LA PERLA. JOHN STEINBECK

«Ostras grises con pliegues como faldas femeninas, ostras recubiertas de impávidos peces de roca y escondidas entre largos tallos vegetales, y, por encima, pequeños cangrejos pululando incesantemente. A un accidente estaban expuestas estas ostras: que un grano de arena cayese entre los pliegues de sus músculos e irritase su carne hasta que ésta, para protegerse, recubriera el grano con una capa de suave cemento. Pero una vez empezada, el organismo no podría detener esta secreción sobre el cuerpo extraño, hasta que se desprendiera en una bajamar o la ostra fuese destruida. 

Durante siglos los hombres habían buceado para arrancar las ostras de sus lechos y abrirlas, en busca de granos de arena recubiertos. Nubes de peces vivían desde entonces con las ostras devueltas rotas al mar. Pero las perlas eran meros accidentes y hallar una era suerte un golpecito amistoso de un dios en el hombro del escogido. »

Cuando en 1962, el día que al fabuloso escritor norteamericano John Steinbeck (Salinas, California, 1902- Nueva York, 1968) se le anunció que se le otorgaría el Premio Nobel de Literatura, se le preguntó si lo merecía. El autor respondió rotundo: «Francamente, no». Francamente si, si lo merecía, a pesar de las críticas que recibió. Francamente, si lo merecía porque aunque sólo hubiera escrito esta pequeña obra que hoy les invito a leer, titulada «La perla» ya hubiera sido merecedor de tal galardón, aunque fue Steinbeck un escritor de muchas más grandes obras como: «De ratones y hombres», «Las uvas de la ira», «Al este del Edén» o «Tortilla flat», entre otras, muchas de ellas llevadas al cine y todas ellas magníficas. Steinbeck, admirador de Hemingway y Faulkner, tuvo una vida fascinante y su integridad fue admirable, defensor de la naturaleza y de las clases sociales más pobres.

En el discurso de entrega de su Premio Nobel se destacó su escritura realista e imaginativa «combinando el humor simpático y la aguda percepción social.»

En esta obra, preciosa y escrita de forma magistral, Steinbeck dejó claro el valor de la familia como núcleo para vencer cualquier tipo de adversidad, dejó claro la indiferencia y discriminación a los indígenas por partes de las clases sociales más privilegiadas, dejó claro como el poder corrompe, de alguna manera, a todas las personas provengan de la clase social que provengan, sin distinciones. Deja claro que el conocimiento, el estudio nos hace libres. Pero también dejó claro el valor de la mujer en la familia, en el personaje de Juana. Admirable las descripciones que de ella hace y el valor que le otorga en toda la trama.

El pescador Kino y su mujer Juana, ambos indígenas, viven en un pequeño pueblo costero de  «casuchas de ramaje» y viejas barcas pesqueras. Son felices, como sus vecinos, habituados a su pobreza y rodeados de una naturaleza tan bella como habitual para ellos, que Steinbeck describe con una sensibilidad extraordinaria (el comienzo del libro es ya por si mismo, un cuento delicado y perfecto).

Todo transcurre sin sobresaltos, la vida cotidiana es monótona, pero todo cambia cuando un escorpión pica al pequeño Coyotito, el hijo de ambos. Se ven obligados, aunque luego el niño sanará solo gracias a los cuidados de su madre y los remedios de la naturaleza, a pedir ayuda al médico, que representa la clase social alta, la que discrimina a su clase social, a la de los indígenas.

«El doctor no se acercaba jamás a las cabañas. ¿Cómo iba a hacerlo cuando tenía más trabajo del que podía atender entre los ricos que vivían en las casas de piedra y cemento de la ciudad?»

Pero Juana, valiente, decidida, decide ir a ver al doctor. Entonces todo el pueblo la sigue. «Era ya un problema de toda la comunidad», apunta el autor. Aunque, después, veremos, como la codicia romperá la unión de ese pueblo. La procesión llega a la ciudad y a la «gran veja de la casa del doctor». Una casa en donde la cocina huele a tocino frito, donde el doctor se sienta, vestido con un batín de seda de París, en la cama a comer bizcochos servidos en bandeja de plata y chocolate caliente en una tacita de porcelana china. Esta pequeña descripción contrasta con las tortas que prepara Juana para desayunar y el pulque que bebe Kino.

