LAS AVENTURAS DEL BARÓN MÜNCHHAUSEN. GOTFFRIED A. BÜRGER (PARTE 2)

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El genio en el movimiento alemán «Sturm und Drang», del que hablaba en el anterior post, será un individuo capaz de saltarse las reglas impuestas por la sociedad de mediocres, como el barón Münchausen. Pero también será como apunta Gautier, ese ser que a través de las experiencias de su libertad creadora es capaz de expresar, en su voz particular, el sentido del todo y el sentir de todos, que se identifica ahora con el sentido popular.
La comunión de Bürger con los principios del movimiento, fomentados en su mayor parte por Hamann, Herder y Goethe, será la causa de que , entre la aparente intrascendencia de las aventuras del barón, habite una decidida voluntad de atropellar a la razón ordinaria, una reacción de la fantasía frente a una realidad inhabitable, absurda y gris, un cierto anticlericalismo y, en fin, esa genialidad del «barón» para crear con la magia de sus narraciones un mundo que es tan de verdad como ese otro mundo que hay quien imagina real.
El escritor intenta dinamitar, mediante la sátira, la exageración y la mentira de guante blanco, la más peligrosa de las mentiras: la verdad envenenada (que suele coincidir con la verdad más comúnmente aceptada por cada época). Contra esa «verdad» se revela la naturalidad con que el barón se sube a lomos de una bala de cañón o trepa hasta la luna por el tallo de un guisante turco; contra quienes la sostienen, caciques, pedantes, conserjes, mediocres, clérigos de vida disipada o filósofos ilustradamente restriñidos, el barón dirigirá todas sus sátiras, su socarronería y alguna que otra blasfemia.
Y ese es el encantador, loco y aventurero barón que ha llegado a nosotros. El que conocemos después de este periplo de ediciones, influencias,… Y es, llegados a este punto, cuando les invito a abrir este libro, que como sucede con otros como por ejemplo con «El principito» de Antoine de Saint- Exupéry o «Alicia en el país de las maravillas», de Lewis Carroll, por citar dos ejemplos, se puede leer desde el análisis de un adulto, teniendo en cuenta todo lo que les he ido contando a lo largo de estos dos posts o desde la inocencia de un niño que sólo quiere pasarlo bien y participar de las aventuras de un loco estupendo y simpático, que existió pero que, parece ser, ni fue tan fanfarrón, ni tan loco ni tan mentiroso, pero que a los lectores que nos fascina, lo queremos así, tan quijotesco, tan loco, tan mentiroso y tan simpático. Sencillamente encantador.
Y ahora me enfrento al momento más difícil, elegir una de sus aventuras para que a ustedes, si no conocen la obras, le entren unas ganas locas de abrirla. Una obra que se acerca mucho al lector y lo envuelve al estar escrita en primera persona. Difícil empresa esta de escoger unas y dejar otras aventuras, porque todas ellas son igual de fascinantes. Así es que les dejo con el segundo viaje a la Luna por lo extraordinario y humorístico de su relato, del capítulo XVI titulado : Décima aventura por mar (Segundo viaje a la Luna).

