EL ROMANCERO ESPAÑOL. ROMANCE DE ABENÁMAR

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Hay un tipo de literatura que me ha fascinado desde niña, los romances. Recuerdo como, en el colegio los leíamos en aquellas horas de lectura que teníamos por la tarde y luego los repetía una y otra vez. Allí se contaban historias increíbles que se quedaban fácilmente en la memoria. Después, como una pequeña juglar, me fascinaba recitarlas en mi casa. Ya no se que posición tienen los romances en los nuevos libros de literatura de las escuelas, si se siguen mimando tanto como antes, pero si no es así no hay que olvidar que los romances son tesoros literarios a los que merece la pena volver cada cierto tiempo, o empezar a leer ahora si aún se desconocen.

Como esto es un blog no puedo hablar de la historia, ni de los orígenes de los romances del romancero español, porque el espacio me lo impide pero es tan fascinante como ellos mismos.

Aquí les dejo dos de mis preferidos para que se animen, incluso a aprenderlos.

ROMANCE DE ABENÁMAR

«-¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería,
el día que tú naciste grandes señales había!
Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace no debe decir mentira.

Allí respondiera el moro, bien oiréis lo que diría:
-Yo te lo diré, señor, aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho mi madre me lo decía
que mentira no dijese, que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey, que la verdad te diría.
-Yo te agradezco, Abenámar, aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían!

-El Alhambra era, señor, y la otra la mezquita,
los otros los Alixares, labrados a maravilla.
El moro que los labraba cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra, otras tantas se perdía.
El otro es Generalife, huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas, castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan, bien oiréis lo que decía:
-Si tú quisieses, Granada, contigo me casaría;
daréte en arras y dote a Córdoba y a Sevilla.
-Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería.»

EL INFANTE ARNALDOS

«¡Quien hubiera tal ventura sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza para su falcón cebar,
vio venir una galera que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas, la ejarcia de oro terzal,
áncoras tiene de plata, tablas de fino coral.
Marinero que la guía, diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma, los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo, arriba los hace andar;
las aves que van volando, al mástil vienen posar.
Allí hablo el infante Arnaldos, bien oiréis lo que dirá:
-Por tu vida, el marinero, dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero, tal respuesta le fue a dar:
-Yo no canto mi canción sino a quién conmigo va.»

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