«Kino vaciló un momento. Este doctor no era compatriota suyo. Este doctor era de una raza que casi durante cuatrocientos años había despreciado a raza de Kino, llenándola de terror, de modo que indígena se acercó a la puerta lleno de humildad y como siempre que se acercaba a un miembro de aquella casta, Kino se sentía débil, asustado y furioso a la vez. La ira y el terror se mezclaban en él. Le sería más fácil matar al doctor que hablarle, pues los de la estirpe del doctor hablaban a los compatriotas de Kino como si fueran simples bestias de carga. Cuando levantó su mano derecha para coger el aldabón de la verja la rabia se había apoderado de él, en sus oídos sonaba intensamente la música del enemigo y sus labios se contraían fuertemente sobre sus dientes; pero con la mano izquierda se quitaba el sombrero. El metálico aldabón resonó contra la verja. Kino acabó de destocarse y esperó. Coyotito gemía en brazos de Juana, que le hablaba dulcemente. La procesión se apiñó más para ver y oír más de cerca.»

El doctor se niega a recibir a la familia. Sabe que no tienen dinero. «¿No tengo nada que hacer más que curar mordeduras de insectos a los indios? Soy un doctor, no un veterinario.» Estas palabras le dice al criado cuando el hombre le plantea el problema de la familia. El desprecio es claro. Por tanto, las reflexiones previas de Kino cobran sentido.

Ante la desesperante situación, Kino y Juana recurren a la naturaleza, al mar, a su sustento.

«Kino y Juana descendieron lentamente hasta la playa y la canoa de Kino, la única cosa de valor que poseía en el mundo. Era muy vieja. Su abuelo la había comprado en Nayarit, se la había legado al padre de Kino y así habla llegado hasta sus manos. Era a la vez su única propiedad y su único medio de vida, pues un hombre que tenga una embarcación puede garantizar a una mujer que algo comerá. Es como un seguro contra el hambre. Cada año Kino repasaba su canoa con la materia cuyo secreto también le venía de su padre. Al llegar a la canoa acarició su proa con ternura como hacía siempre. Depositó en la arena su piedra de inmersión, su canasta y las dos cuerdas. Dobló su manta y la colocó sobre la proa.»

Quieren buscar la perla perfecta, como hacen los pescadores de perlas, para así poder venderla y salvar a su pequeño. Lo consiguen, justo en el mismo momento que Coyotito sana, gracias a los cuidados de Juana y a la broza submarina que ha ido poniéndole como cura.

«Kino vacilaba en abrirla. Sabía que lo que había visto podía ser un reflejo, un trozo de concha caído allí por casualidad o una completa ilusión. En aquel Golfo de luces inciertas había más ilusiones que realidades.

Pero sentía sobre sí los ojos de Juana, que no sabía esperar. Puso una mano en la cabeza de Coyotito, y dijo con dulzura:

– Ábrela.

Kino introdujo su cuchillo entre los bordes de caparazón. Notaba la firmeza de los músculos tensos en el interior, oponiéndose a la hoja cortante Movió ésta con destreza, el músculo se relajó y la ostra quedó abierta. Los carnosos labios saltaron desprendidos de las valvas y se replegaron vencidos Kino los apartó y allí estaba la gran perla, perfecta como la luna. Recogía la luz purificándola y devolviéndola en argéntea incandescencia. Era tan de como un huevo de gaviota. Era la perla mayor del mundo.

