) LA FAMILIA BAROJA


Al margen:

«Vivir un poco al margen de España y sin vínculo con el exterior: tal fue el destino de mi familia y mi mismo destino. Algunas veces me pregunto por qué. Sin duda todos hemos adolecido de cierta excentricidad y de carácter algo difícil. Unos por un estilo, otros por otro. He pensado a veces asimismo en que había timidez familiar. Ahora no lo creo. Se trata más bien de una falta de acomodo físico, espantoso, con mucha gente: una hipersensibilidad para la antipatía y la simpatía de muy malas consecuencias, porque a la postre resulta que el número de personas antipáticas es mucho mayor que el de las simpáticas. Petulancia, satisfacción de sí mismo, ganas de llegar a ser, ansia de honores, de dinero o de popularidad, respetabilidad social aparente, conformidad con el medio, todo esto han sido abominaciones para mi familia. Y esto se paga, vaya el país a la derecha o vaya a la izquierda, se adore al ministro socialista o al que es miembro de la Adoración nocturna.»

Sin alcohol:

«Las fiestas de Vera, del pueblo, fueron para mí, en la adolescencia, unos momentos de angustia, de perplejidad. Hubiera querido lanzarme a hacer lo que hacían los demás mocitos. Pero me retraían pensamientos y sentimientos distintos. En primer lugar, mi familia consideraba que la tendencia a beber en exceso que se notaba en los jóvenes era mala. Mi tío Pío sostenía que estaba fomentada deliberadamente por los curas, para embrutecerlos. El beber daba la norma de comunidad. Yo abstemio, no pertenecía a ninguna pandilla; subsistía la vieja prevención originada porque, por un lado, pertenecía a una familia no religiosa y por otro mi intelectualismo me había aislado.»

Mediano pasar:

«Y yo pertenezco a una vieja familia radical, que no ha tenido nunca más que un mediano pasar, no posee el menor instinto social, y aunque no soy pesimista, no me intereso demasiado por el mundo que me circunda.»

28Ene/24

EL CAFÉ DE LA JUVENTUD PERDIDA. PATRICK MODIANO


Un hombre recuerda los entrañables años pasados, la juventud en el París de los  sesenta con sus amigos, las horas en un café parisino y la presencia de una bonita y enigmática muchacha, Louki. Es estudiante en la Escuela de Minas y la cafetería Le Condé, donde se reunía con otros jóvenes, suponía para él «un refugio contra todo lo que preveía que traería la grisura de la vida.» «Era un parroquiano muy discreto de Le Condé y siempre me quedaba un poco aparte y me contentaba con escuchar lo que decían los demás. Me bastaba. Me encontraba a gusto con ellos.»

«(…) si toda aquella época sigue aún muy viva en mi recuerdo se debe a las preguntas que se quedaron sin respuesta.»

Patrick Modiano (Boulogne- Billancourt, 1945) escribió la exquisita novela titulada En el café de la juventud perdida, que hoy les invito a abrir. Considerado como uno de los mejores novelistas contemporáneos, recibió el Premio Nobel en el año 2014.

«Ahora que ha pasado el tiempo me pregunto si no era sólo su presencia la que hacía peculiares el local y a las personas que en él había, como si lo hubiera impregnado todo con su perfume.»

Ella es Louki «se refugiaba aquí, en Le Condé, como si quisiera huir de algo, escapar de un peligro. Se me ocurrió cuando la vi sola, al fondo del todo, en aquel sitio en donde nadie podía fijarse en ella. Y cuando se mezclaba con los demás, tampoco llamaba la atención. Se quedaba en silencio y reservada y se limitaba a escuchar.»

Louki no es el verdadero nombre de la chica, esa que nada tiene que ver con los parroquianos de entre diecinueve y veinticinco años que van a Le Condé, ese local pequeño lleno de bohemios. Ella llega en octubre, seguramente porque «había roto con parte de su vida y quería hacer eso que laman en las novelas PARTIR DE CERO.»

«(…) si te fijabas bien, notabas unos cuantos detalles que la diferenciaban de los demás. Se vestía con un primor poco usual en los parroquianos de Le Condé. (…) me llamó la atención lo delicadas que tenía las manos. Y, sobre todo, le brillaban las uñas. Las llevaba pintadas con un barniz incoloro.»

«(…) un día, en Le Condé , la sorprendí sola y leyendo. (…) Debería haberle preguntado de qué trataba el libro, pero me dije, tontamente, que Horizontes perdidos no era para ella sino un accesorio y que hacía como si lo estuviera leyendo para ponerse a tono con la clientela de Le Condé.»

Los demás beben y visitan «paraísos artificiales». Quizás Louki también. No se sabe cómo Louki llegó allí. «Siempre he creído que hay lugares que son imanes y te atraen si pasas por la inmediaciones. Y eso de forma imperceptible, sin que te lo malicies siquiera. Basta con una calle en cuesta, con una acera al sol, o con una acera a la sombra. O con un chaparrón. Y te llevan a ese lugar, al punto preciso en el que debías encallar.»

