EL BOSQUE DE LOS CUENTOS. UN CUENTO DE NAVIDAD

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1. EL VIEJO QUE BUSCABA LA MAGIA

La pobreza se había instalado desde hacía un par de años en El Pinar un pueblecito que, como su nombre indica, estaba rodeado de un bosque hermoso y espeso de pinos.La pobreza era, desgraciadamente, una situación normal en los tiempos que corrían y los habitantes de este pequeño municipio sabían lo que era pasar hambre. Ya nadie quería su madera. Las serrerías estaban cerradas. Los muebles no se vendían en las grandes ciudades. ¿Entonces?, ¿quién iba a comprar la madera que ellos tenían? Estaba claro que nadie.
Los vecinos se ayudaban unos a los otros como podían. Se cambiaban huevos por leche, mantequilla por chacinas, leña por lana,… y así, a duras penas, iban saliendo adelante.
Tres días antes de la Nochebuena ya de sobra sabían los niños que no recibirían regalos y no esperaban nada ni a nadie. Papá Noel hacía cinco años que no les visitaba e incluso fantaseaban pensando en lo afortunados que serían si en esta noche, a la que se llamaba mágica, tendrían algo especial que llevarse a la boca.
En la pequeña plaza del pueblo, los niños, como cada tarde, correteaban alrededor de la fuente jugando al escondite y a pillarse los unos a los otros. Hacia frío, mucho frío, porque un viento helado, desde hacía unos días, estaba soplando sin parar y sin piedad como queriendo ponerlo todo más triste.
Una de esas tardes, los niños se quedaron casi mudos cuando vieron aparecer en la plaza a un señor viejo, muy viejo, con una barba blanca abundante pero limpia y bien recortada, vestido con ropas verdes de lana y botas de cuero. Su cara era amable y enseguida les sonrió.
Los más pequeños, dejados llevar por su fantasía, creyeron que era el mismísimo Papá Noel, pero los más mayores se encargaron de decirles la verdad inmediatamente, eso de que este año tampoco vendría en su trineo a traerles regalos ni oirían su campanilla tintinear.
-¿Alguno de vosotros sabe donde se podría hospedar un viejo como yo?, preguntó a los niños según se iba acercando a ellos.
Juan, el más mayor, le explicó que su pueblo era tan pequeño que no tenía ni siquiera una fonda para los visitantes. Pero le invitó a llevarle hasta su casa. Allí siempre era bien recibido todo el mundo.
Los niños siguieron a Juan y al viejo, contentos porque, al fin, sucedía algo diferente en el pueblo.
Al entrar en la casa, la madre de Juan se quedó sorprendida y algo asustada de la visita que le llevaba su hijo. El anciano se percató del miedo de la señora y pronto la tranquilizó.
-No se preocupe señora, sólo soy un viejo trotamundos, explicó para calmarla. Escuché decir una vez a un viejo tan viejo como yo que el pinar que rodea este pueblo es mágico y quise venir para comprobarlo por mi mismo.
A la vez que le invitó a pasar, la madre de Juan hizo un mohín con la cara como dejándole claro a aquel señor que todo lo que le habían contado era una gran mentira.
-¿Cree usted buen hombre que si este bosque fuera mágico como le han contado estaríamos pasando hambre?
-No sabía de su situación, apuntó el viejo entristecido.
-Es la situación de todo el pueblo desde hace muchos años. Nadie quiere nuestra madera. Nadie la compra y sobrevivimos como podemos. ¿Cree que si la magia existiese de verdad los niños del pueblo no tendrían juguetes el día de Navidad?
La mujer le acercó una taza de leche caliente y un trozo de pan con mantequilla.
-Tiene usted razón señora.
Los niños escuchaban atentamente a la madre de Juan y al viejo muy viejo pero incluso algo ajenos a lo que hablaban. Los niños, aún en los peores momentos, siempre tienen un lugar donde refugiarse, su fantasía.
El viejo los miró. Aquellos eran los niños de los que hablaba la mujer, los niños del pueblo que, a pesar de todo, no perdían la sonrisa. Porque el viejo lo sabía, sabía muchas cosas, y de entre todas esas cosas que había aprendido a lo largo de su vida y en sus múltiples viajes, sabía que los niños nunca se rinden porque la fantasía les hace seguir adelante.
La madre de Juan le invitó a ir al bosque.
-¡Vaya! ¡vaya!, por favor. Y si encuentra la magia venga rápidamente por lo que más quiera y regálenos un trocito a los que vivimos en el pueblo, que falta nos hace.
-Iré, dijo el viejo, mientras apuraba el tazón de leche.
-Perfecto. Y si quiere posada para esta noche puede usted quedarse aquí. Si tiene algo con lo que ayudarme se lo agradeceré, en caso contrario de pobres no vamos a salir así es que se puede quedar de todas maneras.
El viejo le agradeció profundamente su hospitalidad y partió para el bosque con los niños siguiéndole como en aquel cuento seguían las ratas al flautista de Hamelin.
Mientras tanto, la madre de Juan fue avisando por todas las casas de la presencia en el pueblo de «aquel viejo chalado pero sin maldad», como ella lo definió.
-¿Que va buscando magia?, dijo Celia, una de las vecinas. ¡Otro loco! ¡Lo que nos faltaba!
-¡Imagina que encuentra algo!, exclamó un vecino.
-¡Qué inocente eres!, le respondió Rosario.
-Por soñar…., soñar no cuesta dinero, apuntó Roberto.
Los vecinos ya habían hecho un corrillo en el portal de uno de ellos y cada uno tenía una opinión, como suele suceder en estos casos.
-¿Pero…, qué es lo que quiere?, preguntó María a la madre de Juan. ¿Cómo has dejado a los niños ir sólos al bosque con él?
-Mujer, tranquila, que no es un ogro. Además, los niños son más de veinte y conocen el bosque mejor que él. No les va a hacer nada.
-Eso ya se sabe, aseguró Arturo, pero también se sabe que la magia no la va a traer.
-Pues claro que no, aseveró Miguel, incluso de mal humor. Que magia, ni magia,…
-¡Lo que hay que escuchar por tener orejas!, dijo Elena.

