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05Feb/24

LOS BAROJA. JULIO CARO BAROJA (PARTE 3) CURIOSIDADES SOBRE PÍO BAROJA


Su carácter:

«Aunque nunca tuvo ideas filosóficas optimistas, mi tío Pío, de los cincuenta años para arriba, en la vida cotidiana era el hombre malhumorado, hosco y grosero que han pintado algunos aficionados al chafarrinón. En su existencia larga debió cambiar algo de carácter, con arreglo a un proceso que es relativamente común.

Según decía mi madre de joven, sí, había sido huraño, áspero e insociable. Era la época, sin duda, en que su personalidad como literato tenía que desenvolverse y en la que todo son luchas internas y externas. Lucha con la gente de alrededor, obsequiosa y servil con las personalidades consagradas y cruel con el joven orgulloso; lucha con las propias inexperiencias, ignorancias, lagunas, con los descorazonamientos prematuros, con las ilusiones excesivas, con los rivales. Mi tío no estaba contento con nada: ni la política, ni la literatura, ni el arte, ni las costumbres de la gente que bullía cuando él era joven le producían agrado. Pensaba en el pasado o en el porvenir. Su carrera de médico había sido un fracaso y al borde de los treinta años aún no había hecho nada notable, que estuviera a la altura de lo que él sentía, sin duda, que llevaba dentro. Pero de los veintiocho a los cuarenta y dos años, de 1900 a 1914, fue una maravilla lo que produjo.

Una tras otra salieron de su cabeza diez o quince novelas estupendas, que causaron asombro, incluso en un país tan poco aficionado a leer como es España. Probablemente con esta producción y con el relativo éxito literario, ya que no económico, el carácter de mi tío cambió algo. Se hizo más tranquilo al tener conciencia de su valer.»

Su dedicación:

«La parte íntima de su vida era la de un hombre de letras dedicado al trabajo, de modo absorbente. Lo que no tenía ya casi era vida pública del hombre de letras. Vivía como un señor aficionado a la lectura, con una vida familiar fuerte y sin demasiada preocupación ya por círculos o cenáculos. Era en esto, como en otros muchos rasgos, lo contrario a Valle-Inclán. Aún menos conexión podía tener con hombres como Gómez de la Serna, precursor de los planificadores modernos, porque llegó a planificar la tertulia del café de una manera despótica, como puede ser la de un planificador del día.

Yo creo que parte de la hostilidad que sentían algunos escritores hacia mi tío, provenía de esta indiferencia que manifestaba a los gestos del hombre de letras. Hay o ha habido muchos que dominaban mejor el gesto que la obra y aún en el Madrid de 1920 se podía sentar plaza de poeta si se llevaba bien colocado un sombrero de ala ancha, chalina y algún aditamento más. La obra podía ser una colección de sonetos de cartón piedra. Bastaba.»

Sus gustos literarios:

«La poesía española, en conjunto, no le interesaba, salvo la muy antigua. Tampoco estimaba mucho a los prosistas y novelistas de su época o algo anteriores, con la excepción de Azorín y Ortega. Había tenido amistad con Juan Valera, al que recordaba con simpatía y de los románticos admiraba a Bécquer. (…)

La novela de su época, en conjunto, le interesaba poco, porque creía que la novela la hace tanto un tipo de sociedad como el novelista y creía que la sociedad del siglo XIX en sí era más novelesca o novelable que la del XX, técnica, pedantesca, teorizante en todo, dominada por la receta, es decir, el «ismo».

Sus escritores favoritos seguían siendo, así, Dostoyevski, Dickens y sus filósofos algunos que en España no eran gustados por la gente de cátedra. (…) Freud le produjo irritación, Proust le aburrió. Gide le causó una mezcla de admiración y repugnancia. (…) Al final estimaba sobremanera a Colette y a J. Green entre los contemporáneos. (…) Las obras antiguas de Bernard Shaw le divertían: las más modernas no. Ni Wells, por un lado, ni Chesterton, por otro, le producían mucho entusiasmo. Creo que estimaba más a Conan Doyle que a estos doctrinarios: y sobre todo a Stevenson. (…) Después de haber leído a los clásicos rusos del siglo XIX continuó interesado por Rusia como productora de novelistas. Pero Gorki le aburría. (…) Para los movimientos que entre 1920 y 1930 tuvieron mucha boga, como el dadaísmo, el futurismo, etc., no tenía voluntad ni siquiera de prestarles algo de atención.

Había leído algo de Apollinaire, Marinetti le parecía un bufón y las novelas escritas por este tiempo, de acuerdo con el «ismo» correspondiente, le aburrían.

Su colaboración en la Revista de Occidente:

«(…) aunque desde que apareció el primer número, mi tío colaboraba en la Revista de Occidente, en conjunto, el espíritu de esta revista dirigida por Ortega, fuera completamente ajeno a lo que él podía escribir. Allí se distinguieron una porción de prosistas y poetas que pretendían llegar a una gran perfección formal y que preferían el análisis al sistema directo, rápido, que para mi tío era el ideal.»