Pero no es la nostalgia de los años perdidos el tema central de esta obra. El misterio también está presente. ¿Quién es Jacqueline Delanque? Una chica de veintidós años que ha dejado a su marido. El esposo recuerda que una noche invitó a uno de sus ex amigos de la Escuela de Comercio a cenar y éste vino con un tal Guy de Vere, un hombre mayor que su esposa y el amigo, y muy versado en ciencias ocultas. De Vere le ha aconsejado un libro a Jacqueline, Horizontes perdidos.

«Se había llevado su ropa y los libros que le había prestado Guy de Vere, todo ello metido en una maleta de cuero granate. Aquí no quedaba ya ni rastro de ella. Incluso en las fotos en que salía, unas pocas fotos de vacaciones, habían desaparecido. Por la noche, solo en el piso, se preguntaba si había estado casado alguna vez con aquella Jacqueline Delanque. La única prueba de que todo aquello no había sido un sueño era el libro de familia que les entregaron después de la boda. Libro de familia. Repitió esas palabras como si no entendiera ya qué querían decir.»

«En esa vida que, a veces, nos parece un gran solar sin postes indicadores, en medio de todas la líneas de fuga y de los horizontes perdidos, nos gustaría dar con puntos de referencia, hacer algo así como un catastro para no tener ya esa impresión de navegar a la aventura. Y entonces creamos vínculos, intentamos que sean más estables los encuentros azarosos.»

¿Quién es Jacqueline Delanque? La hija de una trabajadora del Moulin- Rouge. Una chica inalcanzable. Una chica frágil, con miedos, desamparada y fuerte a la vez.

«Es posible que se comportase así conmigo, con aparente indiferencia, porque no se hacía ninguna ilusión en lo que a mí se refería. Debía de decirse que no había gran cosa que esperar puesto que me parecía a ella.»

«Si me hubiera pillado sola en el bulevar, a las doce de la noche, apenas me habría dicho una palabra de reproche. Me habría mandado volver a casa con esa voz tranquila que tenía, como si no la sorprendiera verme en la calle tan a deshora. Creo que si andaba por la otra acera, la que estaba a oscuras, era porque notaba que mi madre ya no podía hacer nada por mí.»

«Noté esa sensación de angustia que se apoderaba de mí, muchas veces, de noche, y que era aún más fuerte que el miedo, esa sensación de que en adelante sólo iba a poder contar conmigo misma, sin recurrir a nadie. Ni a mi madre ni a nadie. Me habría gustado que el policía se quedara toda la noche de plantón delante del edificio, toda la noche y los días siguientes, como un centinela, o más bien como un ángel de la guarda que velase por mí.»

«Mi madre debía de llevar ya mucho rato en casa. Me preguntaba si le preocuparía mi ausencia. Casi echaba de menos aquella noche en que vino a buscarme a la comisaría de Les Grandes- Carrieres. Tenía el presentimiento de que, a partir de ahora, nunca más podría venir a buscarme. Me había ido demasiado lejos.»

Jacqueline se ha ido muy lejos. Se ha ido con Jeannette con la que toma alcohol y «nieve». Se ha ido con las compañías de Le Canter. No es feliz. Ha mentido a Jeannette nada más conocerla porque ella es quién es pero quizás hubiese querido ser otra, pero no puede. «Siempre había soñado con ser estudiante, por la palabra, que me parecía elegante. Pero aquel sueño se convirtió en algo inaccesible el día en que no me admitieron en el liceo Jules-Ferry.»

«Un día, al amanecer, me escapé de Le Canter, donde estaba con Jeannette. (…) Me asfixiaba. Me inventé un pretexto para salir a tomar el aire. Eché a correr. (…) Dejé que se apoderase de mí una embriaguez que ni el alcohol ni la nieve hubieran podido proporcionarme nunca. (…) Estaba completamente decidida a no volver a ver a la banda de Le Canter. Más adelante, he sentido la misma embriaguez cada vez que he roto con alguien. No era de verdad yo misma más que mientras escapaba. No tengo más recuerdos buenos que los de huida o evasión. Pero la vida siempre volvía por sus fueros. Cuando llegué a la avenida de Les Brouillards, estaba segura de que alguien había quedado conmigo por esta zona y sería un nuevo punto de partida para mí.(…) Caminaba con esa sensación de liviandad que, a veces, sentimos en sueños. Ya no le tenemos miedo a nada, todos los peligros son irrisorios. Si las cosas se ponen feas de verdad, basta con despertarse. Somos invencibles. Caminaba, impaciente por llegar al final, allá donde no había más que el azul del cielo y el vacío. (…) No tardaría en llegar al filo del precipicio y me arrojaría al vacío. ¡Qué dicha flotar en el aire y saber por fin cómo era esa sensación de ingravidez que llevaba toda la vida buscando!»

Pasan los años y Louki está en boca de todos.  «Cuando de verdad queremos a una persona, hay que aceptar la parte de misterio que hay en ella…Porque por eso es por lo que la queremos, ¿verdad, Roland?»

El poder de la memoria y la búsqueda de la identidad de Louki se entremezclan en esta fabulosa novela. Todos sentiremos compasión por la dulce Louki.

