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30Oct/16

PABLO, EL GUERRERO DE VERDAD

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Para Pablo Guerrero Jiménez,
porque aunque aún no lo sepa,
ganará todas las batallas
a las que se enfrente en su vida.

Era tarde, o al menos eso le pareció a Pablo cuando abrió los ojos esa mañana. Volvió a cerrarlos un poco para ver si así se hacía aún más tarde. De esa manera, quizás, ya se hubiese hecho demasiado tarde para todo, para ir a por el pan y tener que aguantar los comentarios de la panadera, para ir a la escuela, para encontrarse con ese amigo que ya no era tan amigo, para saludar al vecino que le sonreía todas las mañanas….Sólo de pensarlo, ya le entraba un cansancio…, un agobio… ¿Por qué tenía él que hacer todas estas cosas si no se sentía bien haciéndolas? Si, ya sabía, sus padres le habían dicho, que uno se tiene que enfrentar todos los días a cosas que no le gustan, pero…, él era un niño, y…, bueno, eso, y…, daba igual. Ya lo pensaría en otro momento.

Bajó las escaleras, convencido de que su madre estaría ya en la cocina charlando con su padre mientras preparaban el desayuno para él y Luisa. Pero no, no había nadie. Miró por la ventana del salón y no vio a nadie caminando por la calle, ni se escuchaba bullicio alguno de furgonetas, repartidores, vecinas, niños.. «¿Qué estaba ocurriendo?», se preguntó. Pero fue una pregunta que Pablo se hizo con una leve sonrisa de satisfacción en su rostro. Aquel silencio le agradaba mucho, a decir verdad, le encantaba. Era un día normal, pero vacío, un día en el que él no debería enfrentarse a todas aquellas situaciones cotidianas que le desagradaban. Así es que se colocó su chaqueta encima del pijama, sus botas y salió a la calle. En el parque sólo se encontró con los árboles, los bancos vacíos y el quiosco de chucherías de Mary cerrado. Se dirigió a los columpios y los probó todos, aunque los conocía, por supuesto de memoria. Pero, en soledad, todo le parecía mucho mejor.

Gritó algunos nombres de personas que conocía, pero allí no apareció ni siquiera un gato asustado. La felicidad que experimentaba era incomparable. A él le gustaba estar con gente, claro que si, le gustaban sus amigos, claro que si, incluso la escuela, claro que si. Claro que si. Todos los «claros que sí» que uno pueda imaginar, pero todo le gustaba a su manera y eso era lo que poca gente entendía. Cada día tenía que ponerse su traje de guerrero, su escudo y su espada imaginaria para enfrentarse al mundo tal y como uno parece que se tiene que enfrentar a él. Y él no quería menos a su amigo por decirle la verdad y enfadarse un día, o no le gustaba menos la escuela por no querer hacer los deberes u olvidar un cuaderno, o no sentía menos cariño por sus vecinos por saludarlos tímidamente. No. Por supuesto que no. Pero su piel de guerrero era ya tan dura que nadie podía ver lo que se escondía allá adentro. Pero…, daba igual. Ya lo pensaría en otro momento.

Sin darse cuenta, había pasado una hora. Decidió volver a casa. Cuando entró, sus padres estaban preparando el desayuno y Luisa lo miró perpleja, porque estaba claro que nadie esperaba encontrárselo abriendo la puerta, sino bajando por las escaleras.

-¿De dónde vienes a estas horas Pablo?,¿dónde has estado?, le preguntó su madre entre asombrada y asustada.

-Me desperté muy pronto y…, bueno creí que hoy era un día vacío, respondió Pablo.

-¿Vacío?, ¿qué quieres decir con eso?, dijo el padre.

-No me gustan los días en los que tengo que hacer todo lo que hay que hacer, respondió Pablo enérgico y algo enfadado. Me aburre tener que repetir las mismas cosas y que los demás piensen que si no hago las cosas como ellos quieren esas cosas ya no sirven, ni tienen importancia, ni les quiero, ni…, ni…, da igual, añadió.

Entonces sus ojos se le llenaron un poquito de lágrimas pero sin llorar, y quiso gritar pero se contuvo. Se quitó la chaqueta como el guerrero que se quita su armadura, sus botas las tiró como el guerrero que se deshace de su escudo y miró a sus padres con sus ojos grandes ojos claros clavándoles una espada imaginaria, de guerrero, por supuesto, pero de guerrero con ternura, que eso es lo que él llevaba dentro, mucha ternura y mucha bondad.

-¿Tengo que ser cómo los demás, mamá?, preguntó contrariado. Porque yo no quiero hacer daño a nadie pero quiero hacer las cosas a mi manera. Quiero querer a mi manera y saludar a mi manera, y tener mis amigos a mi manera, y comprar el pan a mi manera y aprender a mi manera.

Sus padres le miraron con cariño. Se acercaron a el y le dijeron que tenía razón, que aunque se habían dado cuenta un poco tarde, porque los padres también cometen errores, debía hacer las cosas a su manera. Le prometieron que nunca más le recriminarían un comportamiento y que intentarían entenderlo y apoyarlo porque ellos también se habían dado cuenta de que el traje de guerrero se le había quedado ya, afortunadamente pequeño. Que los demás también tendrían que aprender a entenderlo y quererlo así, tal y como era.