Su interés por las personas:

«Mas para mi tío lo principal no eran ya ni los libros, ni los pueblos, ni las regiones, ni las naciones, ni las ideas: lo principal eran las personas, los individuos, hombres o mujeres como tales. Lo mismo le daba que fueran ricas que pobres, cultas que incultas. La cuestión era que tuvieran algún rasgo enérgico o característico. Y era maestro en encontrarlos o destacarlos en el lugar más insignificante en apariencia. Vera fue el laboratorio donde yo le vi moverse mejor, ante una serie de individuos que, desde luego, llamaban la atención, incluso al que no era novelista ni literato. Los personajes estaban. El autor, también. No necesitaban ir a buscarle, aunque es cierto que a la última hora de mi tío se encontró rodeado de personajes barojianos. Unos parecían decirle: «Somos tus hijos, tú nos has formado tal como somos, porque de leerte hemos salido así. Justo es que ahora nos atiendas.» Otros, en cambio, parecían responder a este pensamiento: «Ya es hora de que me incluyas en una de tus novelas.»

Su constancia:

«(…) vivía con una regularidad de monje, casi al dictado del reloj (…) Todos los días hacía las mismas o muy parecidas cosas.»

Su soledad:

«Mi tío no se aburría en la soledad, pero temía aburrirse en compañía.»

Su opinión política:

«Las discusiones surgidas en la época de la llegada de la República hicieron que mi tío dejara de concurrir a aquella tertulia que había sido monárquica y antiprimorriverista y desde el año 30 al 36 su aislamiento fue mayor, porque si por un lado dejó de tratar con el «ala monárquica» de sus amistades, tampoco cultivó la republicana y con la artística hacia tiempo que había roto.»

Sus gustos pictóricos:

«En Madrid fue entusiasta del Greco y de Goya, siempre más que de Velázquez, que era el ídolo de los técnicos. (…) las violencias de Solana no le producían más que antipatía y si por Picasso tenía una especie de atracción, por considerarlo más como taumaturgo o mago que por otra razón, por Juan Gris y otros pintores famosos que había tratado no tenía ninguna.»

Su idea sobre la vida:

«En su vejez mi tío tuvo una sensación mayor que nunca de que la vida no tiene objeto, ni fin concreto, que el hombre es un barco mal gobernado en un mar tempestuoso y que nada valía la pena de tantas luchas y maldades como aquellas de que había sido testigo del año 30 en adelante. Pero no por eso se le agrió más el carácter. Vivió mal muchos años. Vio hundirse casi todo lo que estaba a su derredor y tuvo serenidad. La serenidad del que ha perdido todo y piensa que al final no hay más que una misma meta, morir: de la muerte no hablaba. Sin duda le parecía una cosa vil de la que tampoco vale la pena ocuparse demasiado.»

Su anticlericalismo:

«Pero los curas y las monjas sabían, por referencia, que se trataba de un escritor anticlerical. (…) circuló bastante un libro del padre León de Guevara, S.J., en que se clasifica a miles de obras y cientos de autores, desde un punto de vista piadoso, y allí estaba mi tío definido como «impío, clerófobo y deshonesto.»

Su idea del hombre:

«(…) para el cual los republicanos españoles eran «gente mediocre» en general y por definición. (…) se defendía como gato panza arriba, diciendo que los hombres son más importantes que las ideas cuando se trata de cambiar un país.

Esto no quiere decir que no se interesara por lo que ocurría. Como siempre, anduvo observando, hablando con unos y con otros; moviéndose en rincones poco visibles.»

Su interés por Unamuno:

(…) mi tío gustaba de leer los artículos que escribía en Ahora y decía que eran lo mejor de su obra. Los problemas religiosos de don Miguel, las actuaciones políticas, los versos, las novelas, le parecían una cosa extraña.»

Su posicionamiento:

«Mi tio en la guerra de 1939-1945 era sobre todo anglófilo, admirador de Churchill, tenía un asco terrible a Mussolini y repulsión profunda por Hitler. Como en otra época había sido más bien germanófilo, los que le veían en esta actitud se irritaban y le reprochaban el que hubiera renegado de sus ideas juveniles, de su nietzscheanismo antiguo, etc. »

Su admiración a Dostoiewski:

«Mi tío murió siendo nortemaricanófilo. Las grandezas de Rusia le dejaban frío: y yo creo que su antipatía al régimen comunista estribaba, en gran parte, en las reservas que ha puesto siempre éste a la obra literaria de Dostoiewski. Cada cual tiene sus dioses y Dostoiewski era uno de los de mi tío, de viejo igual que de joven.»

Su anécdota con Zuloaga:

«(…) Zuloaga, que, poco antes de morir, parecía un hombre rebosante de salud y que no se distinguía por su actitud versallesca precisamente. (…) Mi tío no le tenía demasiada simpatía, sobre todo desde que estuvieron en Francia al comienzo de la guerra, y se dio cuenta de que Zuloaga, en San Juan de Luz, se hacía el sueco cuando le veía. Más tarde, al volver a Madrid, Zuloaga procuraba estar amable y hasta quiso hacerle un retrato; pero entonces el que se hizo el sueco fue mi tío. Zuloaga tenía como una corte de amigos y admiradores, que como él comía bien, con la diferencia de que él pagaba.»