21Ene/24

¿QUIÉN HA VISTO EL VIENTO? CARSON McCULLERS (PARTE 1)


La totalidad de los cuentos de la escritora norteamericana Carson McCullers (Columbus, Georgia,1917, Nueva York, 1967), editados por Seix Barral bajo el título ¿Quién ha visto el viento? es la obra que les invito a abrir hoy. «Carson McCullers transmitió con una maestría insuperable la grandeza y tragedia del alma humana. Su obra ha seducido a generaciones de lectores, mientras la crítica la encumbraba en el pedestal de los clásicos del siglo XX.», reza la cubierta del volumen. «Dotados de una insólita musicalidad, desprenden una fuerza y una pasión que sacuden a quien los lee.», se añade.

En esta entrada, recogeré citas de aquellos cuentos que más me han gustado.

En Sucker, la autora nos presenta a un chico adolescente de dieciséis años, atormentado por el desprecio de Maybelle, una chica de su instituto que le gusta, y los remordimientos de conciencia que le producen el mal trato que dispensa a su hermano de doce años con el que comparte habitación.

«Hay una cosa que he aprendido, algo que me hace sentirme culpable y es difícil de entender. Si una persona te admira mucho, la desprecias y te tiene sin cuidado; en cambio, casi con toda seguridad admiras a la persona que no te hace caso. No es fácil darse cuenta.»

«Supongo, de todos modos, que uno entiende mejor a la gente cuando es feliz que cuando está preocupado.»

«No sé qué tiene una noche oscura y fría que hace que te sientas muy cerca de alguien con quien duermes. Cuando hablas con él es como si fuerais las únicas personas despiertas en toda la ciudad.»

Una chica de dieciocho años está en Nueva York. Allí asiste a la universidad. Vive en un edificio donde comparte vecindario con gente singular. El patio de la calle Ochenta, zona oeste, título del cuento, acoge a personas que le harán preguntarse sobre el comportamiento humano y sobre lo poco que sabemos de las vidas de los que tenemos cerca.

«Cuando ves dormir, vestirse y comer a la gente, tienes la sensación de que los entiendes, incluso aunque no sepas cómo se llaman.»

«Háganse cargo de que todos los vecinos del patio nos veíamos dormir y vestirnos y cómo pasábamos nuestras horas de ocio, pro no nos hablábamos nunca. Estábamos lo bastante cerca para tirarnos comida de una ventana a otra, lo bastante cerca para que una sola metralleta pudiera habernos matados a todos en un abrir y cerrar de ojos. Pero seguíamos comportándonos como desconocidos.»

Una niña llamada Hattie y un huérfano escabechado dentro de un frasco, son los dos fascinantes elementos del relato titulado El orfanato, donde los recuerdos de la infancia deambulan entre la realidad, la imaginación y el terror.

«(…) el niño distingue dos capas de realidad: la del mundo, que se acepta como una inmensa confabulación de todos los adultos; y la no reconocida, la escondida y secreta, la profunda.»

«Los recuerdos infantiles poseen una extraña cualidad volandera, y zonas de oscuridad rodean los espacios de luz. Los recuerdos de infancia son como velas encendidas en una hectárea de oscuridad, e iluminan escenas inmóviles, separándolas de la negrura circundante.»

Conmovedor es el cuento titulado Los extranjeros. Un padre, que sufre por una hija cuyo paradero y situación desconoce, viaja en un autobús. Su comportamiento no refleja su pesar pero algo sucede que le devuelve a la tristeza. En esta sutileza reside la belleza del relato.

«Porque lo que activa un pesar latente no es una señal preestablecida (…) Se trata  de lo imprevisto y de lo indirecto. De manera que el judío podía hablar de su hija con compostura y pronunciar su nombre sin que se le quebrara la voz. Pero cuando, en el autobús, vio a un anciano duro de oído inclinar la cabeza hacia un lado para oír algún fragmento de conversación, quedó a merced de su dolor. Porque su hija tenía la costumbre de escuchar con la misma inclinación de cabeza y de lanzar una mirada rápida sólo cuando la persona que hablaba había terminado. Y el gesto casual de aquel anciano fue el aldabonazo que liberó en él la pena tanto tiempo contenida, de manera que hizo una mueca de dolor y bajó la cabeza.»

El joven Andrew rememora su juventud junto a sus hermanos y muy especialmente junto a su hermana Sara, en el restaurante de la estación de autobuses donde se encuentra. Su querida hermana, con la que construyó un planeador, con la que escuchaba música clásica. Su hermana Sara, la que un día se escapó de casa con trece años. «Quizá la música tuviera algo que ver. O puede que hubiera crecido demasiado y no supiese qué hacer con su cuerpo.» «Dijo que no estaba enfadada con nadie por ningún motivo, pero que se marchaba de casa para siempre.»

«Hay una época en que los hijos quieren escaparse de casa, prescindiendo de lo bien que se lleven con su familia. Creen que se tienen que ir por algo que han hecho, o por algo que quieren hacer, o quizá no sepan siquiera el motivo por el que se escapan. Tal vez sea un tipo de hambre difícil de calmar que les hace querer marcharse en busca de algo.»

Pero un día, Sara se marcha a estudiar a Detroit, en principio por diez meses. «Cuando Andrew volvía de clase todas las habitaciones le parecían silenciosas y horriblemente vacías.»