«Ya os he hablado, señores, de un viaje que hice a la Luna a buscar mi hacha de plata. Después tuve ocasión de volver a ella, pero de una manera mucho más agradable, permaneciendo allí bastante tiempo para hacer varias observaciones, que voy a comunicaros tan exactamente como mi memoria me lo permita.
A uno de mis parientes lejanos se le metió en la cabeza que debía haber absolutamente alguna parte un pueblo igual en tamaño al que Gulliver pretende haber hallado el reino de Brobdingnag, y resolvió partir en busca de este pueblo, rogándome que lo acompañara. Por mi parte, yo había considerado siempre que la narración de Gulliver no era sino un cuento de niños, y no creía más en la existencia de Brobdingnag que en la del El Dorado; pero como este honorable pariente me había instituido su heredero universal, y a comprenderéis que le debía algunos miramientos.
Llegamos felizmente a los mares del Sur sin encontrar nada digno de mención, a no ser algunos hombres y mujeres volantes que danzaban en minué por los aires.
Dieciocho días después de haber pasado a Otaiti, se desencadenó un huracán que arrebató nuestro barco a cerca de mil leguas sobre el nivel del mar y nos mantuvo en esta posición durante mucho tiempo.
Por último, un viento favorable infló nuestra vela y nos llevó con rapidez extraordinaria.
Viajábamos hacía seis semanas por encima de las nubes, cuando descubrimos una vasta tierra, redonda y brillante, semejante a una espléndida isla. Entramos en un excelente puerto, saltamos a la Tierra que habíamos dejado.
En la Luna, porque la Luna era la isla resplandeciente que acabábamos de arribar, vimos grandes seres montados en buitres de tres cabezas. (…)
Cuando nosotros llegamos, el rey de aquel país estaba en guerra con el Sol, y me ofreció despacho de oficial; pero yo no acepté el honor que me ofrecía Su Majestad.
Todo en aquel mundo era extraordinariamente grande: una mosca ordinaria, por ejemplo, es casi tan grande como un carnero de los nuestros. Las armas usuales de los habitantes de la Luna son rábanos silvestres que manejan como jabalinas y dan muerte a los que alcanzan.
Cuando la estación de los rábanos ha pasado, emplean los espárragos con el mismo éxito.
Por escudos usan grandes hongos.
(…) no consagran tiempo a sus comidas; tienen en el costado izquierdo una ventanilla, por donde introducen en el estómago el alimento; después cierran la ventana, hasta que pasado un mes repiten la operación. No hacen, pues, más que doce comidas al año, combinación que todo hombre sobrio debe hallar superior a la usada entre nosotros.
Los goces del amor son completamente desconocidos en la Luna, porque así entre los seres racionales como entre los brutos, no hay más que un solo sexo. Todo nace en árboles que difieren al infinito unos de otros, según el fruto que producen. Los que producen seres racionales u hombres son mucho más bellos que los otros; tienen grandes ramas rectas y hojas de color carne, consistiendo su fruto en nueces de cáscara purísima y de seis pies, lo menos, de longitud. Cuando se quiere sacar lo que hay dentro se echan en una gran caldera de agua hirviendo; ábrese entonces la cáscara y sale una criatura viva.
Antes de venir al mundo, ha recibido ya su espíritu un destino determinado por la naturaleza.
De una cáscara sale un soldado, de otra un filósofo, de otra un teólogo, de otra un jurisconsulto, de otra un agricultor, de otra un ganapán, y así sucesivamente, y cada uno se pone desde luego a practicar lo que conoce teóricamente. La dificultad consiste en juzgar con certeza lo que contiene cada cáscara; en la época de mi estancia allá, afirmaba un sabio del país, que poseía este este secreto.
Pero no se hacía caso de él, teniéndolo por loco.
Cuando los habitantes de la Luna llegan a viejos, no mueren como nosotros, sino que se disuelven en el aire y se desvanecen en humo. (…)
Llevan la cabeza debajo del brazo derecho, y cuando van de viaje o tienen que ejecutar algún trabajo que exija mucho movimiento, suelen dejársela en casa, como quiera que pueden pedirle consejo en la distancia. (…)
Pueden a su grado quitarse y ponerse los ojos, y cuando los tienen en la mano ven igualmente que cuando los tienen en la cara. Si por casualidad pierden uno, pueden alquilar o comprar otro que les hace el mismo servicio. Así es que en la Luna se encuentran en cada esquina gentes que venden ojos, teniendo el más variado surtido, porque la moda cambia con frecuencia: ora los ojos azules, ora los negros, son los que se estilan.
Comprendo, señores, que todo esto deber parecerles extraño; pero ruego a los que duden de mi veracidad, se sirvan pasar a la Luna a comprobar los hechos y a convencerse de que he respetado la verdad tanto como cualquier otro viajero.»

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