Su respeto a las mujeres:

«La fama de misógino de mi tío es una de las muchas bobadas que corrieron en torno suyo(…) El caso es que las mujeres tenían por mi tío una atracción evidente y que ya casi octogenario producía sentimientos de simpatía muy particulares a casadas, solteras y niñas.»

Su senectud:

«Mi tío Pío había perdido casi la memoria. Tenía una arterioesclerosis que le impedía trabajar y había que vigilarle mucho para que no hiciera cosas peligrosas. Por lo demás era un viejo jovial, con magnífica vista, oído finísimo, olfato exageradamente sensible y apetito estupendo. Para reír y para comer estaba siempre dispuesto, aunque desde un punto de vista intelectual siguiera siendo pesimista y dijera que todo era una m…»

Su encuentro con Hemingway:

«Mi tío no se enteró de la visita, como tampoco de que Hemingway dejó una botella de whisky y una labor de punto.»

Su entierro:

«Al fin se bajó el ataúd al coche. Cela, Pérez Ferrero, el editor del tío Alberto Machimbarrena y otros lo bajaron. Se organizó una comitiva como se pudo, con Val y Vera y conmigo a la cabeza. Detrás iba el ministro de Educación, Rubio; una representación de la Academia y gente heteróclita: estudiantes, mujeres, algún obrero. (..) Hacía un tiempo húmedo, no muy frío; nada de vendavales, cataclismos y desórdenes atmosféricos mayores, como alguien ha dicho y escrito. Llegamos mucha menos gente que la que salió de casa al cementerio civil. Unos jóvenes de San Sebastián traían tierra de Guipúzcoa para la tumba.»

 

 

 

05Feb/24

LOS BAROJA. JULIO CARO BAROJA (PARTE 4) SOBRE ESPAÑA Y LOS ESPAÑOLES


La crítica y la literatura:

«La visión que puedo dar, pues, del hombre es bastante distinta a la que cabe encontrar en libros de crítica y de literatura. Esto se explica mejor tratándose de obras acerca de literatura española moderna, que es la más desgraciada de todas las literaturas, desde el punto de vista del hombre interesado por cuestiones psicológicas. ¡Qué retratos hemos hecho y nos han hecho! Cuando pienso que España fue la cuna del casuísmo, la patria de unos hombres (también mujeres) que, en el siglo XVI, parecían sutilísimos a italianos y franceses, y echo luego una mirada a los libros sobre literatura escritos en los siglos XVIII y XIX y XX, al momento me planteo la cuestión terrible de por qué el crítico español, moderno o contemporáneo, es o ha sido tan tarugo. Tarugo, que además ha convencido al hispanista de fuera de que también debe ser un poco arrimado a la cola. Los críticos franceses han demostrado mucha habilidad para pintar los estados del alma, la evolución de sus escritores. A veces de un personaje secundario, a fuerza de talento, sacan extraordinario partido. Son capaces de razonar, de sutilizar, de dar explicaciones muy circunstanciadas de todo. Incluso los historiadores políticos y bélicos han poseído la facultad de adobar, de adobar acaso demasiado, los hechos que narran. Luego vienen las polémicas. ¿Pero qué polémicas se van a entablar en un país en que los historiadores de la literatura hacen caracterizaciones como de jota o de romance ciego? Sus generalizaciones a lo que recuerdan más es a aquella composición que empieza diciendo: Las Marías son muy frías/ y de puros celos rabian.

(…)

Un escritor que escribe durante cincuenta años más de cien volúmenes, queda caracterizado por lo que pensó de algunos de éstos un crítico de sus comienzos o de poco después. Luego, con repetir o glosar juicios, basta. Con ocuparse de tres o cuatro «ideas», ya es suficiente.»

Los Nacimientos navideños:

«La imagen primera de una sociedad repartida en actividades distintas, raras para mí, la tuve en Madrid, sin duda. La vino a completar algo que ha ejercido una influencia decisiva en mi vocación de etnógrafo y folklorista. También de historiador social. Cuando llegaban las semanas de fines de noviembre y comienzos de diciembre las cacharrerías del barrio comenzaban a exhibir en sus escaparates modestas figuras de nacimiento. (…) allí estaban desde los personajes de los Evangelios (y aun de los Evangelios apócrifos) hasta la castañera, la mujer que hila con su gato al lado, el hornero, la vieja con la zambomba, del pastor solitario, o los grupos: la Sagrada Familia frente a la posada, el molinero, la Anunciación a los pastores, el hombre con su yunta. Toda la vieja sociedad campesina del Sur se podría encontrar representada en figuras y grupos, con independencia de la formación fija o de acuerdo a un canon del Nacimiento navideño.»

Los sentimientos afectivos:

«En España puede desarrollarse fuerte un tipo de sentimientos afectivos, por lo mismo que también se dan los odios violentos, las hostilidades ideológicas que llevan al paseo y al asesinato. Los afines por temperamento se agrupan y el grupo es más cordial y entrañable. Acaso en países con una vida pública menos dura las amistades sean también menos fuertes.»

