ÉRASE UNA VEZ UNA MUJER QUE QUERÍA MATAR AL BEBÉ DE SU VECINA. LIUDMILA PETRUSHÉVSKAIA (PARTE I)

«Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina», es el sugerente título con el que Ediciones Atalanta editó un volumen de narraciones extraordinarias de la escritora, pintora y cantante rusa Liudmila Petrushévskaia (Moscú 1938), Premio Mundial de Fantasía 2010. Me fascina esta escritora rusa porque además de sorprendente es irónica y con una ternura y delicadeza a la vez difíciles de imaginar. ¡Excelente!

«Fiel a la rica tradición oral de su país, donde las mujeres tienen un talento natural para contar historias, Liudmila Petrushévskaia cautiva la imaginación con estos relatos directos, tan cercanos al espíritu místico y pesadillesco de Poe como a la sobria exactitud realista de Chejov. Cada cuento transmite el peso de la vida y, al mismo tiempo, el roce vertiginoso de lo extraño», señalan desde la editorial.

El libro está estructurado en cuatro partes y cada parte contiene diversos relatos. Relatos que les animo a leer estas Navidades, en familia, disfrutando de la fantasía de esta gran escritora.

De «Canción de los esclavos orientales», me decanto por el cuento titulado «Venganza» por lo angustioso de la narración y porque uno se da cuenta de hasta donde puede llegar tanto la envidia, los celos y la maldad, como la bondad desmedida, de «Alegorías» me gustaría recomendarles «Los nuevos Robinson», un cuento a mi parecer de una gran belleza y sensibilidad. Conmovedor y que se ha convertido en mi preferido de todo el libro. De «Réquiems» me quedo con » El dios Poseidón», por su final tan extraño como inesperado, y de la cuarta parte titulada «Cuentos de hadas» escojo a «El secreto de Marialena» porque es de una fantasía desbordante, con una mujer convertida en dos, un brujo, el hada bocadilla, espectáculos de circo y muchas sorpresas más en este delirante y fascinante cuento de hadas.

Quiero aclarar que dado la belleza del cuento «Los nuevos Robinson» y por falta de espacio, el post irá dividido en dos y en la segunda parte les hablaré de esta estupenda narración.

El cuento «Venganza» habla de dos mujeres, vecinas. Las dos han tenido una relación extraordinaria hasta que una de ellas se queda embarazada y tiene a su bebé que pasa, claro está a convivir en el apartamento que comparten. El final es extraordinario e inesperado, por este motivo les invito a que abran este maravilloso libro y disfruten de los extraordinarios cuentos de esta autora rusa, una de las grandes de su país y de su generación. Como no les puedo desvelar el final ni de este cuento ni de ninguno de los cuatro que he seleccionado, les dejaré con algunos fragmentos de ellos.

Venganza

«Había una mujer que odiaba a su vecina, una madre que vivía sola con un bebé. A medida que la criatura iba creciendo y aprendía a gatear, a la mujer le daba por dejar en el suelo, como por descuido, tanto un cazo de agua hirviendo como una lata con una disolución de sosa caústica; cuando no tiraba una caja de agujas en medio del pasillo. La pobre madre no sospechaba nada, porque su pequeña apenas caminaba aún y, como era invierno, no la sacaba a gatear por el pasillo. Pero no tardaría en llegar el momento en que el bebé pudiera salir de su cuarto y moverse a sus anchas por allí. La madre avisaba a su vecina de que había un recipiente en medio del pasillo, o le comentaba: «Ráiechka, se le han vuelto a caer las agujas», ante lo cual ella fingía reparar en ello y se lamentaba del descuido. En otros tiempo habían sido amigas. Normal: aquellas dos mujeres solas en un apartamento con dos habitaciones tenían mucho en común, e incluso compartían amistades que venían a verlas a ambas y se hacían regalos en sus respectivos cumpleaños. Además, no tenían secretos la una para la otra. Hasta que Zina se quedó embarazada y Raia descubrió que la odiaba a muerte. Era el suyo un odio enfermizo; empezó a llegar tarde a casa y no lograba conciliar el sueño por las noches. Continuamente creía oír una voz de hombre que le llegaba de la habitación de su vecina; le parecía que estaban hablando y haciendo ruido, cuando lo cierto es que Zina siempre estaba sola. A ésta le ocurría todo lo contrario: se sentía más unida a Raia que nunca, y llegó a decirle en una ocasión que era una inmensa suerte tener una vecina como ella, prácticamente una hermana mayor que nunca la dejaría en la estacada. Y, efectivamente Raia ayudó a Zina a coser el ajuar del bebé y, llegado el momento, la acompañó a la maternidad, si bien es verdad que luego no pudo ir a recogerla tras el parto, de modo que Zina se vio obligada a quedarse un día más en la clínica, sin la ropita para la recién nacida, y al final tuvo que llevársela a casa envuelta en una manta toda rota del hospital, con la promesa de devolverla. Raia alegó que había estado enferma, y esa misma excusa le dio en los días siguientes, en los que no bajó ni una sola vez a la tienda a hacerle la compra a Zina ni la ayudó a bañar a la niña, sino que se quedó todo el tiempo en casa, con unas compresas en los hombros. Al bebé no quería ni mirarlo, y eso que Zina no paraba de llevarlo al baño o a la cocina, o lo sacaba a dar un paseo; y además tenía la puerta de su cuarto siempre abierta, como invitándola a pasar. (…)