En ausencia de Sara, su hermano se aficiona a jugar al ajedrez gracias a un relojero judío llamado Harry. Entablan una amistad en la que Andrew comienza a sentirse incómodo, ya que la edad que los separa es bastante significativa y por el extraño carácter del hombre misterioso. «A veces, mientras se apresuraba por calles oscuras de regreso a casa, Andrew sentía un peculiar escalofrío de miedo. No sabía muy bien por qué. Como si hubiera dado todo lo que tenía a un desconocido que podía estafarlo.» A veces, el muchacho cree haberse abierto, con sus conversaciones, demasiado al relojero.

«¿No encuentras a veces horroroso ser quien eres? Me refiero a las veces en que te despiertas de repente y dices «soy yo» y te sientes asfixiado. Es como si todo lo que haces y piensas no fueran más que cabos sueltos y no hubiese nada que encajara.»

También se echó a las calles de South Highlands y vivió nuevas experiencias en el barrio negro. Así pudo conectar mejor con Vitalis, la criada que trabajaba para ellos en casa de su padre. Esta conocía a Harry. «No es más que un hombrecillo pálido (…) Casi toda la gente pequeña e insignificante se da aires. Cuanto más pequeños son, más grandes se creen. Sólo tienes que fijarte en cómo alzan la cabeza cuando caminan.»

Sara, en su ausencia, apenas escribe. Cuando su hermano intenta recordar su cara no la ve con claridad. «Casi llegó a ser para él como su madre muerta.»

Sara vuelve pero ya no es la misma. Andrew tampoco lo es. «Y siempre tenía hambre y siempre le parecía que algo estaba a punto de suceder. Y lo que sucediera le parecía que iba a ser terrible y que iba a destruirlo. Pero no era capaz de transformar aquellos presentimientos en ideas. Incluso el tiempo, los dos años largos después del regreso de Sara, parecía haber pasado por su cuerpo pero no por su entendimiento. Sólo habían sido largos meses de sentir que se hundía o de tranquilo vacío. Y cuando pensaba en ello apenas sacaba ninguna conclusión. Estaba a punto de hacerse hombre y tenía diecisiete años.»

¿Qué sucede finalmente? La solución está en este interesante cuento titulado Sin título. Lo que está claro, tal y como escribe la autora americana en este relato, es que «la gente no puede planearlo todo».

¿Puede alguien, por medio de la mentira, construir una vida atractiva? ¿Puede llegar a ser la mentira un salvavidas de una existencia anodina y por tanto, moralmente aceptable? ¿Puede, incluso, esta mentira llegar a calar en los demás hasta hacerlos caer en su corriente? Todas estas preguntas se resuelven en el cuento Madame Zilensky y el rey de Finlandia.

«La razón de las mentiras de Madame Zilensky era sencilla y triste. Toda su vida había trabajado en el piano, enseñando y escribiendo aquellas doce sinfonías hermosas e inmensas. Día y noche había luchado afanándose y volcando su alma en su trabajo, y apenas le quedaba algo de sí misma para más. Humana como era, sufría esa carencia, y hacía lo que podía para compensarla. Si pasaba la tarde inclinada sobre una mesa de la biblioteca y luego decía que había estado jugando a las cartas, era como si hubiera podido hacer las dos cosas. Por medio de sus mentiras vivía una doble vida; las mentiras doblaban lo poco de existencia que le quedaba fuera del trabajo y engrandecían el pequeño andrajo último de su vida personal.»

El cuento Muchacho obsesionado es tan duro como tierno. El adolescente Hugh vuelve de la escuela y siente verdadero pavor al comprobar que su madre no está en casa. El lector no sabe el porqué y ahí es donde reside la grandeza de este relato, que logra tenernos en tensión hasta el último momento. Hugh no quiere saber la verdad de lo ocurrido porque en el pasado le han sucedido cosas desagradables a su querida madre, por la que siente tanto afecto como rencor. Su madre ha dejado una tarta sobre la mesa de la cocina pero ninguna nota que informe de dónde se encuentra. Su amigo John intenta calmarle y Hugh le cuenta lo sucedido a su madre con anterioridad. Las conversaciones menores se entremezclan con el grave problema al que se ha tenido que enfrentar el adolescente en el pasado. Esta combinación de charlas hacen la angustia más llevadera.

«La cocina, con los impecables paños a cuadros y los cacharros limpios, era en aquel momento la mejor habitación de la casa. Y sobre la mesa esmaltada había una tarta de limón hecha por ella. Tranquilizado ante la cocina de todos los días y la tarta, Hugh regresó al vestíbulo y alzó la cabeza para llamar escaleras arriba.»

«Mi madre ha hecho la tarta, dijo Hugh. Rápidamente encontró un cuchillo y la cortó, para disipar el sentimiento de terror, cada vez más intenso.»

Pero Hugh debe enfrentarse con la realidad. Saber lo que ha ocurrido.