El teatro:

«Todo español tiene una obra en tres actos que le rebulle dentro del cuerpo y su ilusión mayor es estrenar: aun los que no vamos al teatro, porque los espectáculos públicos nos dan un poquito de asco, escribimos piezas teatrales, para uso interno. (…) El teatro era algo parecido a lo que hoy es la pintura. Todo el mundo se siente capaz de pintar y todo el mundo creía entonces que lo más grande que podía hacer un hombre era estrenar. Muchas veces pienso que un éxito teatral a tiempo hubiera librado a España de bastantes calamidades, de envidias y ambiciones trasladadas a otras actividades, políticas, sobre todo. »

La envidia:

«Yo no creo que el vicio capital de los españoles sea la envidia, como se dice y se repite; pero sí que son capaces de sentirla tan fuerte como los ingleses, los franceses o cualquier otro pueblo, cuando da individuos envidiosos.»

La crítica:

«(…) los españoles somos capaces de criticarlo todo y de no tolerar nada en ciertos momentos y de aguantarlo todo en otros.»

El hombre y la República:

«La gente del campo no producía gran interés. El hombre de ciudad moderno tiene acerca de los campesinos la opinión que tenía el doctor Johnson sobre los «salvajes»: «One sea of savages is like another.». Este pensamiento trajo la República a España, porque se consideró que los votos de los pueblos que daban una gran mayoría monárquica no significaban nada ante los de las ciudades donde vivían los «hombres conscientes». La masa rural era «inorgánica», «amorfa», etc. La verdad, según lo que me dicta la experiencia, es que en Vera, en el campo, he tratado a mayor cantidad de gente con personalidad fuerte que entre los obreros y empleaditos de Madrid. Personalidades de diverso tipo consideradas desde el punto de vista cultural: no sometidas a organizaciones modernas, sí a otras antiguas. Fácil era aún recoger noticias folklóricas curiosas, memorias de técnicas y actividades desaparecidas a fines del siglo XIX, recuerdos de las guerras civiles. Pero lo que no me hubiera resultado tan fácil entonces es dar una idea clara de hasta dónde influía lo general en lo particular, la proporción en que el folklore era algo importante, en qué generaciones y sectores del pueblo podía considerarse que lo era y qué grupos estaban ya dominados por preocupaciones del día, que venían como una corriente de origen ciudadano de San Sebastián, Pamplona y aún de Madrid.»

La idea de unidad:

«El español, en general, ha vivido dominado por una idea, a mi juicio funesta, que es la de la unidad. Ha creído que nada hay mejor, y que por obtener unidad religiosa, política, etc…, se pueden cometer las mayores atrocidades y llevar a cabo toda clase de persecuciones. La unidad soñada no se ha obtenido; pero sí se llegó a un estado de desesperación colectiva, que de vez en cuando aún rebota, en el que acaso sea donde hay una real unidad (y a pesar también de que existen muchos optimistas oficiales o públicos). (…) Yo soy un defensor de la variedad, del matiz, de la excepción si se quiere, y creo que el hombre tendrá que volver a reconstruir su vida a la luz de la idea del pluralismo de los orígenes y fines de las cosas. No soy politeísta porque no puedo, pero si soy antimonoteísta, y los sermones de los políticos y profesores acerca de las concepciones totalitarias de la unidad y otras sentencias por el estilo sean de corte izquierdista, derechista o como se les quiera llamar me dejan frío. ¿A qué llegamos por aplicar estas ideas y sus corolarios? A crear un tipo de hombres y mujeres estúpidos, sin interés, cobardes y con espíritu inquisitorial a la par, que pasarán de una ortodoxia a otra, conservando este espíritu y creyendo en las viejas ideas de culpabilidad y de pecado, aunque hayan dejado de tener una religión positiva y se declaren incluso ateos: porque el pensamiento religioso es una cosa y otro el modo de proceder de una sociedad no religiosa, sino supersticiosamente, es decir, utilizando de continuo la idea de la represión. Para mí no hay nada más repugnante que la moral represiva de las sectas y partidos, unida a dogmas intangibles.»

El sentimiento anticlerical:

«Cuando después de haber vivido en los pueblos y aldeas del Norte de España se pasa a la banda Sur, del Guadarrama para abajo, se da cuenta de lo fuerte que es el sentimiento anticlerical en el pueblo. En Vera la fuerza espiritual de los curas es muy grande; acaso lo era mayor en tiempo de la Monarquía liberal y de la República que ahora, pues la guerra civil ha traído muchos peregrinos resultados. En Tendilla las pocas gentes que iban a misa hace veinte años eran los funcionarios del Estado, alguna mujer mayor y las familias de los caciques locales. El ir a la iglesia tenía un significado eminentemente político y había una animadversión difusa hacia el clero que se manifestaba en otros pueblos de Castilla la Nueva, aunque siempre en formas menos explosivas que en Levante y el Mediodía. Son muchos años los que lleva el gobierno actual queriendo dar la impresión de que España es un país católico en esencia, empresa en la que ayudan la burguesía y los funcionarios todo lo que pueden y, sin embargo, el pueblo sigue como siempre y hasta la fecha a los únicos que ha convencido es a algunos turistas ingleses y norteamericanos, dispuestos siempre a creer lo que les parece más romántico.»

