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11Dic/10

EL TAMBOR MÁGICO: UN CUENTO DE NAVIDAD

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Bruno no sabía lo que pedir a Papá Noel aquel año. Tenía tantas cosas…No deseaba nada. Tenía todo. Por eso, cuando empezó a escribir su carta no se le ocurría nada. Después de mucho pensar, decidió que lo que quería era un tambor. Un tambor para hacer ruido, mucho ruido y molestar así a los mayores.
El día de Navidad llegó y Bruno, tal y como había pedido en la carta, recibió como regalo un tambor. Era un tambor precioso, claro está. Bruno lo recibió con cierto desdén, pero se puso a tocarlo enseguida, para tormento de todos los allí presentes.
Pronto se cansó de tocarlo, muy pronto, demasiado pronto. Tenía tantas cosas… No deseaba nada, ni siquiera su nuevo tambor.
Pasaron unas semanas, y en vista de que Bruno no hacía caso a su tambor, su madre le invitó a que lo regalase al mercado benéfico de Navidad que la ciudad organizaba para las personas que no tenían posibilidad de comprar nada nuevo a sus hijos. Bruno no lo pensó siquiera. Le dio un último golpe, sin ganas, y se lo dio a su madre.
El tambor pasó así a ocupar un espacio en el mercado benéfico al lado de otros muchos juguetes ya usados de los niños que lo tenían todo y por esa misma razón se aburrían de todo.
Enseguida un niño se interesó por el tambor. Su madre lo compró. El niño estuvo un par de días tocando el tambor, pero también se aburrió de él. No tenía tantos juguetes como Bruno en su habitación, pero si los suficientes para despreciar el tambor.
Su madre, días después, lo tiró al basurero.
El tambor sobresalía por encima de todas las bolsas de basura. Allí olvidado, sin dueño, el tambor se aburría y se lamentaba. Ningún niño se había divertido con él. Eso era, sin duda, muy triste para un juguete.
Esa misma noche, una familia pobre andaba por el parque buscando refugio para pasar la noche. La nieve cubría las aceras y el matrimonio, con su hijo, no sabía donde meterse para que el pequeño no pasara frío.
Al pasar por al lado del basurero, el niño vio el tambor. Se emocionó tanto al verlo que le parecía un sueño que aquel juguete tan bonito, tan nuevo y tan divertido estuviese abandonado entre las basuras.
Su padre lo cogió. El niño empezó a tocar. Su cara se iluminó de alegría. No había tenido ningún juguete aquella Navidad pero ahora se había encontrado ese precioso tambor. Lo agarró fuerte entre sus brazos.
Después de andar unos minutos, al fin, los padres del niño encontraron un lugar donde pasar la noche. Una casita abandonada al lado del río les serviría de refugio ese día. El padre encendió un pequeño fuego con maderas que encontró. Todos se acercaron a la pequeña hoguera para calentarse. El pequeño tocaba su tambor. Era feliz.
De repente el tambor se resvaló de sus manos y calló al fuego.
El niño lloraba desconsolado. No podía creer lo que estaba sucediendo. Su único juguete estaba ardiendo entre las llamas. Pero de entre las llamas, de forma inesperada, apareció un duende. Todos se asustaron. El niño dejó de llorar.
-Hola pequeño, dijo el duende. Soy el duende mágico del tambor de Navidad. Todos han despreciado el tambor, menos tú que lo has recogido con cariño del basurero. Nadie supo ver el secreto que el tambor guardaba porque ninguno de los niños estuvo ilusionado con él.
-¡Un duende mágico!, exclamó el niño sorprendido.
-Ahora tú y tu familia podéis pedir un deseo, explicó el duende. Yo soy un duende mágico de la Navidad y hago realidad los deseos de las personas que me necesitan de verdad.
A pesar de que no tenían nada, la familia no sabía que pedir. Estaban asustados y emocionados a la vez. La alegría no les dejaba pensar.
-Está bien, dijo el duende. Yo mismo pediré el deseo por vosotros.
-¡A mí me gustaría tener otro tambor!, respondió el niño sonrojándose.
-Eso es muy poco pequeño, le contestó el duende. Seguro que tendrás un tambor nuevo. Y además todo esto para ser feliz el resto de tus días junto con tus padres.
El duende agitó sus manos, movió sus dedos y al instante, bajo una nube de purpurina multicolor, la vieja casa del río, donde se refugiaban, se convirtió en una preciosa casa limpia, nueva, y llena de todos los muebles y todas las cosas que cualquier familia pudiera necesitar.
Ninguno de los tres tenía fuerzas, ni tan siquiera, para moverse. Cuando se tranquilizaron, recorrieron la casa de arriba abajo. Era mucho más de lo que ellos jamás pudieran haber deseado ni imaginado.
La madre besó al duende, el padre lo agarró fuerte entre sus brazos y el niño empezó a saltar con él de alegría. Su habitación tenía muchos juguetes, muchos para un niño que nunca había tenido nada, pero pocos para los niños que tenían todo. Además, el tambor que había pedido, descansaba sobre la colcha de la cama.
-Gracias por todo duende, dijo el niño. Nos has hecho felices. Nos has dado todo.
-¿Cómo podemos agradecerte todo esto?, preguntó el padre visiblemente emocionado.
-Sólo deseo una cosa, contestó el duende de la Navidad.
-¡Habla duende, habla!, dijo la madre.
-Me gustaría vivir con vosotros hasta la próxima Navidad. Entonces me meteré en el tambor de nuevo y ayudaré a otra familia.
-¡Desde luego que puedes quedarte aquí!, dijeron todos. Puedes quedarte para siempre.
Desde aquel día, todos fueron felices juntos en la casa nueva a la orilla del río y nunca olvidaron aquello que les repetía el duende: «Sólo aquellos que tienen ilusiones y no pierden la esperanza cumplen sus sueños y esos sueños guardan secretos que sólo a ellos se les presentan.»

© 2010 Araceli Cobos