«Se dio la vuelta despacio para subir la escalera. Su corazón no era como un balón, sino como un rápido tambor de jazz, que resonaba cada vez más deprisa mientras subía. Iba arrastrando los pies como si vadeara un río con el agua hasta las rodillas, y tenía que sujetarse al pasamanos. La casa parecía extraña, demencial. Al mirar desde arriba a la mesa del piso bajo con el jarrón de flores primaverales recién cortadas, también le parecieron en cierto modo extrañas. En el espejo del descansillo su propia cara le sobresaltó, hasta tal punto le pareció desencajada. La inicial del jersey de su instituto estaba del revés en el reflejo, y él tenía la boca abierta como un idiota de manicomio. La cerró y su aspecto mejoró. Pero los objetos que veía, la mesa abajo, el sofá arriba, parecían hasta cierto punto resquebrajados y discordantes debido al terror que sentía, aunque eran las cosas familiares de todos los días.»

Este relato también nos habla del desconcierto y la inseguridad que nos produce el desequilibrio de las costumbres cotidianas, lo inesperado en la rutina. Todo, de repente, nos parece extraño y diferente hasta producir en nosotros un ligero sentimiento de miedo.

Todos los cuentos se desarrollan en lugares cerrados. En habitaciones, casas, edificios, hoteles, un orfanato, un coche, un estudio de música, un autobús, restaurantes o cafeterías, teatros…se mueven todos estos estupendos personajes, que ponen ante nuestros ojos lo más frágil del ser humano.

En muchos de los cuentos, además, se introduce la música. Hay representaciones musicales, músicos, estudios de música, teatros, referencias a composiciones clásicas y compositores… No hay que olvidar que la escritora estadounidense demostró, desde muy niña, un gran talento musical que le permitía tocar complejas partituras. Estudió piano durante muchos años para regocijo de su madre pero a los quince su padre le regaló una máquina de escribir y quizás esto le hizo plantearse dejar salir a la luz su gran talento para la escritura.

El libro termina con el cuento titulado ¿Quién ha visto el viento?, que da título al volumen de cuentos. El relato fue publicado en 1956, un año después de la muerte de la madre de la autora. Ken Harris es un escritor que pasa por su peor momento tanto profesional como personal. Evoca los buenos tiempos, cuando aún la página en blanco no era un martirio para él. Poco a poco se va enredando en una vida de desesperación y alcohol. Va de fiesta en fiesta y en todos estos escenarios rememora su carrera profesional, reflexiona sobre otras artes e intenta dar solución  a su tormento. Es un trabajo muy interesante donde la autora deja al descubierto las miserias del escritor y del negocio de la literatura.

«Hubo sin embargo una época( ¿cuánto tiempo había pasado?) en la que bastaba una canción en una esquina, una voz de la infancia, para que el panorama de la memoria condensara el pasado de manera que lo fortuito y lo verdadero se transfigurasen en una novela, en un relato… Hubo una época en que la página en blanco llamaba y clasificaba los recuerdos y Ken sentía ese misterioso dominio de su arte. Una época, en pocas palabras, en las que era escritor y escribía casi todos los días. Trabajaba mucho, recomponía cuidadosamente las frases, tachaba las que resultaban ofensivas y cambiaba las palabras repetidas.»

«Durante una época, el año que siguió a la guerra, vivió la alegría del escritor cuando escribe. Una época en la que todo encajaba, desde una voz de la infancia a una canción en la esquina. En la extraña euforia de su trabajo solitario se produjo una síntesis del mundo.»

«Cuando se publicó el libro y las reseñas fueron indiferentes o malas, le pareció que lo aceptaba bien, hasta que los días de desolación se fueron encadenando uno tras otro y empezó el terror.»

Ken aborrece hablar con escritores jóvenes, aquellos que aún tienen ilusión.

«Por supuesto un relato en una revista menor después de diez años no es un comienzo demasiado brillante. Pero piense en lo mucho que luchan casi todos los escritores, incluso los grandes genios. Dispongo de tiempo y de perseverancia, y cuando esta novela vea finalmente la luz, el mundo reconocerá mi talento. A Ken le resultó desagradable la total sinceridad del joven, porque veía en ella algo que él había perdido hacía mucho tiempo.»

«Un talento pequeño, de un solo relato…, eso es la cosa más traicionera que Dios puede conceder. Trabajar y trabajar, con esperanza, con fe hasta que la juventud se consume… He visto esa situación demasiadas veces. Un talento pequeño es la mayor maldición divina.»

«Sucede que a mis esperanzas les ha sucedido algo completamente descabellado. Cuando era joven estaba convencido de que iba a ser un gran escritor. Luego pasaron los años, y ya me conformaba con ser un excelente escritor menor. ¿No notas la caída mortal en eso? (…) Lo último y definitivo es renunciar por completo a escribir y conseguir un empleo como publicitario. ¿Te das cuenta del horror?»

Es interesante leer las reflexiones que hace sobre el arte de la interpretación y sobre los pintores y cómo lo compara con el acto de escribir y con el trabajo de los escritores.

«No me parece que la interpretación sea un arte creativo, sino sólo interpretativo. Mientras que el escritor, por su parte, ha de cincelar la roca fantasmal…»

«Siempre es relajante sentarse en el estudio de un pintor. Los pintores no tienen los problemas de los escritores. ¿Quién ha oído hablar de un pintor que se quede atascado? Nunca les falta algo con que trabajar: preparar el lienzo, los pinceles y todo lo demás. Mientras que una página en blanco…., los pintores no están neuróticos como muchos escritores. (…) el olor a pintura, los colores y la actividad son relajantes. No como la hoja en blanco y una habitación silenciosa. Los pintores pueden silbar mientras trabajan e incluso hablar con otras personas.»