Los andaluces:

«Bajar hacia el Guadalquivir por los olivares de Jaén aún me conmueve las fibras; en invierno lo mismo que en la primavera o en otoño. Los pueblos me atraen más que los castellanos y las personas parecen, por el menos en principio, más variadas y variables de carácter que las de otras partes de España. Desde el andaluz bronco y brutal al alambicado y superfino, hay una gama increíble de caracteres y de tipos. Lo mismo pasa entre las mujeres, que pueden dar el nivel más alto de elegancia natural y el de ordinariez más extraña. A ello contribuye también la lengua, fina, expresiva, en boca de unos, de una tosquedad total en la de otros.»

Los hombres del Sur:

«Hoy el hombre del Sur ha sufrido una especie de mutación. Sigue habiendo en Andalucía paisajes recónditos, rincones románticos, cortijos solitarios. Pero los que viven en tales sitios son, con frecuencia, de una falta de vida interior y de romanticismo un poco irritantes. (…) Los hombres del Mediterráneo, italianos, andaluces o griegos parecen, por lo general, gentes dominadas por un utilitarismo total.»

El placer:

«Fue la primera vez que me di cuenta, con plena conciencia, de la seriedad y aun severidad con que en el Sur de España se trata de las cosas de placer. Después, en algún momento de irritación, he llegado a pensar que para que a un «español típico» le conmueva un asunto y tome aire grave, este asunto debe ser el afeitado de los cuernos de los toros, la preferencia de un torero sobre otro, o los matices en el estilo o los estilos del cantar.»

Las oposiciones:

«En España hay algo que envilece a casi todos los profesionales o facultativos (…): este algo es el sistema de oposiciones. Nadie que sea un poco inteligente puede creer en él como cosa útil para seleccionar bien a gentes que queden, en lo mental, por encima de los carteros rurales o los alhondigueros. Pero sirve para que los que están dentro de un cuerpo controlen a su guisa a quienes entran en él, procurando siempre que sean hombres de su cuerda o personas con ciertos rasgos psicológicos.

Los cinco miembros de un tribunal de oposiciones saben casi de antemano a quién van a elegir; hacen luego un programa ridículo, memorístico sobre todo, exigiendo en teoría a los opositores unos conocimientos que ni ellos tienen y que saben que el opositor tampoco posee: mucho alemán, mucha ciencia hermética, mucho dato, mucha cifra. El opositor puede ser un honrado aragonés o alcarreño que acaso no entiende los anuncios de un periódico de Bayona, pero esto no importa. Porque uno de los gozos del tribunal es demostrar a todo el que oposita, aunque sea de manera privada, que no sabe una palabra. Hecha la demostración facilísima y eliminando a los que no están preparados, se elige el favorito en un votación, se le da una comidita y ya entra en el gremio de los que están con derecho a proclamar la ignorancia ajena. Para triunfar en las oposiciones hay que ser una especie de máquina de aprender programas estúpidos, un hombre incompetente pero modesto, un ignorante lleno de osadía, o un paniagudo de los que en la Universidad llamábamos «hijos de papá». Yo no soy nada de esto y por ello he visto claro. Al morir mi madre pensé que, pasara lo que pasara, jamás sufriría sobre mí la vergüenza, la humillación, de una oposición hispánica.»

05Feb/24

LOS BAROJA. JULIO CARO BAROJA (PARTE 5) LA FAMILIA BAROJA


Al margen:

«Vivir un poco al margen de España y sin vínculo con el exterior: tal fue el destino de mi familia y mi mismo destino. Algunas veces me pregunto por qué. Sin duda todos hemos adolecido de cierta excentricidad y de carácter algo difícil. Unos por un estilo, otros por otro. He pensado a veces asimismo en que había timidez familiar. Ahora no lo creo. Se trata más bien de una falta de acomodo físico, espantoso, con mucha gente: una hipersensibilidad para la antipatía y la simpatía de muy malas consecuencias, porque a la postre resulta que el número de personas antipáticas es mucho mayor que el de las simpáticas. Petulancia, satisfacción de sí mismo, ganas de llegar a ser, ansia de honores, de dinero o de popularidad, respetabilidad social aparente, conformidad con el medio, todo esto han sido abominaciones para mi familia. Y esto se paga, vaya el país a la derecha o vaya a la izquierda, se adore al ministro socialista o al que es miembro de la Adoración nocturna.»

Sin alcohol:

«Las fiestas de Vera, del pueblo, fueron para mí, en la adolescencia, unos momentos de angustia, de perplejidad. Hubiera querido lanzarme a hacer lo que hacían los demás mocitos. Pero me retraían pensamientos y sentimientos distintos. En primer lugar, mi familia consideraba que la tendencia a beber en exceso que se notaba en los jóvenes era mala. Mi tío Pío sostenía que estaba fomentada deliberadamente por los curas, para embrutecerlos. El beber daba la norma de comunidad. Yo abstemio, no pertenecía a ninguna pandilla; subsistía la vieja prevención originada porque, por un lado, pertenecía a una familia no religiosa y por otro mi intelectualismo me había aislado.»

