CUENTOS DE LA MEDIA LUNITA DE ALMODÓVAR. GARBANCITO, BLANCAFLOR O PERIQUÍN Y LA BRUJA CURUJA

Este verano, gracias a mi hijo, he vuelto a sumergirme en los cuentos que mi padre me contaba de pequeña camino de la huerta que teníamos, por el monte, de camino al colegio… ¿Sabéis quién es Garbancito? ¿Y Periquín y la Bruja Curuja? ¿Blancaflor? ¿Mariquilla ríe perlas? Si la respuesta es no, inmediatamente les invito a que abran los cuentos clásicos, «Cuentos de la Media Lunita», de Antonio Rodríguez Almodóvar.
Son preciosos, cautivadores, enriquecedores, maravillosos, una joya literaria para nuestros hijos y para nuestra memoria. El lenguaje está cuidado al mínimo detalle, los dichos, los refranes. ¡Qué dulzura! Que amor pone Rodríguez Almodóvar en todo lo que hace. Que esfuerzo en recopilar todos esos cuentos populares que a lo largo de los años han escuchado nuestros abuelos, nuestros padres, nosotros y ahora nuestros hijos. A escritores como estos nunca se cansaría uno de darles las gracias.
Antonio Rodríguez Almodóvar (Alcalá de Guadaira, Sevilla, 1941), es autor de más de cincuenta libros, entre ellos numerosos cuentos y relatos infantiles y juveniles, particularmente los «Cuentos de la Media Lunita», colección de 64 títulos, basada en los cuentos populares españoles. Como curiosidad, les diré que éstos se reeditan constantemente desde 1985 y ha alcanzado ya los cinco millones de ejemplares.
De muy joven, el escritor sevillano, fue marino mercante, carrera que simultaneó con la de Filosofía y Letras. Fue profesor interino y contratado de la Universidad de Sevilla y del Colegio Universitario de Cádiz entre 1969 y 1974, de los que fue apartado por su activa participación en la lucha antifranquista.
Como novelista ha publicado «Variaciones para un saxo», «Un lugar parecido al Paraíso», «El Bosque de los sueños» y «Si el corazón pensara», esta última, por cierto, gran contribución a la memoria histórica de la dictadura franquista, ambientada en la Sevilla de los años 50. Muchas gracias de nuevo por esa lucha.
También ha cultivado la poesía en «A pesar de los dioses» y «Poemas del viajero».
Tiene varios premios en su haber, entre ellos, el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, 2005, por su pentalogía «El bosque de los sueños», concedido por el Ministerio de Cultura. Premio Internacional «Infanta Elena» de Narrativa Juvenil, con su novela «Un lugar parecido al paraíso», 1991. Premio «Ateneo de Sevilla de relatos, 2004».
Una de sus obras más conocidas, «Cuentos al amor de la lumbre, I y II», compartió el Premio Nacional de Literatura, 1985, al «mejor conjunto de elementos en un libro».Lleva un prólogo de Jose Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926). Este libro, concretamente, que también está en la librería de mi casa, es una maravilla para los amantes del cuento.
El 13 de junio de 2011 recibió en Granada el I Premio Washington Irving, por toda una trayectoria literaria en favor del cuento.
Muchas más cosas podríamos decir de este gran autor, pero todo esto está ya en los libros.
Me voy a quedar, de entre todos los cuentos, con un fragmento de «Garbancito», porque me gusta mucho recordar cuando mi padre me lo contaba y me encanta ver la sonrisa de mi hijo cada vez que se lo leo por la noche, antes de dormir.

«Esto era una matrimonio sin hijos, que siempre estaba pidiéndole a Dios que les concediera uno; uno solo, aunque fuera tan chico como un garbanzo. Tanto lo pidieron, que por fin tuvieron un hijo. Y era tan chico, tan chico, como un garbanzo. Por eso le pusieron Garbancito.
(…)
-Madre, apareje usted la burra, que me voy al campo a ayudarle a padre y a llevarle la comida.
-Pero, hijo, ¿cómo vas a hacer tú eso con lo chico que eres?
-Usted me apareja la burra y me prepara el canasto.

(…)

-Padre, que ya he nacido. En la oreja de la burra vengo y le traigo el canasto.

(…)
-Mientras usted come, yo voy a arar con el buey Pinto.

(…)

El buey empezó a tirar del arado, y en un rato se hicieron un par de fanegas. Luego Garbancito llevó al Pinto a la cuadra y se echó a dormir en el pesebre. Pero como era tan chico, el buey se lo comió sin darse cuenta. El padre lo empezó a buscar dando voces:
-Garbanciiito, ¿dónde estás?
Y Garbancito contestaba:
-En la barriga del Pinto. Mátelo usted, y le daré veinticinco.
(…)
¡Qué bonitos cuentos! ¡Que bonitos recuerdos me traen! Les invito a abrir todos ellos, les sorprenderán.
Para terminar les dejo con un párrafo del prólogo de Caballero Bonald escrito en el libro «Cuentos al amor de la lumbre, I», que expresa una gran verdad.

«Como todos sabemos de sobra, la atención que se ha prestado en nuestro país al cuento popular ha atravesado por una anemia casi perniciosa. La incuria, cuando no el menosprecio, relegaron todo ese patrimonio de nuestra cultura al incierto desván de las evocaciones privadas. Salvo los aislados, y más o menos parciales, esfuerzos de Fernán Caballero, Antonio Machado y Álvarez y, sobre todo, Aurelio M. Espinosa, nadie entre nosotros se había ocupado con efectividad suficiente de discurrir por ese inmemorial acervo de la literatura oral española.»

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