Juana respiró con dificultad y gimió un poco. Para Kino la secreta melodía de la Perla Posible se hizo clara y espléndida, rica y cálida, luminosa triunfante. En la superficie de la gran perla veía formas de ensueño. Extrajo la perla de la carne que la había creado y la levantó en su palma, le dio la vuelta y vio que sus curvas eran perfectas. Juan se acercó a mirarla sobre la mano de él, la misma mano que había golpeado la verja del doctor, y en la que las heridas en los nudillos se habían vuelto grisáceas por efecto del agua salada.

Instintivamente Juana se acercó a Coyotito que dormía sobre la manta de su padre. Levantó el amasijo de hierbas húmedas y miró su hombro.

-¡Kino! –gritó con voz aguda.

El dejó de mirar la perla y vio que la hinchazón remitía en el hombro del pequeño, que el veneno huía de su cuerpo. Entonces el puño de Kino se cerró sobre la perla y la emoción se adueñó de él. Echó la cabeza atrás y lanzó un alarido. Los ojos le giraban en las órbitas y su cuerpo estaba rígido. Los hombres de las demás canoas levantaron los ojos asombrados, y metiendo los remos en el mar se dirigieron hacia la canoa de Kino.

Kino es rico. Comienza a soñar con cosas que antes ni se atrevía a pensar. Quiere casarse por la iglesia, tener vestidos nuevos, un arpón de hierro, un rifle… Todos los sueños se ven reflejados en la perla blanca, que representa lo contrario al escorpión negro, el que trajo el veneno. Pero la perla trae el veneno, el cura, el doctor interesado que engaña, gracias sus conocimientos y a la ignorancia de Kino y Juana, a la pareja, haciéndoles creer que sus trabajos en este momentos son imprescindibles para que el niño no muera, porque según él aún no está curado. Kino sigue soñando, y su sueño más bonito es el que tiene destinado para Coyotito, quiere que estudie, eso les hará libres. «Mi hijo irá a la escuela., (…) Mi hijo leerá y abrirá los libros, y escribirá y lo hará bien. Y mi hijo hará números, y todas esas cosas nos harán libres porque él sabrá y por él sabremos todos.»

«Toda clase de gente empezó a interesarse por Kino -gente con cosas que vender y gente con favores que pedir—. Kino había encontrado la Perla del Mundo. La esencia de la perla se combinó con la esencia de los hombres y de la reacción precipitó un curioso residuo oscuro. Todo el mundo se sintió íntimamente ligado a la perla de Kino, y ésta entró a formar parte de los sueños, las especulaciones, los proyectos, los planes, los frutos, los deseos, las necesidades, las pasiones y los vicios de todos y de cada uno, y sólo una persona quedó al margen: Kino, con lo cual convirtióse en el enemigo común.

La noticia despertó algo infinitamente negro y malvado en la ciudad; el negro destilado era como el escorpión, como el hambre al olor de la comida, o como la soledad cuando el amor se le niega. Las glándulas venenosas de la ciudad empezaron a segregar su líquido mortífero y toda la población se inflamó, infectada.

Pero Kino y Juana no sabían nada de esto. Como eran felices y estaban excitados creían que todo el mundo compartía su alegría.»

La esencia del pueblo está cambiando. La envidia es un mal venenoso, inmisericorde. Todos se confabulan en contra de Kino y su familia. Los compradores de perlas quieren darles menos de lo que ésta verdaderamente cuesta y, finalmente, deciden marcharse del poblado. Kino está convencido de que su perla, a pesar de que los compradores de perlas le han dicho que es demasiado grande y que no tiene gran valor, lo tiene y mucho, cree convencido,y también está seguro de que quieren robarla. Su casa ha sido quemada y antes han agujerado el suelo para encontrarla, ha maltratado a Juana poseído por su ira y su locura, ha asesinado a un hombre y han destruido su barca. Sólo le queda su perla, la que cree ya que es su alma. Los tres atraviesan los parajes, Juana con miedo, Coyotito con ignorancia abrazado a su madre y Kino perseguido por su locura aún:

«Cuando por fin la venda, tendré un rifle —dijo en voz alta, y miró la reluciente esferilla en busca de su rifle, pero no vio más que un cuerpo tendido en el suelo y manando sangre de una herida en la garganta. Entonces dijo rápidamente-: Nos casaremos en la iglesia -y en la perla vio a Juana con la huella de su mano en el rostro arrastrándose por la playa—. Nuestro hijo aprenderá a leer —exclamó con frenesí, y en la perla surgió el rostro infantil hinchado y febril por efecto de la extraña medicina. »

La descripción de la huida por los parajes rocosos, intentando vencer al enemigo, a la oscuridad, la valentía de Juana, la desesperación de la familia por alcanzar el oeste, los escondites, los silencios…, es una obra maestra de la literatura. El triste final de los tres es una muerte. Pero ahora les toca a ustedes abrir el libro y disfrutar de él hasta el final, a pesar del dolor que produce.

» La perla entró en el seno de las aguas verdosas y descendió lentamente hasta el fondo. Los ondulantes tallos de las algas la atrajeron y ella se dejó abrazar. Las luces verdes del mar se repetían con gran belleza en su superficie. Por encima, el agua era un espejo ondulante. Un cangrejo que se arrastraba entre el limo levantó una nube de arena y cuando el agua recobró su nitidez la perla había desaparecido.»

Quiero destaca en el post también lo que antes he apuntado, el «homenaje» que con su escritura, hizo Steinbeck al papel de la mujer dentro de la familia, en el personaje de Juana, a la que describe como frágil sólo en apariencia, respetuosa, alegre, paciente, obediente, en la canoa «fuerte como un hombres» sabiendo soportar mejor aún «el hambre y la fatiga» que Kino.

Juana, la que cuando Kino despierta, ella ya lo ha hecho. «Los ojos de Juana también estaban abiertos. Kino no recordaba haberlos visto nunca cerrados al despertar.»

Juana, la que canta la Canción Familiar.

Juana, la que tritura el grano para cocinar tortillas calientes.

Juana, la que, con la intención inocente de salvar a Coyotito repite «una vieja fórmula mágica para guardarse del peligro.»

Juana, la que «encontró la herida ya enrojecida, la rodeó con sus labios, aspiró fuertemente, escupió y volvió a succionar mientras Coyotito chillaba. Kino permaneció en suspenso, su ayuda de nada servía, era un estorbo.»

Juana, la que recurre al doctor. «Asombroso, memorable, pedir la presencia del doctor.»

Juana, la que mira con ojos «tan filos como los de una leona. Era el primer hijo de Juana, casi todo lo que había en el mundo para ella.», cuando cree que la única solución es ir a buscar al médico ante la incredulidad de su propio marido.

Juana, la que, ante el nerviosismo de Kino, ordena, sin vacilar, abrir la ostra de donde sacan la perla perfecta. Y la que después reniega de ella, la que quiere tirar la perla para así salvar a la familia.

Juana, la que aguanta y entiende la locura de Kino, la incondicional.

Juana, la que ante los tramperos, y el miedo de Kino ordena un «¡vamos!».

También me gustaría destacar, las reflexiones que, sobre las ciudades, hace Steinbeck al inicio de los capítulos tercero y cuarto. Me parecen muy interesantes.

«Una ciudad se parece mucho a un animal. Tiene un sistema nervioso, una cabeza, unos hombros y unos pies. Está separada de las otras ciudades, de tal modo que no existen dos idénticas. Y es además un todo emocional.»

«Es maravilloso el modo con que una pequeña ciudad mantiene el dominio de sí misma y de todas sus unidades constitutivas. Si uno cualquiera de sus hombres, mujeres o niños actúa y se conduce dentro de las normas preestablecidas, sin quebrantar muros ni diferir con nadie, no hace arriesgadas experiencias en ningún sentido; no enloquece ni pone en peligro la estabilidad y la paz espiritual de la ciudad, entonces tal unidad puede desaparecer sin que vuelva a oírse nada de ella. Pero en cuanto un hombre se aparta un poco de los caminos tradicionales, los nervios de toda la comunidad se estremecen y ponen en contacto estrecho a todas las demás células.»

 

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