Mediano pasar:

«Y yo pertenezco a una vieja familia radical, que no ha tenido nunca más que un mediano pasar, no posee el menor instinto social, y aunque no soy pesimista, no me intereso demasiado por el mundo que me circunda.»

28Ene/24

EL CAFÉ DE LA JUVENTUD PERDIDA. PATRICK MODIANO


Un hombre recuerda los entrañables años pasados, la juventud en el París de los  sesenta con sus amigos, las horas en un café parisino y la presencia de una bonita y enigmática muchacha, Louki. Es estudiante en la Escuela de Minas y la cafetería Le Condé, donde se reunía con otros jóvenes, suponía para él «un refugio contra todo lo que preveía que traería la grisura de la vida.» «Era un parroquiano muy discreto de Le Condé y siempre me quedaba un poco aparte y me contentaba con escuchar lo que decían los demás. Me bastaba. Me encontraba a gusto con ellos.»

«(…) si toda aquella época sigue aún muy viva en mi recuerdo se debe a las preguntas que se quedaron sin respuesta.»

Patrick Modiano (Boulogne- Billancourt, 1945) escribió la exquisita novela titulada En el café de la juventud perdida, que hoy les invito a abrir. Considerado como uno de los mejores novelistas contemporáneos, recibió el Premio Nobel en el año 2014.

«Ahora que ha pasado el tiempo me pregunto si no era sólo su presencia la que hacía peculiares el local y a las personas que en él había, como si lo hubiera impregnado todo con su perfume.»

Ella es Louki «se refugiaba aquí, en Le Condé, como si quisiera huir de algo, escapar de un peligro. Se me ocurrió cuando la vi sola, al fondo del todo, en aquel sitio en donde nadie podía fijarse en ella. Y cuando se mezclaba con los demás, tampoco llamaba la atención. Se quedaba en silencio y reservada y se limitaba a escuchar.»

Louki no es el verdadero nombre de la chica, esa que nada tiene que ver con los parroquianos de entre diecinueve y veinticinco años que van a Le Condé, ese local pequeño lleno de bohemios. Ella llega en octubre, seguramente porque «había roto con parte de su vida y quería hacer eso que laman en las novelas PARTIR DE CERO.»

«(…) si te fijabas bien, notabas unos cuantos detalles que la diferenciaban de los demás. Se vestía con un primor poco usual en los parroquianos de Le Condé. (…) me llamó la atención lo delicadas que tenía las manos. Y, sobre todo, le brillaban las uñas. Las llevaba pintadas con un barniz incoloro.»

«(…) un día, en Le Condé , la sorprendí sola y leyendo. (…) Debería haberle preguntado de qué trataba el libro, pero me dije, tontamente, que Horizontes perdidos no era para ella sino un accesorio y que hacía como si lo estuviera leyendo para ponerse a tono con la clientela de Le Condé.»

Los demás beben y visitan «paraísos artificiales». Quizás Louki también. No se sabe cómo Louki llegó allí. «Siempre he creído que hay lugares que son imanes y te atraen si pasas por la inmediaciones. Y eso de forma imperceptible, sin que te lo malicies siquiera. Basta con una calle en cuesta, con una acera al sol, o con una acera a la sombra. O con un chaparrón. Y te llevan a ese lugar, al punto preciso en el que debías encallar.»

Pero no es la nostalgia de los años perdidos el tema central de esta obra. El misterio también está presente. ¿Quién es Jacqueline Delanque? Una chica de veintidós años que ha dejado a su marido. El esposo recuerda que una noche invitó a uno de sus ex amigos de la Escuela de Comercio a cenar y éste vino con un tal Guy de Vere, un hombre mayor que su esposa y el amigo, y muy versado en ciencias ocultas. De Vere le ha aconsejado un libro a Jacqueline, Horizontes perdidos.

«Se había llevado su ropa y los libros que le había prestado Guy de Vere, todo ello metido en una maleta de cuero granate. Aquí no quedaba ya ni rastro de ella. Incluso en las fotos en que salía, unas pocas fotos de vacaciones, habían desaparecido. Por la noche, solo en el piso, se preguntaba si había estado casado alguna vez con aquella Jacqueline Delanque. La única prueba de que todo aquello no había sido un sueño era el libro de familia que les entregaron después de la boda. Libro de familia. Repitió esas palabras como si no entendiera ya qué querían decir.»

«En esa vida que, a veces, nos parece un gran solar sin postes indicadores, en medio de todas la líneas de fuga y de los horizontes perdidos, nos gustaría dar con puntos de referencia, hacer algo así como un catastro para no tener ya esa impresión de navegar a la aventura. Y entonces creamos vínculos, intentamos que sean más estables los encuentros azarosos.»

¿Quién es Jacqueline Delanque? La hija de una trabajadora del Moulin- Rouge. Una chica inalcanzable. Una chica frágil, con miedos, desamparada y fuerte a la vez.