Pablo subió las escaleras con su madre hasta el cuarto del niño. Sacó la ropa del armario, la que se debía poner para el colegio.

-Toma, quítate el pijama y ponte la ropa Pablo.

Pablo se vistió. Guardó el pijama debajo de la almohada y después se acercó a su madre y con sus manos vacías pero llenas de sentido común, de bondad y ternura, le dijo a su madre:

-Quería guardar también el traje de guerrero aquí, debajo de la almohada, pero mejor lo guardas tú en otro sitio para que no me lo pueda poner más.

Su madre lo abrazó muy fuerte y le contestó:

-Lo vamos a tirar, ¿vale? porque ya no lo necesitas. Eres suficientemente fuerte  para poder con todas las batallas que te ponga la vida en tu camino. Sin corazas, sin escudos, sin espadas. No necesitas todas esas cosas. No lo dudes nunca Pablo. Nunca.

Bajaron las escaleras juntos, Pablo delante de su madre, sonriendo. Con fuerzas para enfrentarse a un nuevo día que se le presentaba maravilloso. Estaba feliz. Todo le pesaba menos. Su mamá bajaba detrás con las manos vacías pero, a la vez, llenas de cosas que utilizan los guerreros y también sonriendo.

Sin duda, a los cuatro se les presentaba por delante un gran día.

¿Quién duda de que las personas únicas son las más difíciles de entender? ¿Quién puede dudar de que las batallas más importantes se ganan con buenas dosis de bondad y de ternura?

 

 

 

24Sep/16

LUISA, EL AMOR, LA MAGIA Y UN ARCO IRIS

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A Luisa Guerrero Jiménez,
que es mágica,
para que nunca deje de soñar.