Pero dejemos ahora a los mayores con sus charlas y sus discusiones y vayamos con los niños y el viejo al bosque, pues se va haciendo tarde.
¿Encontrarán la magia antes de llegar a casa?
Eso es algo que aún no podemos saber

2.CUANDO SE ABRAZA A UN ÁRBOL NACE LA MAGIA

-¿Por qué abrazas a los árboles?, preguntó Juan.
-¿No os habéis dado cuenta de que están muy solos?, preguntó el viejo a los niños.
-¿Solos?, dijo Celia, una niña de diez años, con ironía. Si están apelotonados aquí, todos juntos.
-Si, tienes razón le respondió el viejo, pero…. ¿no te has dado cuenta de que no se pueden tocar los unos a los otros? Quizás tengan muchas ganas de abrazarse pero no pueden. No pueden moverse. ¡Imagina que contentos se pondrían si les diéramos un abrazo!
Los niños rieron, pero inmediatamente le siguieron al viejo, en lo que ellos tenían por un juego, y fueron abrazando a los árboles sin pausa, con una algarabía y una pasión como nunca antes había visto el viejo.
De pronto un niño se paró y le preguntó al anciano:
-¿Cómo sabemos que les está gustando?
-¿Tú lo pasas bien? ¿Te sientes mejor después de haberlos abrazado?
-Si, contesto rotundamente el chiquillo.
-Pues ellos también. Te lo aseguro. Tu tienes la respuesta en tus brazos.
No sabemos si el niño entendió algo de lo que le dijo el trotamundos pero sin duda se sentía mejor y siguió abrazando a los árboles y después a sus amigos, y hasta al viejo cuando se cruzó por su camino.
Los niños y las niñas estaban locos de contentos. Abrazaban, cantaban y bailaban sin parar por el bosque, como si nunca antes lo hubieran hecho.
Por el sendero que llevaba de vuelta al pueblo, el viejo les preguntó si no habían ido nunca al bosque a jugar, pues le había sorprendido mucho lo felices que los niños habían sido aquella tarde en un lugar, que él creía suficientemente conocido para ellos. Juan le respondió que no.
-No venimos nunca a jugar aquí, ¿para qué?
-Pues lo habéis pasado bien, ¿no os dais cuenta? No os olvidéis de esto que ahora mismo os voy a decir:
-Todos los bosques son mágicos si uno quiere que lo sean. Y todos los niños del mundo que yo he conocido quieren encontrar un bosque mágico, incluso hay muchos que pasan toda su vida buscando uno.
-Si, pero… pero el bosque… es eso el bosque. Es el lugar donde trabajaban nuestros padres antes, dijo Carolina algo triste. Ahora no sirve para nada.
El viejo la miró fijamente a la cara y algo dolorido con ella le contestó:
-¿De verdad crees que no sirve para nada? Te ha hecho feliz esta tarde mientras corrías y saltabas entre sus árboles. Eso es algo mágico.
Los niños le miraron algo contrariados y también bastante decepcionados. No les parecía a ellos aquello algo mágico. Se lo habían pasado bien, pero nada más.
Cada uno volvió a su casa y Juan con el viejo a la suya. Allí la madre los estaba esperando y lo primero que preguntó con cierta sorna fue si había encontrado la magia.
El viejo calló unos segundos y asintió con la cabeza.
La mujer soltó una carcajada.
-¿La tiene usted en el bolsillo de su pantalón?, le preguntó con desdén.
-No, en realidad, le tengo que decir que siempre la llevo conmigo.
– ¡Caramba!, pues ya sabe, deje un trozo antes de irse.
– Gustosamente les dejaría un trozo antes de irme, pero ese trozo se acabaría. Tengo que ser capaz en estos tres días, antes de que llegue la Navidad, de que ustedes encuentren la magia y así nunca se les agote.
-¡Pues eso no está mal!, exclamó la mujer mientras pensaba para sus adentros que el viejo estaba más chiflado de lo que ella había pronosticado en un principio. Pero aún así le dio cobijo y le aseguró que se podía quedar el tiempo que quisiera a cambio de esa magia que prometía.
Y el viejo, antes de irse a dormir aquella noche, le prometió a la madre de Juan que así sería.
Y la madre de Juan se acordó de aquello de no dar los peces sino la caña para pescar y las enseñanzas para llevarlo a cabo pero…. era solo un viejo chiflado, sólo eso, un viejo chiflado.