«Es posible que se comportase así conmigo, con aparente indiferencia, porque no se hacía ninguna ilusión en lo que a mí se refería. Debía de decirse que no había gran cosa que esperar puesto que me parecía a ella.»

«Si me hubiera pillado sola en el bulevar, a las doce de la noche, apenas me habría dicho una palabra de reproche. Me habría mandado volver a casa con esa voz tranquila que tenía, como si no la sorprendiera verme en la calle tan a deshora. Creo que si andaba por la otra acera, la que estaba a oscuras, era porque notaba que mi madre ya no podía hacer nada por mí.»

«Noté esa sensación de angustia que se apoderaba de mí, muchas veces, de noche, y que era aún más fuerte que el miedo, esa sensación de que en adelante sólo iba a poder contar conmigo misma, sin recurrir a nadie. Ni a mi madre ni a nadie. Me habría gustado que el policía se quedara toda la noche de plantón delante del edificio, toda la noche y los días siguientes, como un centinela, o más bien como un ángel de la guarda que velase por mí.»

«Mi madre debía de llevar ya mucho rato en casa. Me preguntaba si le preocuparía mi ausencia. Casi echaba de menos aquella noche en que vino a buscarme a la comisaría de Les Grandes- Carrieres. Tenía el presentimiento de que, a partir de ahora, nunca más podría venir a buscarme. Me había ido demasiado lejos.»

Jacqueline se ha ido muy lejos. Se ha ido con Jeannette con la que toma alcohol y «nieve». Se ha ido con las compañías de Le Canter. No es feliz. Ha mentido a Jeannette nada más conocerla porque ella es quién es pero quizás hubiese querido ser otra, pero no puede. «Siempre había soñado con ser estudiante, por la palabra, que me parecía elegante. Pero aquel sueño se convirtió en algo inaccesible el día en que no me admitieron en el liceo Jules-Ferry.»

«Un día, al amanecer, me escapé de Le Canter, donde estaba con Jeannette. (…) Me asfixiaba. Me inventé un pretexto para salir a tomar el aire. Eché a correr. (…) Dejé que se apoderase de mí una embriaguez que ni el alcohol ni la nieve hubieran podido proporcionarme nunca. (…) Estaba completamente decidida a no volver a ver a la banda de Le Canter. Más adelante, he sentido la misma embriaguez cada vez que he roto con alguien. No era de verdad yo misma más que mientras escapaba. No tengo más recuerdos buenos que los de huida o evasión. Pero la vida siempre volvía por sus fueros. Cuando llegué a la avenida de Les Brouillards, estaba segura de que alguien había quedado conmigo por esta zona y sería un nuevo punto de partida para mí.(…) Caminaba con esa sensación de liviandad que, a veces, sentimos en sueños. Ya no le tenemos miedo a nada, todos los peligros son irrisorios. Si las cosas se ponen feas de verdad, basta con despertarse. Somos invencibles. Caminaba, impaciente por llegar al final, allá donde no había más que el azul del cielo y el vacío. (…) No tardaría en llegar al filo del precipicio y me arrojaría al vacío. ¡Qué dicha flotar en el aire y saber por fin cómo era esa sensación de ingravidez que llevaba toda la vida buscando!»

Pasan los años y Louki está en boca de todos.  «Cuando de verdad queremos a una persona, hay que aceptar la parte de misterio que hay en ella…Porque por eso es por lo que la queremos, ¿verdad, Roland?»

El poder de la memoria y la búsqueda de la identidad de Louki se entremezclan en esta fabulosa novela. Todos sentiremos compasión por la dulce Louki.

21Ene/24

¿QUIÉN HA VISTO EL VIENTO? CARSON McCULLERS (PARTE 1)


La totalidad de los cuentos de la escritora norteamericana Carson McCullers (Columbus, Georgia,1917, Nueva York, 1967), editados por Seix Barral bajo el título ¿Quién ha visto el viento? es la obra que les invito a abrir hoy. «Carson McCullers transmitió con una maestría insuperable la grandeza y tragedia del alma humana. Su obra ha seducido a generaciones de lectores, mientras la crítica la encumbraba en el pedestal de los clásicos del siglo XX.», reza la cubierta del volumen. «Dotados de una insólita musicalidad, desprenden una fuerza y una pasión que sacuden a quien los lee.», se añade.

En esta entrada, recogeré citas de aquellos cuentos que más me han gustado.

En Sucker, la autora nos presenta a un chico adolescente de dieciséis años, atormentado por el desprecio de Maybelle, una chica de su instituto que le gusta, y los remordimientos de conciencia que le producen el mal trato que dispensa a su hermano de doce años con el que comparte habitación.

«Hay una cosa que he aprendido, algo que me hace sentirme culpable y es difícil de entender. Si una persona te admira mucho, la desprecias y te tiene sin cuidado; en cambio, casi con toda seguridad admiras a la persona que no te hace caso. No es fácil darse cuenta.»

«Supongo, de todos modos, que uno entiende mejor a la gente cuando es feliz que cuando está preocupado.»