Si alguna vez visitáis un pueblecito blanco que descansa sobre una sierra muy alta, conoceréis a una niña que se llama Luisa. Luisa es mágica. Sí, sí, habéis leído bien, mágica quise decir. Luisa tiene sólo cuatro años y ya es mágica. ¿Sabéis la razón?. Luisa es mágica porque es especial y es especial porque es única y es única porque ante todo cree en si misma. Así es que si ella con cuatro años ya sabe todo esto, vosotros que, seguramente, seréis un poco más mayores, deberíais seguir su ejemplo. Deberíais creer en vosotros mismos, para ser únicos, especiales y mágicos a ojos de los demás.
Os contaré algo más de ella. Luisa tiene un hermano mayor, que en diciembre cumplirá siete años, al que adora. Le defiende a capa y espada cuando a éste se le presenta alguna dificultad. No se acobarda Luisa, no. ¿Sabéis por qué? ¿no? Pues es muy fácil. Luisa sabe, aunque sólo tiene cuatro años, que las cosas que uno hace con el corazón siempre son las correctas y eso le da la fuerza para llevarlas a cabo. Deberíais tomar este ejemplo también y utilizarlo durante toda vuestra vida. Pero todo esto, aunque Luisa tiene mucho talento, también se lo enseñaron sus padres, a los que adora, y que han hecho de ella un niña mágica también. Os lo resumiré así: «Sus papás le tocaron con la varita mágica del cariño y ella se hizo fuerte. Por cada abrazo, por cada beso, por cada sonrisa, Luisa iba cargándose de seguridad y esta seguridad la transformó en magia». Así es que si algún padre está leyendo ahora mismo este cuento, debería seguir este ejemplo de los papás de Luisa. Vuestros niños podrían ser entonces tan mágicos como Luisa. Yo si fuese ustedes lo probaría. ¿Qué cuesta dar abrazos, besos y regalar sonrisas? Piénsenlo.
Pero vamos a lo nuestro. Y lo nuestro es contaros a todos lo que hizo en una ocasión Luisa.
Una mañana, cuando Luisa iba a la escuela, los demás niños se quejaban de que todo estaba muy gris y muy feo. Era invierno y el sol no había salido aún, quedaban algunos pequeños charcos del día anterior y los barrenderos aún no habían limpiado la calle. Pues bien, ella, simplemente sonrió, fijó sus ojos azules en el camino asfaltado y de repente, por donde Luisa iba pisando, flores de todos los colore iban naciendo, iban brotando sin orden llenando ese espacio de la calle de colores y perfumes que alegraban a los demás niños. De este modo, todos llegaron a la escuela contentos y con una sonrisa. Y sólo porque Luisa sonrió.
Esa misma tarde, justo después de hacer los deberes, comenzó a llover a cántaros. Pablo, el hermano de Luisa, miraba triste a través de la ventana. Luisa también estaba triste porque no podrían salir un rato al parque a jugar. Su mamá les pidió que tuviesen paciencia porque, seguramente, la lluvia no tardaría mucho en irse, pero pasaban las horas y la lluvia no cesaba. Luisa, cansada de esperar, miró al cielo, concentró sus preciosos ojos azules en ellos, y de repente de detrás de una nube apareció tímido el sol que se resistía a salir. Pero cuando lo hizo, los niños salieron veloces a la calle, sin perder un minuto.
Nadie se dio cuenta de algo, pero Luisa si. El arco iris no había salido. Y eso a Luisa le entristeció.
-¿No os dais cuenta de que el arco iris no ha salido?, preguntó Luisa a los demás niños.
-Si, pero no podemos hacer nada, sonrió su amiga algo resignada.
Así eran los niños, pensó Luisa, a la primera de cambio se conformaban, o iban corriendo a lloriquear a las faldas de sus madres o a los pantalones de sus padres.
-¡Bah!, os da igual todo. ¡Vaya clase de niños que sois!, protestó Luisa mirándolos desafiantes con sus grandes ojos.
Pablo, que la conocía bien, sabía que algo estaba tramando su hermana. Cuando abría aún más sus ojos, los entornaba de esa manera, ponía sus manos en jarra y se quedaba pensativa, estaba claro que algo pasaba por su cabeza.
Sin decir nada, Luisa sacó una tiza muy gorda del bolsillo y comenzó a dibujar los peldaños de una escalera. Una escalera que pronto atravesó el parque. Y después, y ante el asombro de todos los niños, a excepción de su hermano, que conocía su magia mejor que nadie, la escalera se despegó del suelo y se convirtió en una escalera de verdad, rosa como el color de la tiza que Luisa había utilizado. Los peldaños eran esponjosos como si estuvieran hechos de algodón de azúcar. Y por cada sonrisa que Luisa lanzaba, un peldaño se iba levantando hasta que la escalera llegó al cielo. Luisa subió por ella hasta descansar en una nube, justo en una nube que aún estaba un poco gris y a la que el sol estaba haciendo cosquillas con un rayo. Unas pequeñas gotitas mojaron a Luisa, las suficientes para darse cuenta de que allí mismo tenía que dibujar el arco iris para que sus amigos los vieran. Entonces sacó otra tiza, esta vez azul y dibujó encima de la nube y rozando un poco el sol siete huecos para los siete colores del arco iris. A cada sonrisa de Luisa, aquellos caminos imaginarios iban llegando hasta la siguiente nube y de allí tocaron el pico de la sierra. Pero había un problema, al arco iris le faltaban los colores.
Pablo gritó desde abajo advirtiendo a su hermana de que el arco iris no tenía colores.
-¿Y a qué estáis esperando?, ¿es que lo tengo que hacer yo todo?, les increpó Luisa a sus amigos desde la nube.
Los niños, nuevamente desconcertados, no sabían qué era lo que Luisa deseaba realmente. Pero pronto fueron informados.
-¡Los colores!, ¡eso es lo que quiero!, ¿qué es lo que voy a querer si estoy intentando hacer un arco iris? ¿Es que acaso los niños pueden vivir sin arco iris?
-¡Claro que no!, gritó Pablo.
-¡Claro que no!, gritaron después los demás.
-Pues eso, a lo vuestro. ¡Venga deprisa!, antes de que el sol se vaya. Me queman ya las manos de tenerlo cogido. No creo que aguante mucho más aquí a mi lado.
Pero los niños, tengo que confesaros, no se enteraban de nada. ¿Cómo iban a conseguir los colores?
Y en eso tenían razón. ¿Cómo los iban a conseguir si no creían en la magia? ¿Si no creían en las cosas imposibles? Está muy claro que sólo los niños que creen en las cosas imposibles, en los sueños, en la magia, consiguen todo lo que se proponen.
Así es que a Luisa no le quedó más remedio que bajar otra vez al parque y arreglarselas ella sola.
Y una vez abajo se dijo así misma:
-Haré un montón de zumo de naranja para la estela naranja, y mamá no se enfadará porque es para algo bonito.
-Cogeré un trozito de río para el color azul, y los peces no se enfadarán porque a ellos también les gusta mirar para arriba de vez en cuando.
-A la sierra le arrancaré toda la hierba verde que encuentre, y no se enfadará porque también se la comen a veces las cabras.
-Todos los plátanos de la merienda de Pablo para la parte amarilla, y Pablo no se enfadará conmigo porque es el mejor hermano del mundo.
-Pétalos de rosa para el camino rosa, y las flores no me pincharán con sus espinas porque son tan presumidas que quieren estar en todas partes, también en el cielo.
-Cartulina de la escuela para conseguir el color lila, y la profesora no me castigará porque es para la manualidad más hermosa del mundo.
Y allá subió Luisa decidida por la escalera de tiza hasta el cielo otra vez. Por suerte el sol no se había escapado aún y ella ya tenía todo lo que necesitaba.
Poquito a poco fue rellenando aquellos caminos de tiza que ella misma había trazado con todo lo que había conseguido.
Los niños, desde abajo, sonreían, hasta que una amiga de Luisa dijo lo siguiente:
-¡Falta el color rojo!
Luisa se ofendió mucho, muchísimo. Ni de eso se habían dado cuenta. ¡Qué desastre!, pensó.
-El color rojo es el del cariño, el del amor. ¡Ese lo ponéis vosotros desde abajo!, ¿acaso lo tengo que hacer yo todo?, les increpó Luisa.
-¿Pero cómo lo hacemos Luisa?, preguntaron sus amigos.
-Abrazad a vuestros padres, que vuestros padres os abracen a vosotros, dadles besos a los viejitos que están sentados en los bancos, sonrisas a los que están enfadados…, ¡qué se yo!, todo eso. ¿Es qué no sabéis lo que es el amor?
Y yo, que estoy contando este cuento y que vi cómo Luisa hacía toda esta fantasía, le diré cuando me la encuentre la próxima vez, que no, que no todo el mundo sabe lo que significa el amor. Que no todo el mundo podría rellenar los colores del arco iris, que por eso llueve muchas veces en el corazón de muchas personas y pocas veces sale el sol. Pero que de eso ella, afortunadamente, no sabe nada, de nada, de nada. Porque recordad que Luisa es mágica por muchas cosas pero sobre todo por el amor que lleva dentro de ella que la hace ser tan mágica, tan mágica, tan mágica, como para conseguir, si fuese necesario, que el arco iris atravesara cualquier sierra del mundo.
Y el arco iris apareció en el pueblecito blanco, descansando en la sierra. Y los niños, emocionados e incluso algo asustados, lo miraban asombrados. Nunca habían visto ningún arco iris igual.
Luisa agarró con una mano a su madre y con la otra a su hermano y les dijo:
-Ya nos podemos ir a casa. Papá, seguramente, ya habrá llegado y así podremos mirar los cuatro el arco iris por la ventana.
Y así lo hicieron. Los cuatro, abrazados, miraron el arco iris desde la ventana hasta que el sol se puso en la sierra.

