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15Abr/16

QUERIDO LUIS. ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Como ya he apuntado en comentarios anteriores, en vacaciones, bien sean de verano, Semana Santa o Navidad, aprovecho para leer, entre otras cosas, columnas de opinión. Siempre busco los artículos que firman los escritores, para así conocerles un poco mejor. Estas vacaciones (que para mí duraron hasta el lunes día 4, de ahí que lo introduzca como artículo «vacacional» aunque esté fechado el domingo 3 de abril en el periódico El País), me quedo con el escrito por Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén 1956) titulado «Querido Luis«.

El autor andaluz comienza su columna con una cita de la autora Emily Dickinson que ella escribió en una carta y dice así: «De nuestras mejores acciones no llegamos a enterarnos». Y bajo esta, a mi parecer, certeza,  continúa el escritor argumentando:

«Afortunadamente tú y yo volvimos a vernos 20 años después de que yo dejara la escuela en la que había sido alumno tuyo, y tuve la oportunidad de recordarte y agradecerte algo que hiciste por mi, y que podías haber olvidado. Volvimos a vernos cuando yo acababa de publicar mi primera novela. En ella hay una escena que tenía mucho que ver contigo. En torno a 1910, el padre del protagonista, un hortelano, va a la escuela para avisarle al maestro de que su hijo ya no volverá más. El niño tiene 11 o 12 años, y a esa edad ya hace falta que se ponga a trabajar junto a su padre en el campo. El maestro le pide que no lo haga, al menos todavía, que lo deje seguir estudiando. El padre accede, quizás más por falta de carácter ante la autoridad que por convicción, y eso hace que la vida de su hijo cambie de dirección para siempre.» Con este párrafo ya deja claro que nos pretende explicar Muñoz Molina, que él, siendo un chaval, vivió la misma situación. Que su padre visitó a aquel «querido Luis» en la escuela La Sagrada Familia de Úbeda para decirle que su hijo, y al igual que el muchacho de su novela,  iba a dejar la escuela porque debía ponerse a trabajar en la huerta.

«Mi padre había comprado con mucho esfuerzo y mucha ilusión aquella huerta que era su vida, y que podía ser también la mía cuando yo fuera haciéndome mayor. Era una huerta con buena tierra y mucha agua, y cada día sacábamos de ella una gran carga de hortaliza que luego mi padre vendía en el mercado. (…) Mi padre había conocido de niño el hambre de la posguerra: la huerta era para él una garantía de que si trabajábamos mucho no nos faltaría de nada.»

Qué bonito encuentro rendir un homenaje, como el escritor ha hecho en este artículo, a todos aquellos profesores que se preocuparon por nosotros, que nos dieron sus lecciones con una sonrisa, queriéndonos hacer mejor personas, enseñando con cariño, con ilusión, con alegría, con entusiasmo. Yo tuve muchos de esos y desde aquí, y valiéndome de este artículo les rindo homenaje a ellos también. Muchas gracias por todo. Gracias por enseñarme tanto y no sólo lo que está en los libros.

«Tú le aseguraste a mi padre que yo «valía para estudiar», y que podría conseguir becas. Él te hizo caso. Te prometió que al menos me dejaría estudiar unos años, a ver qué pasaba. Y así cambió mi vida. (…) cada vida es única, y está gobernada por azares irrebatibles. Si yo no dejé la escuela a los 11 años fue gracias a ti, y al respeto que te tenía mi padre.»

«El mundo en el que vivimos ahora no tiene nada que ver con el de entonces, como si nos separaran de él no décadas, sino siglos. Es fácil mirar o imaginar el pasado con un sentimentalismo que encubre la condescendencia, quizás con el exotismo de lo pintoresco. Pero tú sabes mejor que yo lo que significaba una escuela en la que los hijos de los trabajadores éramos tratados exactamente igual que los demás, y en la que a pesar de los pesares, lo himnos patrióticos, la misa, el rosario, gente como tú se las arreglaba para contagiarnos el amor por el conocimiento y la lectura»

Y acaba el artículo el gran escritor diciendo lo siguiente:

«El tiempo se va tan rápido que no conviene postergar nunca los agradecimientos. El mío hacia ti me durará mientras viva.»

El mío hacia todos ustedes, mis maestros, mis profesores, también durará mientras viva. Muchas gracias.