3. CUANDO SE CUENTA UN CUENTO NACE LA MAGIA

Los niños volvieron con el viejo al bosque porque no tenían otra cosa mejor que hacer, pero ya no creían las cosas que decía. En dos días no había conseguido encontrar la magia en el bosque aunque el aseguraba que ellos eran los que no la habían encontrado aún.
-Este bosque es mágico y hasta que vosotros no os deis cuenta no podréis hacerlo saber a los demás. Nadie os creerá sino lo creéis vosotros mismos.
-¡Nosotros aún no hemos visto nada mágico!, exclamó enojada Patricia. ¡Díganos donde ve usted la magia!
-¡Yo también me estoy cansando de esperar!, espetó otro chiquillo. Aquí no hay magia, ni vendrá Papá Noel ni nada. Y se echó a llorar.
Entonces el viejo para calmarles empezó a contarles historias de sus viajes y eso les gustó bastante a los niños.
Les habló de piratas sin dientes que robaban oro a los reyes, de princesas encerradas en cuevas de fantasmas que eran rescatadas por ranas que se convertían en príncipes, de ogros buenos a los que nadie quería pero que se querían mucho entre ellos, de arañas que tejían los días y las noches con agujas de plata, de astronautas que iban al espacio a robar estrellas y de una luna que las rescataba a todas, de brujas que utilizaban pócimas para castigar a los malos y de malos que se volvían buenos, de islas con tesoros, y de tesoros sin plata, oro ni diamantes, de castillos embrujados con pasadizos secretos y de alfombras que volaban por el cielo.
Todo eso les contó hasta que cayó la noche. Los niños estaban fascinados con las historias del trotamundos y no querían irse del bosque. El bosque se había convertido en un lugar un poco mágico y especial donde poder escuchar esas historias tan interesantes, pero como ya había oscurecido y el viejo pensó que los padres podían estar preocupados les prometió que por la noche, alrededor del fuego y de la cena de Nochebuena les seguiría contando historias mágicas.
Y así sucedió. Aquella noche los vecinos se reunieron juntos para comer y beber y compartir la cena de Nochebuena. Consistía en lo de siempre pero intentaron hacer de la normalidad algo especial. Los niños esperaban con mucha ansia los cuentos del anciano y este comenzó a contarlos. Al de un rato, los mayores fascinados también por las historias mágicas se acercaron a los niños para poder escuchar al viejo.
Porque os diré algo, por si aún no lo sabéis, la magia es contagiosa. Os lo aseguro.
Entonces el viejo les contó un cuento de un bosque de pinos donde de las ramas colgaban cuentos. En ese bosque había hadas y duendes que escribían esos cuentos y princesas y príncipes que los leían, y brujas que intentaban poner finales tristes, y niños buenos que los corregían para que tuvieran finales felices. Un cuento de un bosque en un pueblo pequeño donde la gente no sabía que ese bosque era mágico, pero donde una vez vino un viejo a ver que sucedía y encontró esa magia. Entonces el viejo lo fue contando por todo el mundo donde le llevaban sus zapatos. La historia del bosque mágico corrió tan rápido como la pólvora. En los cinco continentes del mundo se sabía que en un pueblecito pequeño y remoto había un bosque lleno de pinos mágicos y que de las ramas de esos pinos colgaban cuentos y que hasta las ardillas abrazaban todos los días los troncos de esos árboles para darles las gracias de darles piñones y cuentos. Y todo el mundo que visitaba aquel bosque acababa abrazando a los árboles y siendo felices.