04Feb/16

VOLVERÁ LA PRIMAVERA. CUENTO INFANTIL

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Érase una vez la primavera, con nidos en los árboles y huevos esperando abrazar la vida. Érase una vez la primavera, con su batalla de colores, porque en los jardines ya había tulipanes, jacintos, nomeolvides, margaritas… Y érase una vez la primavera con un río donde nadaban los patos con sus pequeñas crías amarillas, como pequeños algodones de azúcar, siempre siguiendo a sus madres. Y en el río había ranitas que saltaban y mariquitas rojas con puntos negros de esas que les gusta a los niños que les hagan cosquillas en las manos. Y a toda esta hermosa primavera, Ana, no la quería.

Ansiaba con todas sus fuerzas que llegase el verano, para recoger fresas, frambuesas y cerezas, para cenar tomates maduros y merendar melocotones. Para bañarse en la playa azul, de arena blanca y ver cangrejos y conchas perfectas. Para comer helados, rodajas de sandía y bañarse en el río. Para ver las mariposas y esperar aparecer a la más hermosa. Ansiaba regar el jardín, observar a las abejas y aborrecer sus pelillos amarillos y negros, jugar con los caracoles y que estos le fueran dejando un hilo de pena al pasar por entre sus dedos. Contar las estrellas por la noche en el campo de trigo y quedar hipnotizada con la luz de las luciérnagas.

Pero cuando llegó el verano e hizo todo esto que os acabo de explicar, quiso enseguida que llegase el otoño, que desapareciese el sol o que al menos brillase con menos fuerza,  que se recogiera el trigo del campo, abrir las mazorcas de maíz y asarlas con el abuelo. Cocinar compotas de manzanas, de ciruelas, de peras y quitarles a las castañas su abrigo verde. Quizás, volar la cometa si el viento les visitaba. Ayudar a la abuela a recoger las patatas del huerto y buscar con papá setas en el bosque esperando a que apareciese una familia de gnomos.

El otoño fue largo y Ana se aburrió porque lo que más deseaba era la llegada del invierno. Y el invierno llegó, como todos los años, cargado de nieve. Sintió el calor de su gorro de lana, de sus guantes y su bufanda, de su abrigo de paño. Observó que los pájaros habían llegado a las casitas de madera que mamá había puesto en el jardín para ellos. Hizo muñecos de nieve, se tiró con su trineo por la colina. Comió naranjas y avellanas y tuvo que cenar col, pero no le importaba, porque había deseado tanto que llegase el invierno…Como el lago se había helado, patinó con su hermano pequeño sobre el, y prepararon las velas de adviento con ramas de pino y cintas rojas brillantes. Partieron nueces y comieron higos secos y fueron a los Alpes a esquiar. San Nicolás llegó con mandarinas y chocolate, el niño Cristo llegó con cajas de regalos y en Nochebuena, frente al árbol de agujas verdes, cenaron salchichas. Después volvieron a la escuela y pronto llegó el Carnaval. Hicieron máscaras de colores, como las que en Venecia se ponen las mujeres elegantes, y a su hermano le disfrazaron de arlequín.

Pero, de pronto, dejó de nevar. Nunca más nevó y al salir al campo, que ya verdeaba, Ana vio la primera campanilla de nieve, la primera flor que anuncia que la primavera está a punto de llegar. Lejos de estar triste sonrió. Pensó que el invierno había sido demasiado duro y gris, y se sonrió al pensar que pronto vendría el conejo de pascua cargado de huevos de colores. Su hermano y ella los buscarían por el jardín. Si. La primavera pronto llegaría. Y se acordó entonces de que el año pasado no la quiso porque sólo pensaba en el verano. Pero este año era feliz de esperarla. Y entre la hierba vio más florecitas de primavera que se hacían paso, aún, a duras penas. Y pensó en todos los colores de las flores, en sus perfumes, en los escarabajos que hacen cosquillas y en los patitos tan dulces como el algodón de azúcar. Y pensando en todo esto fue feliz.

