INTEMPERIE, DE JESÚS CARRASCO (PARTE I)

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Ya poco se puede decir de Jesús Carrasco (Badajoz, 1972) que no esté dicho. La grandeza como escritor la tiene, el talento le sobra, la sensibilidad como hombre también, el conocimiento por su entorno, por la naturaleza, la de verdad, la dura, la vivida se la sabe al dedillo. Y todo esto lo sabe escribir, lo sabe expresar y ¡de qué manera! Ese manejo de vocabulario casi olvidado me ha emocionado. Es tal el respeto por las palabras que demuestra en este libro…
¿Se pueden contar las cosas tan bonitas como él las cuenta? «Intemperie», su primera novela, es excelente, conmovedora, impresionante y hermosa, muy hermosa.
No me gustaría compararle con nadie, creo que no es acertado eso de decir que se parece a Delibes, creo que supera a Delibes, y mira que eso ya es mucho decir. Y si es precipitado afirmarlo, ya que esta es sólo su primera novela, que conozcamos, claro, me atrevo a decirlo, porque es mi opinión, la humilde opinión de una lectora emocionada con esta historia.
Diré que Delibes es genial, claro, que duda cabe, pero creo que Carrasco, da y va a dar un paso más, nos mete en el campo, al menos en esta novela, nos adentra en el campo como digo pero también nos lo enseña de la mano, nos paramos en los detalles, en esa luna humilde, en ese sol tirano, en esas moscas malvadas, enfermeras del dolor, en olores indignantes y eso se agradece.

Aquí les voy a mostrar algunos extractos que me han parecido sublimes, ¡qué comparaciones! ¡que forma tan fina de explicar lo normal! y hacerlo grande.
Espero que lo disfruten. En mi próximo post les abriré el libro y les haré un resumen. Les encantará disfrutar de este grande escritor.

«En su corta vida ya había visto decenas de perros suspendidos por el cuello oreándose en árboles remotos. Sacos de pellejo cargados de huesos descoyuntados como crisálidas gigantes.»

«Bebió el agua caliente de la bota que, después de varios días oculta a la espera de la huida, se había hinchado como un gato muerto.»

«Desmontó rama a rama su tejadillo en una versión invertida de la nidificación»

«Delante de él, el llano se sacudía el sufrimiento que el sol le había causado durante el día, desprendiendo un olor a tierra quemada y pasto seco.»

«Cuando el pastor tuvo el culo de la cabra delante de su cara, le colocó un cazo de latón debajo de las ubres. Los primeros chorros cayeron duros, haciendo canturrear al metal.»

«…el hombre abrió una de las esquinas del redil y fue obligando a las cabras a meterse. Con todas dentro, volvió a colocar la estaca en su esquina y unió los palos con un lazo de alambre grueso que colgaba de uno de ellos. Los animales, apretados, berreaban y se subían unos sobre otros como si fueran un guiso hirviente.»

«El niño se levantó y caminó tambaleándose como un junco en cuya punta se hubiera posado un tordo bien alimentado.»

«El viejo y el burro por delante, el perro enloquecido y luego las cavaras, dejando tras de sí una estala de cagadas como la cola de una cometa.»

«La luna creciente todavía era una tajada estrecha amarilleando sobre el horizonte.»

«Al otro lado del muro, media docena de animales degollados se repartían por el espacio que la tarde anterior había ocupado la sombra de la muralla. Las moscas tachonaban las heridas, formando sonrisas como barboquejos. Recorrían, amontonadas unas sobre las otras, las aberturas en el pellejo, suturándolas a base de infecciones y poniendo huevos.»

«A esta distancia distinguió tejados hundidos y algunas ventanas descolgadas, y también una cosechadora de madera y hierro como un caballo de Troya comido por la maleza.»

«Bohordos secos lo rodeaban como lanzas muertas, con sus flores de madera a modo de racimos invertidos.»

«Había esqueletos de sillas de mimbre sin asiento ni respaldo, alambradas de gallinero retorcidas como ánimas atormentadas o esqueletos de humaredas, montones de escombros formados por restos de tejas y por tierra de los adobes que la lluvia había ido depositando a los pies de los gruesos muros de la casa.»

«Aspiro el aire rancio del interior y por primera vez identificó el olor en el que habitan los ratones. Un aroma prensado mezcla de madera raída, granos de maíz a medio comer y excrementos como fideos de chocolate. También olió el cuerpo del tullido, que ya se cocía por dentro, y el resto de los aromas curados que persistían en el ambiente a pesar del expolio.»

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