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29Dic/09

VIAJE A LA SEMILLA. ALEJO CARPENTIER

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Les propongo un viaje. Un viaje corto, un viaje único, un viaje inolvidable. Imaginen que no van a una playa ni se sientan en la arena, ni ven los barcos al fondo, ni el horizonte, no, no, nada de eso. Imaginen todo al revés. Imaginen que ustedes emergen del agua, que incluso eran un pez, un pez chiquitito, que después se convierte en delfín y después en un humano y después su horizonte es la arena, y caminan hasta alcanzarla, y allí se tumban sin pensar en nada. Parece interesante, pero no, no lo es.
El viaje más dulce, más interesante viene de la mano de Alejo Carpentier. Sólo un genio puede escribir el cuento “Viaje a la semilla”. Publicado en 1944 en una edición de 100 ejemplares, el escrito nos transporta a la Cuba colonial del siglo XIX y allí conocemos el nacimiento y la muerte de Don Marcial, Marqués de Capellanías, además de sus vivencias y la extraña y mágica historia de los muebles y objetos de su casa.
Periodista, musicólogo, escritor de libretos para ballet, el novelista Alejo Carpentier (La Habana, 1904- París, 1980) es un escritor único. El estilo barroco de sus trabajos y su teoría de lo “real maravilloso”, son temas de sobra conocidos por sus seguidores. Su infinita imaginación te transporta a lugares fantásticos en los que, sin embargo, todo es tan real…
Es mágico Carpentier. Pueden empezar abriendo cualquiera de sus obras: “¡Écue- Yamba-O!”, o “El reino de este mundo”, o “Los pasos perdidos”, o cualquiera de sus escritos, pero yo les propongo abrir “Viaje a la semilla”, dejarse llevar, y así empezar a conocer a este maestro de la literatura si es que ustedes aún no lo han leído.
La editorial Atalanta publicó un libro en 2008 donde se recogen éste y la “nouvelle” “Concierto barroco”.
Quisiera destacar algún párrafo del capítulo XII del cuento, uno de los más bellos en mi opinión.

“Las aves volvieron al huevo en torbellino de plumas. Los peces cuajaron la hueva dejando una nevada de escamas en el fondo del estanque. Las palmas doblaron las pencas, desapareciendo en la tierra como abanicos cerrados. Los tallos sorbían sus hojas y el suelo tiraba de todo lo que le perteneciera. El trueno retumbaba en los corredores. Crecían pelos en la gamuza de los guantes. Las mantas de lana se destejían, redondeando el vellón de los carneros distantes. Los armarios, los vargueños, las camas, los crucifijos, las mesas, las persianas, salieron volando en la noche, buscando sus antiguas raíces al pie de las selvas. Todo lo que tuviera clavos se desmoronaba. Un bergantín, anclado no se sabía dónde, llevó presurosamente a Italia los mármoles del piso y de la fuente. Las panoplias, los herrajes, las llaves, las cazuelas de cobre, los bocados de las cuadras, se derretían, engrosando un río de metal que galerías sin techo canalizaban hacia la tierra. Todo se metamorfoseaba, regresando a la condición primera. El barro se volvió barro, dejando un yermo en lugar de la casa.”

¿Han leído alguna vez algo más bello?

De este cuento hay momentos inolvidables y descripciones graciosas como una referente a la infancia de Don Marcial, cuando jugaba con su perro Canelo:

“Canelo y Marcial orinaban juntos. A veces escogían la alfombra persa del salón, para dibujar en su lana formas de nubes pardas que se ensanchaban lentamente. Eso costaba castigo de cintarazos. Pero los cintarazos no dolían tanto como creían las personas mayores. (…) Ambos comían tierra, se revolcaban al sol, bebían en la fuente de los peces, buscaban sombra y perfume al pie de las albahacas.”

Y otras, más irónicas, al hablar de su padre:

“Marcial respetaba al Marqués, pero era por razones que nadie hubiera acertado a suponer. Lo respetaba porque era de elevada estatura y salía, en noches de baile, con el pecho rutilante de condecoraciones; porque le envidiaba el sable y los entorchados de oficial de milicias; porque, en Pascuas, había comido un pavo entero, relleno de almendras y pasas, ganando una apuesta; porque, cierta vez, sin duda con el ánimo de azotarla agarró a una de las mulatas que barrían la rotonda, llevándola en brazos a su habitación. Marcial, oculto detrás de una cortina, la vio salir poco después llorosa y desabrochada, alegrándose del castigo, pues era la que siempre vaciaba las fuentes de compota devueltas a la alacena.
El padre era un ser terrible y magnánimo al que debía amarse después de Dios. Para Marcial era más Dios que Dios, porque sus dones eran cotidianos y tangibles. Pero prefería el Dios del cielo, porque fastidiaba menos.”

© 2009 Araceli Cobos