Y como había soñado, y porque la vida siempre nos vuelve a sorprender, un año tras otro, con las mismas cosas bellas, la primavera volvió.

18Dic/14

EL BOSQUE DE LOS CUENTOS. UN CUENTO DE NAVIDAD

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1. EL VIEJO QUE BUSCABA LA MAGIA

La pobreza se había instalado desde hacía un par de años en El Pinar un pueblecito que, como su nombre indica, estaba rodeado de un bosque hermoso y espeso de pinos.La pobreza era, desgraciadamente, una situación normal en los tiempos que corrían y los habitantes de este pequeño municipio sabían lo que era pasar hambre. Ya nadie quería su madera. Las serrerías estaban cerradas. Los muebles no se vendían en las grandes ciudades. ¿Entonces?, ¿quién iba a comprar la madera que ellos tenían? Estaba claro que nadie.
Los vecinos se ayudaban unos a los otros como podían. Se cambiaban huevos por leche, mantequilla por chacinas, leña por lana,… y así, a duras penas, iban saliendo adelante.
Tres días antes de la Nochebuena ya de sobra sabían los niños que no recibirían regalos y no esperaban nada ni a nadie. Papá Noel hacía cinco años que no les visitaba e incluso fantaseaban pensando en lo afortunados que serían si en esta noche, a la que se llamaba mágica, tendrían algo especial que llevarse a la boca.
En la pequeña plaza del pueblo, los niños, como cada tarde, correteaban alrededor de la fuente jugando al escondite y a pillarse los unos a los otros. Hacia frío, mucho frío, porque un viento helado, desde hacía unos días, estaba soplando sin parar y sin piedad como queriendo ponerlo todo más triste.
Una de esas tardes, los niños se quedaron casi mudos cuando vieron aparecer en la plaza a un señor viejo, muy viejo, con una barba blanca abundante pero limpia y bien recortada, vestido con ropas verdes de lana y botas de cuero. Su cara era amable y enseguida les sonrió.
Los más pequeños, dejados llevar por su fantasía, creyeron que era el mismísimo Papá Noel, pero los más mayores se encargaron de decirles la verdad inmediatamente, eso de que este año tampoco vendría en su trineo a traerles regalos ni oirían su campanilla tintinear.
-¿Alguno de vosotros sabe donde se podría hospedar un viejo como yo?, preguntó a los niños según se iba acercando a ellos.
Juan, el más mayor, le explicó que su pueblo era tan pequeño que no tenía ni siquiera una fonda para los visitantes. Pero le invitó a llevarle hasta su casa. Allí siempre era bien recibido todo el mundo.
Los niños siguieron a Juan y al viejo, contentos porque, al fin, sucedía algo diferente en el pueblo.
Al entrar en la casa, la madre de Juan se quedó sorprendida y algo asustada de la visita que le llevaba su hijo. El anciano se percató del miedo de la señora y pronto la tranquilizó.
-No se preocupe señora, sólo soy un viejo trotamundos, explicó para calmarla. Escuché decir una vez a un viejo tan viejo como yo que el pinar que rodea este pueblo es mágico y quise venir para comprobarlo por mi mismo.
A la vez que le invitó a pasar, la madre de Juan hizo un mohín con la cara como dejándole claro a aquel señor que todo lo que le habían contado era una gran mentira.
-¿Cree usted buen hombre que si este bosque fuera mágico como le han contado estaríamos pasando hambre?
-No sabía de su situación, apuntó el viejo entristecido.
-Es la situación de todo el pueblo desde hace muchos años. Nadie quiere nuestra madera. Nadie la compra y sobrevivimos como podemos. ¿Cree que si la magia existiese de verdad los niños del pueblo no tendrían juguetes el día de Navidad?
La mujer le acercó una taza de leche caliente y un trozo de pan con mantequilla.
-Tiene usted razón señora.
Los niños escuchaban atentamente a la madre de Juan y al viejo muy viejo pero incluso algo ajenos a lo que hablaban. Los niños, aún en los peores momentos, siempre tienen un lugar donde refugiarse, su fantasía.
El viejo los miró. Aquellos eran los niños de los que hablaba la mujer, los niños del pueblo que, a pesar de todo, no perdían la sonrisa. Porque el viejo lo sabía, sabía muchas cosas, y de entre todas esas cosas que había aprendido a lo largo de su vida y en sus múltiples viajes, sabía que los niños nunca se rinden porque la fantasía les hace seguir adelante.
La madre de Juan le invitó a ir al bosque.
-¡Vaya! ¡vaya!, por favor. Y si encuentra la magia venga rápidamente por lo que más quiera y regálenos un trocito a los que vivimos en el pueblo, que falta nos hace.
-Iré, dijo el viejo, mientras apuraba el tazón de leche.
-Perfecto. Y si quiere posada para esta noche puede usted quedarse aquí. Si tiene algo con lo que ayudarme se lo agradeceré, en caso contrario de pobres no vamos a salir así es que se puede quedar de todas maneras.
El viejo le agradeció profundamente su hospitalidad y partió para el bosque con los niños siguiéndole como en aquel cuento seguían las ratas al flautista de Hamelin.
Mientras tanto, la madre de Juan fue avisando por todas las casas de la presencia en el pueblo de «aquel viejo chalado pero sin maldad», como ella lo definió.
-¿Que va buscando magia?, dijo Celia, una de las vecinas. ¡Otro loco! ¡Lo que nos faltaba!
-¡Imagina que encuentra algo!, exclamó un vecino.
-¡Qué inocente eres!, le respondió Rosario.
-Por soñar…., soñar no cuesta dinero, apuntó Roberto.
Los vecinos ya habían hecho un corrillo en el portal de uno de ellos y cada uno tenía una opinión, como suele suceder en estos casos.
-¿Pero…, qué es lo que quiere?, preguntó María a la madre de Juan. ¿Cómo has dejado a los niños ir sólos al bosque con él?
-Mujer, tranquila, que no es un ogro. Además, los niños son más de veinte y conocen el bosque mejor que él. No les va a hacer nada.
-Eso ya se sabe, aseguró Arturo, pero también se sabe que la magia no la va a traer.
-Pues claro que no, aseveró Miguel, incluso de mal humor. Que magia, ni magia,…
-¡Lo que hay que escuchar por tener orejas!, dijo Elena.