 

McCullers está considerada, junto a William Faulkner, como una de las mejores representantes de la narrativa del Sur de Estados Unidos.

21Ene/24

¿QUIÉN HA VISTO EL VIENTO? CARSON McCULLERS (PARTE 2)


Aquí les dejo algunas de las comparaciones más bellas e imágenes literarias que más me han gustado de este hermoso libro de Carson McCullers titulado ¿Quién ha visto el viento? donde se recogen todos sus cuentos.

«Del fondo le llegó el sonido de un violonchelo que tocaba una serie de frases descendentes que caían sobre otra sin orden ni concierto, como un puñado de canicas derramándose escaleras abajo.»

«Tenía el rostro chupado, además del cuerpo deforme, y las manos delicadas como las patas de un gorrión.»

«La señora Lane apretaba tanto las flores que tenía en la mano que se doblaron sin fuerza unas sobre otras como avergonzadas.»

«Arrugas, delgadas y grises como una tela de araña, se extendieron por la piel pálida en torno a la boca y los ojos de la señora Lane.»

«Constance pensaba todavía en la pregunta que tenía que repetir, pero las palabras se le pegaban a la garganta como pegajosas bolitas de mucosidad y le pareció que si trataba de expulsarlas, lloraría.»

«Sus manos, tan flácidas y descoloridas como sebo descendieron sobre la caliente humedad que le recorría por las mejillas.»

«Y mientras contemplaba la botella vacía, tuvo una de las grotescas imágenes que tendían a presentársele a aquella hora. Se vio, junto con Marshall, en el interior de la botella de whisky. Repugnantes en su pequeñez y perfección. Se deslizaban muy enfadados, arriba y abajo, por el frío cristal transparente como simios diminutos.»

«Era un día de otoño despejado y un sol pálido, en rebanadas, se metía entre los rascacielos color pastel.»

«Constance vio cómo su madre cruzaba el césped y tomaba el sendero de grava que llevaba a la puerta principal. Caminaba tan a saltos como una marioneta. Cada tobillo huesudo se lanzaba rígidamente delante del otro, los delgados brazos huesudos se balanceaban rígidos, el delicado cuello inclinado hacia un lado.»

13Ene/24

LA CANCIÓN DE LOS VIVOS Y LOS MUERTOS. JESMYN WARD (PARTE 2)


En esta entrada presento una recopilación de algunas de las comparaciones, e imágenes más bellas e ingeniosas que he encontrado en la maravillosa novela La canción de los vivos y los muertos, a la que he dedicado mi artículo anterior.

«Recuerdo esa canción del parvulario: a veces las monjas venían al colegio con sus guitarras acústicas a la espalda como si fueran rifles y tocaban para nosotros.»

«Iba a juego con el cielo, que estaba bajo, como un colador plateado a punto de escurrir. Estaba lloviznando.»

«Una foto de un futuro bebé en el vientre; un renacuajo rojo y amarillo, con la piel y la sangre tan finas que dejan pasar la luz como una gominola.»

«(…) las gotas de sudor me brotan como espinas por el miedo a los colmillos.»

«El sonido salió de su interior como si se lo hubieran sacado con una pala.»

«Me puse tan contenta cuando me llamó (…) tan contenta que mis entrañas parecían una acequia llena de miles de renacuajos.»

«Cuando los pómulos se le empezaron a salir de la cara como rocas bajo el agua, pensé que era porque le estresaba el tema del dinero.»

«Cuando se le empezaron a marcar las vértebras de la columna como nudillos que le empujaban la espalda, pensé que era (…)»

«Las glicinas que hay a cada lado de los escalones de la entrada se han enraizado bien a la tierra, han crecido como si fueran los brazos de un hombre musculoso (…)»

«La música, toda de violines y chelos, inunda la habitación y luego se va, como el mar del Golfo de México antes de una gran tormenta.»

«La preocupación me hierve como agua al borde de un cazo.»

«(…) me siento como si hubiera perdido un juego que no sabía que estaba jugando.»

«(…) sus brazos la envuelven como una sábana enredada, cada vez más fuerte, hasta que se convierten en una única cosa, una única persona en vez de dos.»

» (…) sándwiches de pan negro con nueces rellenos de un queso con un olor muy fuerte y lonchas de pavo finas como un kleenex en medio.»

«La chimenea es grande, las molduras están algo negruzcas por las esquinas y la pintura se ha cuarteado hace tiempo, como si fuera piel de serpiente.»

«Tenía los dientes en mal estado, cada uno de ellos rodeados por un anillo negro, como una bañera sucia (…)»

«Sus huesecitos: lápices de cera y canicas.»

«(…) las sílabas se insertan en el aire como los clavos en las traviesas de madera de las vías del tren.»

«Mi columna es una cuerda tensada al norte y al sur.»

«Nunca he visto rodillas iguales: enormes pelotas de tenis llenas de polvo y desgastadas.»

«La frase me da vueltas en la cabeza como un murciélago revoloteando por las esquinas de un desván.»