Mientras la niña fue muy pequeña, Zina pudo ir sola a llevar los trabajos y a cobrar, dejando a la cría dormida, pero cuando su hija creció un poco y empezó a dormir menor horas, se presentaron los problemas. Zina no tenía más remedio que llevársela consigo. Raia seguía quejándose de las articulaciones de los hombros y estuvo una temporada de baja, pero Zina no se atrevía a pedirle que se quedara con su pequeña. A todo esto, Raia estaba empezando a planear el asesinato de la niña.»

El dios Poseidón

En este cuento, de nuevo, volvemos a encontrarnos con dos amigas, y con algo de envidia, por cierto, también. Nina ha dejado atrás una vida miserable y ahora vive con todas las comodidades y lujo que uno pudiera desear. No es envidia exactamente lo que siente su otra amiga, pero hay algo que no comprende. Sólo lo sabrán si abren el libro y leen el cuento. Les dejo el principio.

«Estando una vez de vacaciones en la costa, me encontré casualmente con mi amiga Nina, que era madre, y no precisamente joven, de un adolescente. Nina me invitó a su casa, y lo que vi allí me pareció bastante insólito. La entrada, sin ir más lejos, tenía un techo abovedado y una escalinata de mármol. Y luego estaba el propio piso, enmoquetado de felpa gris, donde predominaban las maderas oscuras y las tapicerías en tono bermellón. Tenía el aspecto deslumbrante de uno de esos reportajes fotográficos de la revista L art de la décoration; el cuarto de baño, en particular, era impresionante, con el suelo también enmoquetado de gris, espejos y un lavabo de porcelana azul celeste; ¡era como un sueño! Me costaba creer lo que veía. Después, Nina, con su sempiterno aire de sufrimiento y resignación, me condujo al dormitorio, con sus tres puertas abiertas de par en par: era un poco sombrío, pero aun así muy elegante, y había en él un número sorprendente de camas deshechas. «¿Te has casado?», le pregunté; pero ella se limitó a salir por una de las puertas con cara de preocupación, como un ama de casa atareada, aunque procurando no tocar nada. (…) ¿De dónde le habrían llovido todas esas riquezas a la pobre Nina, que nunca había podido permitirse siquiera llevar ropa interior decente, y que tenía, por todo tener, tres vestidos, a cual más viejo y un abrigo que no se cambiaba en todo el invierno?» (…) Muy bien, se habría casado, pero resultaba que Nina, además, había cambiado su pequeño apartamento de Moscú, en cuya habitación había malvivido hasta entonces con su hijo, por ese piso, y encima con todos los muebles incluidos ¡y hasta la ropa de cama!»

El secreto de Marilena

De nuevo dos mujeres, perdón o una, ¿una o dos? Aquí está la magia del cuento, del que les dejaré con la miel en los labios ya que sólo les transcribiré el mágico inicio.

«Había una mujer tan gorda que no cabía en los taxis y en el metro ocupaba todo el ancho de las escaleras mecánicas.

Necesitaba tres sillas para sentarse, dormía en dos camas y trabajaba en el circo como levantadoras de pesas.

Era una mujer muy desgraciada, y eso que hay muchas personas gordas que viven felices. Se distinguen por su carácter afable y su buen corazón, y a la gente le suelen caer bien los gordos.

Pero nuestra gorda Marilena guardaba un secreto: tan sólo de noche, cuando llegaba a su habitación en el hotel (el circo, ya se sabe, siempre está de gira), conde tenía tres sillas y dos camas a su disposición, podía ser ella misma, es decir, se convertía en dos muchachas de aspecto normal, muy guapas, que inmediatamente se ponían a bailar.

El secreto de la gorda Marilena obedecía a que, tiempo atrás, se había dedicado a bailar en los escenarios como dos bailarinas gemelas: una de ellas era rubia, de cabellos dorados, y la otra con rizos negros como la pez. Esa diferencia las hacía más interesantes, y evitaba que sus respectivos admiradores se hicieran un lío a la hora de mandarles flores.

Y, como es natural, un brujo se enamoró de la rubia, e inmediatamente, se propuso transformar a la otra hermana, la morena, en una tetera eléctrica, de esas que pitan. Así que los recién casados podrían llevarla consigo a todas partes y sus pitidos les recordarían que aquella hermana, nada más ver al brujo, había tratado de impedir que la otra entablara relaciones con él.»

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