Pero dejemos ahora a los mayores con sus charlas y sus discusiones y vayamos con los niños y el viejo al bosque, pues se va haciendo tarde.
¿Encontrarán la magia antes de llegar a casa?
Eso es algo que aún no podemos saber

2.CUANDO SE ABRAZA A UN ÁRBOL NACE LA MAGIA

-¿Por qué abrazas a los árboles?, preguntó Juan.
-¿No os habéis dado cuenta de que están muy solos?, preguntó el viejo a los niños.
-¿Solos?, dijo Celia, una niña de diez años, con ironía. Si están apelotonados aquí, todos juntos.
-Si, tienes razón le respondió el viejo, pero…. ¿no te has dado cuenta de que no se pueden tocar los unos a los otros? Quizás tengan muchas ganas de abrazarse pero no pueden. No pueden moverse. ¡Imagina que contentos se pondrían si les diéramos un abrazo!
Los niños rieron, pero inmediatamente le siguieron al viejo, en lo que ellos tenían por un juego, y fueron abrazando a los árboles sin pausa, con una algarabía y una pasión como nunca antes había visto el viejo.
De pronto un niño se paró y le preguntó al anciano:
-¿Cómo sabemos que les está gustando?
-¿Tú lo pasas bien? ¿Te sientes mejor después de haberlos abrazado?
-Si, contesto rotundamente el chiquillo.
-Pues ellos también. Te lo aseguro. Tu tienes la respuesta en tus brazos.
No sabemos si el niño entendió algo de lo que le dijo el trotamundos pero sin duda se sentía mejor y siguió abrazando a los árboles y después a sus amigos, y hasta al viejo cuando se cruzó por su camino.
Los niños y las niñas estaban locos de contentos. Abrazaban, cantaban y bailaban sin parar por el bosque, como si nunca antes lo hubieran hecho.
Por el sendero que llevaba de vuelta al pueblo, el viejo les preguntó si no habían ido nunca al bosque a jugar, pues le había sorprendido mucho lo felices que los niños habían sido aquella tarde en un lugar, que él creía suficientemente conocido para ellos. Juan le respondió que no.
-No venimos nunca a jugar aquí, ¿para qué?
-Pues lo habéis pasado bien, ¿no os dais cuenta? No os olvidéis de esto que ahora mismo os voy a decir:
-Todos los bosques son mágicos si uno quiere que lo sean. Y todos los niños del mundo que yo he conocido quieren encontrar un bosque mágico, incluso hay muchos que pasan toda su vida buscando uno.
-Si, pero… pero el bosque… es eso el bosque. Es el lugar donde trabajaban nuestros padres antes, dijo Carolina algo triste. Ahora no sirve para nada.
El viejo la miró fijamente a la cara y algo dolorido con ella le contestó:
-¿De verdad crees que no sirve para nada? Te ha hecho feliz esta tarde mientras corrías y saltabas entre sus árboles. Eso es algo mágico.
Los niños le miraron algo contrariados y también bastante decepcionados. No les parecía a ellos aquello algo mágico. Se lo habían pasado bien, pero nada más.
Cada uno volvió a su casa y Juan con el viejo a la suya. Allí la madre los estaba esperando y lo primero que preguntó con cierta sorna fue si había encontrado la magia.
El viejo calló unos segundos y asintió con la cabeza.
La mujer soltó una carcajada.
-¿La tiene usted en el bolsillo de su pantalón?, le preguntó con desdén.
-No, en realidad, le tengo que decir que siempre la llevo conmigo.
– ¡Caramba!, pues ya sabe, deje un trozo antes de irse.
– Gustosamente les dejaría un trozo antes de irme, pero ese trozo se acabaría. Tengo que ser capaz en estos tres días, antes de que llegue la Navidad, de que ustedes encuentren la magia y así nunca se les agote.
-¡Pues eso no está mal!, exclamó la mujer mientras pensaba para sus adentros que el viejo estaba más chiflado de lo que ella había pronosticado en un principio. Pero aún así le dio cobijo y le aseguró que se podía quedar el tiempo que quisiera a cambio de esa magia que prometía.
Y el viejo, antes de irse a dormir aquella noche, le prometió a la madre de Juan que así sería.
Y la madre de Juan se acordó de aquello de no dar los peces sino la caña para pescar y las enseñanzas para llevarlo a cabo pero…. era solo un viejo chiflado, sólo eso, un viejo chiflado.