«Tal vez mi corazón no se sentiría como un pájaro dando tumbos, aturdido, después de haber chocado contra un coche.»

«(…) esa cárcel era una especie de hogar para mí: terrible y formativo como las cadenas de hierro de los perros, que hacen que se vuelvan histéricos y ladren y corran en círculos y excaven bajo las raíces del césped para atormentar a animales más pequeños, para matar las cosas vivas que quedan a su alcance.»

«Mi corazón es una ardilla atrapada en un cepo.»

«Dejo que las palabras se escurran de mi boca y se queden colgadas en el aire como un hilo de pescar flojo, con un anzuelo en el que nada pica.»

» (…) me agarra del pelo, me enrolla los rizos con el dedo como si fueran espaguetis.»

«Deja el agua en la boca más tiempo del que debería, se le inflan los mofletes como globos, se las apaña para tragar y cuando termina, la cara se le rompe como si beber agua doliera.»

«El mundo es pequeño y ácido como un eructo.»

«Las orejas le salían de la cabeza como las hojas de una rama, y tenía los ojos grandes.»

«Hay tanto cielo vacío donde antes se alzaba un árbol.»

«A pesar de que Ma está sudando, su piel está pálida y seca, como un charco de barro en verano después de varias semanas sin llover.»

 

 

13Ene/24

LA CANCIÓN DE LOS VIVOS Y LOS MUERTOS. JESMYN WARD (PARTE 1)

» A veces el mundo no te da lo que necesitas por más empeño que pongas en buscarlo. A veces se lo queda para él.»

Jojo, de trece años, con su Pa y su Ma. También con su madre Leonie y su querida hermana pequeña Michaela. Con su padre Michael, con su abuelo paterno Big Joseph, el abuelo blanco, el hombre que, según Jojo, nunca ha pronunciado su nombre, con la jefa de su madre y con algunos fantasmas del pasado.

Jojo y Kayla, así es como llaman a su hermana, viven con sus abuelos negros en una granja en la costa del Golfo de Misisipi. Afortunadamente, Jojo tiene a Pa y Kayla le tiene a él porque Leonie, la madre de los niños, es una mujer despreocupada de su familia, fría y atormentada. Sólo le importa Michael y «esnifa pastillas machacadas». Todo es duro en la granja pero Jojo y Pa traen la ternura al ambiente árido y sórdido que ponen los demás a través de los comportamientos cotidianos, los gestos esporádicos, las historias del pasado y la comunión con la naturaleza. Jojo quiere ser como Pa porque de Pa, y seguramente porque la figura del padre es una imagen casi siempre ausente, le gusta todo lo que hace. «(…) la postura que ponía cuando hablaba; la forma en que se peinaba el pelo hacia atrás y se lo engominaba (…) ,me gustaba cuando me dejaba sentarme en su regazo y conducir el tractor por la parte de atrás de la casa; me gustaba como comía, de forma uniforme, rápida, ordenada; me gustaba las historias que me contaba antes de dormir. Cuando yo tenía nueve años, Pa era bueno en todo.» El amor que este nieto siento por su abuelo es abrumador y maravilloso. «Me acerqué a Pa y le di un abrazo. No recuerdo cuándo fue la última vez que lo abracé, pero parecía importante hacerlo ahora, rodearlo con mis brazos y unir mi pecho al suyo, darle una o dos palmaditas en la espalda y soltarlo. «Es Pa», pensé. «Mi Pa»

Leonie sólo tiene ojos para Michael, el padre de sus hijos. Se tiñe el pelo del color que le gusta a él y cuando Jojo está celebrando su fiesta de cumpleaños, le dice felicidades muy rápidamente y sin mirarle ni tan siquiera a la cara porque ha sonado el teléfono. Esa llamada llena de felicidad a Leonie. Michael saldrá de la cárcel en breve y la madre ausente está decidida a ir a buscarle con sus hijos. Un viaje agrio y melancólico que tendrán que sufrir los hijos. Leonie y Michel se maltratan el uno al otro pero se siguen, se entienden y viven al margen de todos los demás.

Como Ma tiene cáncer y la quimio «la ha dejado seca, la ha vaciado igual que el sol y el aire al roble negro», no le ha podido hacer a Jojo su tarta preferida, la red velvet. Leonie, que nunca está atenta a nada, que no sabe de detalles ni de gestos de cariño ha comprado un pastel «para celebrar el nacimiento de un bebé.» Aún así, Jojo está feliz hasta que la llamada de su padre se interpone. «Me inclino para soplar las velas, pero suena el teléfono y Leonie salta, y la tarta con ella. (…) Y entonces no hay tarta porque Leonie se la ha llevado con ella a la cocina y la ha puesto en la encimera, junto al teléfono. Las llamas se están comiendo la cera. Kayla grita y echa la cabeza hacia atrás. Sigo a Leonie hasta la cocina, hasta mi tarta, y Kayla sonríe. Está buscando el fuego de las velas.»