Los mayores tragaban saliva y a los niños les pareció un relato precioso.
-¡Qué felices seríamos si ese bosque fuese nuestro bosque!, dijo de pronto una de las niñas.
-Si, eso sería genial, apuntó Juan.
Su madre asintió con la cabeza, y los mayores rieron, y algunos dijo que se acabó ya de cuentos y que se acercaran a la mesa para seguir comiendo.
Pero Juan se quedó pensando en todo lo que había dicho el viejo, y fue a su casa corriendo. Cogió todo el papel que tenía, sus lapiceros y sus pinturas y les dijo a los niños que empezaran a escribir cuentos. Los niños jugaron durante toda la noche a escribir cuentos a imaginar historias, a soñar, a hacer la magia realidad. Al final, agotados de su propia imaginación, de sus dibujos y de sus ilusiones fueron donde el viejo y le dijeron lo siguiente:
-Cuando te vayas querido anciano di por el mundo que aquí hay un bosque mágico, donde de las ramas de los pinos cuelgan cuentos que escriben duendes y hadas. Que en el viven príncipes y princesas que adoran leerlos, que hay alguna que otra bruja que intenta poner finales tristes, pero que los niños que vivimos aquí los corregimos todos porque no queremos nunca finales tristes. Y que hasta las ardillas abrazan a los árboles para darles las gracias por darles piñones y cuentos. Por favor, di todo esto, así el mundo entero vendrá a visitarlo, porque los niños, como tu dijiste, se pasan la vida buscando bosques mágicos.
La gente vendrá, leerán los cuentos, disfrutarán del bosque, comprará nuestra leche, nuestra mantequilla, nuestro pan y nuestra lana y nunca más seremos pobres. Y creerán en la magia para siempre. ¿Lo harás?, preguntó Juan. ¿Contarás todo esto al mundo cuando te vayas?
El viejo le abrazó muy fuerte. El resto de los niños y los mayores estaban en silencio. Emocionados.
-Por supuesto que lo haré querido, respondió el viejo con una gran sonrisa, pero ahora que la magia está aquí ya con todos vosotros me tengo que ir. Hay más gente que necesita encontrar la magia en su vida. Vosotros ya la tenéis pero ahora escuchad todos atentamente mi último consejo, por favor, nunca la perdáis.

Estas fueron sus últimas palabras. Y desapareció. Si así. Tal y como os lo cuento. Como por arte de magia. Mientras sonreía se desvaneció en el aire de aquella habitación donde se celebraba la Nochebuena. Eso sí, lo único que se oyó fueron unas campanitas repiquetear de forma graciosa y cuando abrieron la puerta los vecinos vieron que todo estaba cubierto de nieve y sobre la nieve había unas huellas de trineo y por el cielo vieron, ya a lo lejos, a unos renos y a un hombre vestido de verde que decía adiós con su mano mientras sonreía.

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