3. CUANDO SE CUENTA UN CUENTO NACE LA MAGIA

Los niños volvieron con el viejo al bosque porque no tenían otra cosa mejor que hacer, pero ya no creían las cosas que decía. En dos días no había conseguido encontrar la magia en el bosque aunque el aseguraba que ellos eran los que no la habían encontrado aún.
-Este bosque es mágico y hasta que vosotros no os deis cuenta no podréis hacerlo saber a los demás. Nadie os creerá sino lo creéis vosotros mismos.
-¡Nosotros aún no hemos visto nada mágico!, exclamó enojada Patricia. ¡Díganos donde ve usted la magia!
-¡Yo también me estoy cansando de esperar!, espetó otro chiquillo. Aquí no hay magia, ni vendrá Papá Noel ni nada. Y se echó a llorar.
Entonces el viejo para calmarles empezó a contarles historias de sus viajes y eso les gustó bastante a los niños.
Les habló de piratas sin dientes que robaban oro a los reyes, de princesas encerradas en cuevas de fantasmas que eran rescatadas por ranas que se convertían en príncipes, de ogros buenos a los que nadie quería pero que se querían mucho entre ellos, de arañas que tejían los días y las noches con agujas de plata, de astronautas que iban al espacio a robar estrellas y de una luna que las rescataba a todas, de brujas que utilizaban pócimas para castigar a los malos y de malos que se volvían buenos, de islas con tesoros, y de tesoros sin plata, oro ni diamantes, de castillos embrujados con pasadizos secretos y de alfombras que volaban por el cielo.
Todo eso les contó hasta que cayó la noche. Los niños estaban fascinados con las historias del trotamundos y no querían irse del bosque. El bosque se había convertido en un lugar un poco mágico y especial donde poder escuchar esas historias tan interesantes, pero como ya había oscurecido y el viejo pensó que los padres podían estar preocupados les prometió que por la noche, alrededor del fuego y de la cena de Nochebuena les seguiría contando historias mágicas.
Y así sucedió. Aquella noche los vecinos se reunieron juntos para comer y beber y compartir la cena de Nochebuena. Consistía en lo de siempre pero intentaron hacer de la normalidad algo especial. Los niños esperaban con mucha ansia los cuentos del anciano y este comenzó a contarlos. Al de un rato, los mayores fascinados también por las historias mágicas se acercaron a los niños para poder escuchar al viejo.
Porque os diré algo, por si aún no lo sabéis, la magia es contagiosa. Os lo aseguro.
Entonces el viejo les contó un cuento de un bosque de pinos donde de las ramas colgaban cuentos. En ese bosque había hadas y duendes que escribían esos cuentos y princesas y príncipes que los leían, y brujas que intentaban poner finales tristes, y niños buenos que los corregían para que tuvieran finales felices. Un cuento de un bosque en un pueblo pequeño donde la gente no sabía que ese bosque era mágico, pero donde una vez vino un viejo a ver que sucedía y encontró esa magia. Entonces el viejo lo fue contando por todo el mundo donde le llevaban sus zapatos. La historia del bosque mágico corrió tan rápido como la pólvora. En los cinco continentes del mundo se sabía que en un pueblecito pequeño y remoto había un bosque lleno de pinos mágicos y que de las ramas de esos pinos colgaban cuentos y que hasta las ardillas abrazaban todos los días los troncos de esos árboles para darles las gracias de darles piñones y cuentos. Y todo el mundo que visitaba aquel bosque acababa abrazando a los árboles y siendo felices.
Los mayores tragaban saliva y a los niños les pareció un relato precioso.
-¡Qué felices seríamos si ese bosque fuese nuestro bosque!, dijo de pronto una de las niñas.
-Si, eso sería genial, apuntó Juan.
Su madre asintió con la cabeza, y los mayores rieron, y algunos dijo que se acabó ya de cuentos y que se acercaran a la mesa para seguir comiendo.
Pero Juan se quedó pensando en todo lo que había dicho el viejo, y fue a su casa corriendo. Cogió todo el papel que tenía, sus lapiceros y sus pinturas y les dijo a los niños que empezaran a escribir cuentos. Los niños jugaron durante toda la noche a escribir cuentos a imaginar historias, a soñar, a hacer la magia realidad. Al final, agotados de su propia imaginación, de sus dibujos y de sus ilusiones fueron donde el viejo y le dijeron lo siguiente:
-Cuando te vayas querido anciano di por el mundo que aquí hay un bosque mágico, donde de las ramas de los pinos cuelgan cuentos que escriben duendes y hadas. Que en el viven príncipes y princesas que adoran leerlos, que hay alguna que otra bruja que intenta poner finales tristes, pero que los niños que vivimos aquí los corregimos todos porque no queremos nunca finales tristes. Y que hasta las ardillas abrazan a los árboles para darles las gracias por darles piñones y cuentos. Por favor, di todo esto, así el mundo entero vendrá a visitarlo, porque los niños, como tu dijiste, se pasan la vida buscando bosques mágicos.
La gente vendrá, leerán los cuentos, disfrutarán del bosque, comprará nuestra leche, nuestra mantequilla, nuestro pan y nuestra lana y nunca más seremos pobres. Y creerán en la magia para siempre. ¿Lo harás?, preguntó Juan. ¿Contarás todo esto al mundo cuando te vayas?
El viejo le abrazó muy fuerte. El resto de los niños y los mayores estaban en silencio. Emocionados.
-Por supuesto que lo haré querido, respondió el viejo con una gran sonrisa, pero ahora que la magia está aquí ya con todos vosotros me tengo que ir. Hay más gente que necesita encontrar la magia en su vida. Vosotros ya la tenéis pero ahora escuchad todos atentamente mi último consejo, por favor, nunca la perdáis.