Leonie trabaja en un bar de country, el Cold Drink, un local perdido en la mitad del bosque. Minty, la dueña, comparte la coca que consume con ella. Sumida en esta espiral de autodestrucción, egoísmo y dependencia a Michael se siente, por momentos, culpable. «La cara de Jojo se me quedó clavada porque sabía que él, en secreto, esperaba que yo le iba a hacer un regalo sorpresa, algo más que esa tarta que compré para salir del paso, algo que no se acabara en tres días: una pelota de baloncesto, un libro, unas Nike de suela gruesa para añadir a su único par de zapatos.» Pero todo esto pronto lo retira de su cabeza. «Me incliné sobre la mesa. Esnifé. Un tirito limpio y abrasador hasta los huesos, y luego lo olvidé todo. Las zapatillas que no compré, la tarta derretida, la llamada de teléfono. (…) A tomar por culo todo.» A Leonie también le atormenta el recuerdo de Given, su hermano muerto hace quince años. Siempre vuelve cada vez que se droga. «Me está observando, como siempre.» Given, «el hijo que llegó muy tarde y se fue muy pronto».

Por todo esto Leonie necesita a Michael, por sus inseguridades, por sus tristezas, por su adicción. Asegura que él vio la «herida andante» que ella era y fue a ser su «bálsamo». Siempre está dispuesta a estar a su lado. Se quedó embarazada muy pronto de él, al poco de empezar a salir como novios. Tenía diecisiete años. «Desde entonces Jojo y Michaela siempre han estado ahí, aumentando la distancia entre nosotros.» Está dispuesta a hacer cualquier cosa absurda con la única intención de agradarle. «Me senté en la mesa de la cocina a pintarme las uñas de rosa pastel, el color del algodón de azúcar, porque pensaba que le iba bien a mi mano. Esperaba que el color hiciera que Michael se metiera mis dedos en su boca y dijera: » Qué rico está este caramelito.»

Leonie emprende el viaje con sus hijos y con Minty. Pronto sabremos el porqué de esta compañía. En este largo camino, vemos el lado más áspero y también la herida de la mujer. Nos damos cuenta, aunque ligeramente, de que a la chica si le importan los demás, que le duele que Pa, su padre, ya no la llame chicuela. «Ahora sólo me llama poro mi nombre, y cada vez que lo dice, suena como un guantazo.» También que quisiera, de alguna manera mostrar el amor que no sabe dar. «Michaela empieza a llorar. Jojo le acaricia la espalda y ella a él la suya, y yo me quedo ahí, viendo a mis dos hijos consolándose mutuamente. Me pican las manos, necesitan hacer algo. Podría ir con ellos y tocarlos a los dos, pero no lo hago.»

La pobre niña enferma en el viaje. Jojo estará pendiente cada segundo de ella. Jojo es el hermano, el hijo, el nieto generoso. Leonie quiere aplicar los conocimientos de medicina natural que Ma le ha transmitido y recoge hojas de zarza con el propósito de ayudar a su hija. «No quiero que Leonie le dé eso. Sé que ella cree que eso es lo que necesita, pero ella no es Ma. Ni Pa. Ella nunca ha curado nada ni ha cultivado nada en su vida, y no sabe cómo hacerlo.» Estas son las duras reflexiones que hace el niño sobre su madre. «Leonie mata cosas», apunta a propósito de unos peces que le había regalado en una ocasión y deja morir ya que nunca se preocupa de comprar comida para ellos. Todo son guiños a la clase de madre que es. Ma dirá en una ocasión que el día que su hija no compartió la comida con su nieto se dio cuenta de que Leonie carecía de instinto maternal.

Leonie cree que Jojo la ve así. «Me sienta bien ser mala; como no puedo pegarle a la cría, dejo que la rabia rebote al otro. A ése para el que nunca seré suficientemente buena. Para el que nunca seré su Ma. Sólo Leonie, un nombre envuelto en las mismas sílabas de decepción que he oído en la boca de mi madre, de mi padre, incluso de Given, durante toda mi puta vida.»

La ternura de Jojo hacia su hermana es conmovedora. Michael la pega y él la resguarda y la aleja del dolor. Su madre se desentiende de ella y él la protege, la limpia, la acaricia, la alimenta… » Todo está tranquilo dentro de casa, y por un estúpido segundo me pregunto por qué Leonie y Michael no están discutiendo por la paliza que le ha dado a Kayla. Y entonces caigo en la cuenta. Les da igual.»

En ningún momento del libro, el hijo deja de llamar a sus padres por su nombre. Sin embargo, el cariño hacia sus abuelos y hacia su hermana es absoluto.

Esta brillante novela titulada La canción de los vivos y de los muertos, de Jesmyn Ward (DeLisle, Misisipi, 1977), que les invito a abrir, fue considerada uno de las mejores obras literarias del año en 2017 y ganó el National Book Award, el premio literario más importante de los Estados Unidos. Está editada en Editorial Sexto Piso  Es un libro perfecto de principio a fin. Con una estructura magnífica, un argumento estupendo, una brillante maestría narrativa y unos personajes conmovedores y perfectamente definidos, tanto los vivos como los fantasmas está considerada como una novela de carretera, de aprendizaje, una pequeña epopeya familiar y como «un retrato del conflicto racial que aún hoy lastra las vidas de la gente corriente.» s todo eso y muchísimo más. En el siguiente post les dejaré algunas de las comparaciones más atractivas y bellas que, a mi parecer, tiene la novela.