Estas fueron sus últimas palabras. Y desapareció. Si así. Tal y como os lo cuento. Como por arte de magia. Mientras sonreía se desvaneció en el aire de aquella habitación donde se celebraba la Nochebuena. Eso sí, lo único que se oyó fueron unas campanitas repiquetear de forma graciosa y cuando abrieron la puerta los vecinos vieron que todo estaba cubierto de nieve y sobre la nieve había unas huellas de trineo y por el cielo vieron, ya a lo lejos, a unos renos y a un hombre vestido de verde que decía adiós con su mano mientras sonreía.

15Ene/14

PASADO, PRESENTE, FUTURO

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Érase una vez un Presente loco por ser un Futuro. Se tumbaba a soñar en el sofá con los tiempos que estaban por llegar sin saber que cada segundo que pasaba pensando en ser un Futuro, un Futuro alegre, diferente, especial, ya era solamente un Pasado. Pero del Pasado, ese que conocía pero al que no hacía caso, no quería ni oír hablar. ¡Pobre Presente que ya era Pasado!
El Pasado tocó a su casa en una ocasión e intentó explicarle que no existía un Futuro. El Presente se indignó y lo echó de casa.
«¿Por qué se empeñaba el Presente en ser Futuro?», pensó el Pasado mientras marchaba a resguardarse en sus recuerdos.
Después de darle muchas vueltas al asunto llegó a estas tres conclusiones:
-El Presente sólo pensaba en ser Futuro porque no estaba satisfecho.
-El Presente sólo pensaba en ser Futuro porque le entristecía el Pasado.
-El Presente sólo pensaba en ser Futuro porque el Futuro es solo un deseo. Y ya se sabe que los deseos los imaginamos siempre de la mejor de las maneras.
El Pasado fue a visitar de nuevo al Presente y éste le dijo que se fuese inmediatamente, que su presencia le hacía daño.
-Sólo quiero hacerte una pregunta, le dijo el Pasado.
-Adelante.
-¿Eres feliz?
-¡Claro que no!, respondió el Presente algo indignado. ¿No ves cómo sufro por no ser un Futuro?
-Está bien, comentó el Pasado. Ya no volveré a molestarte. Pero piensa en algo, eres un Presente, vive y acéptate.
El Pasado se fue para siempre, pero el Presente seguía recordándole. Aquello le torturaba día tras día porque creía que sólo librándose de ese Pasado alcanzaría el Futuro.
Y así sufrió año tras año tumbado en el sofá hasta que murió, intentando librarse de sus recuerdos, sin darse cuenta de que los Presentes, todos, están hechos de un poquito de buen y mal pasado, de un poquito de buen y mal presente y de un futuro que traerá a partes iguales un poquito de maldad y un poquito de bondad. Pero a estas cosas no hay que tenerlas miedo, porque así, y no de otra forma, es la vida
El Pasado siguió tranquilo refugiándose en sus recuerdos y el Futuro burlón, según tengo entendido, no fue ni siquiera a su entierro.

11Ene/14

NAO Y LOS TRES REGALOS MAGICOS

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Nao, un chico de unos diez años, vive en una ciudad a la que ha tenido que emigrar con toda su familia. La vida allí es difícil, añoran el campo y las montañas, pero todo cambiará cuando Nao recibe tres regalos mágicos: un pez, una locomotora y una cometa. Estos tres regalos cambiarán la vida de toda la familia.
Se adentrarán en un mundo mágico, en el archipiélago de los cuatro elementos, donde a Nao le esperan muchas e increíbles aventuras. Deberá luchar contra un anfibio gigante, un dragón,… y por el camino no estará solo. Sus amigos le acompañarán y descubrirán, todos ellos, que la unión, como se suele decir, hace la fuerza, y que la amistad es un gran tesoro al que merece la pena cuidar.
Con este libro, los más jóvenes de la casa podrán adentrarse en el mundo de la fantasía y de las novelas de este género.

Capítulo I. Los tres regalos mágicos
Capítulo II. La Navidad
Capítulo III. Di y el príncipe
Capitulo IV. El príncipe Al
Capítulo V. La isla Agua
Capítulo VI. La isla Fuego
Capítulo VII. La isla Aire