«No sé qué tiene una noche oscura y fría que hace que te sientas muy cerca de alguien con quien duermes. Cuando hablas con él es como si fuerais las únicas personas despiertas en toda la ciudad.»

Una chica de dieciocho años está en Nueva York. Allí asiste a la universidad. Vive en un edificio donde comparte vecindario con gente singular. El patio de la calle Ochenta, zona oeste, título del cuento, acoge a personas que le harán preguntarse sobre el comportamiento humano y sobre lo poco que sabemos de las vidas de los que tenemos cerca.

«Cuando ves dormir, vestirse y comer a la gente, tienes la sensación de que los entiendes, incluso aunque no sepas cómo se llaman.»

«Háganse cargo de que todos los vecinos del patio nos veíamos dormir y vestirnos y cómo pasábamos nuestras horas de ocio, pro no nos hablábamos nunca. Estábamos lo bastante cerca para tirarnos comida de una ventana a otra, lo bastante cerca para que una sola metralleta pudiera habernos matados a todos en un abrir y cerrar de ojos. Pero seguíamos comportándonos como desconocidos.»

Una niña llamada Hattie y un huérfano escabechado dentro de un frasco, son los dos fascinantes elementos del relato titulado El orfanato, donde los recuerdos de la infancia deambulan entre la realidad, la imaginación y el terror.

«(…) el niño distingue dos capas de realidad: la del mundo, que se acepta como una inmensa confabulación de todos los adultos; y la no reconocida, la escondida y secreta, la profunda.»

«Los recuerdos infantiles poseen una extraña cualidad volandera, y zonas de oscuridad rodean los espacios de luz. Los recuerdos de infancia son como velas encendidas en una hectárea de oscuridad, e iluminan escenas inmóviles, separándolas de la negrura circundante.»

Conmovedor es el cuento titulado Los extranjeros. Un padre, que sufre por una hija cuyo paradero y situación desconoce, viaja en un autobús. Su comportamiento no refleja su pesar pero algo sucede que le devuelve a la tristeza. En esta sutileza reside la belleza del relato.

«Porque lo que activa un pesar latente no es una señal preestablecida (…) Se trata  de lo imprevisto y de lo indirecto. De manera que el judío podía hablar de su hija con compostura y pronunciar su nombre sin que se le quebrara la voz. Pero cuando, en el autobús, vio a un anciano duro de oído inclinar la cabeza hacia un lado para oír algún fragmento de conversación, quedó a merced de su dolor. Porque su hija tenía la costumbre de escuchar con la misma inclinación de cabeza y de lanzar una mirada rápida sólo cuando la persona que hablaba había terminado. Y el gesto casual de aquel anciano fue el aldabonazo que liberó en él la pena tanto tiempo contenida, de manera que hizo una mueca de dolor y bajó la cabeza.»

El joven Andrew rememora su juventud junto a sus hermanos y muy especialmente junto a su hermana Sara, en el restaurante de la estación de autobuses donde se encuentra. Su querida hermana, con la que construyó un planeador, con la que escuchaba música clásica. Su hermana Sara, la que un día se escapó de casa con trece años. «Quizá la música tuviera algo que ver. O puede que hubiera crecido demasiado y no supiese qué hacer con su cuerpo.» «Dijo que no estaba enfadada con nadie por ningún motivo, pero que se marchaba de casa para siempre.»

«Hay una época en que los hijos quieren escaparse de casa, prescindiendo de lo bien que se lleven con su familia. Creen que se tienen que ir por algo que han hecho, o por algo que quieren hacer, o quizá no sepan siquiera el motivo por el que se escapan. Tal vez sea un tipo de hambre difícil de calmar que les hace querer marcharse en busca de algo.»

Pero un día, Sara se marcha a estudiar a Detroit, en principio por diez meses. «Cuando Andrew volvía de clase todas las habitaciones le parecían silenciosas y horriblemente vacías.»

En ausencia de Sara, su hermano se aficiona a jugar al ajedrez gracias a un relojero judío llamado Harry. Entablan una amistad en la que Andrew comienza a sentirse incómodo, ya que la edad que los separa es bastante significativa y por el extraño carácter del hombre misterioso. «A veces, mientras se apresuraba por calles oscuras de regreso a casa, Andrew sentía un peculiar escalofrío de miedo. No sabía muy bien por qué. Como si hubiera dado todo lo que tenía a un desconocido que podía estafarlo.» A veces, el muchacho cree haberse abierto, con sus conversaciones, demasiado al relojero.

«¿No encuentras a veces horroroso ser quien eres? Me refiero a las veces en que te despiertas de repente y dices «soy yo» y te sientes asfixiado. Es como si todo lo que haces y piensas no fueran más que cabos sueltos y no hubiese nada que encajara.»

También se echó a las calles de South Highlands y vivió nuevas experiencias en el barrio negro. Así pudo conectar mejor con Vitalis, la criada que trabajaba para ellos en casa de su padre. Esta conocía a Harry. «No es más que un hombrecillo pálido (…) Casi toda la gente pequeña e insignificante se da aires. Cuanto más pequeños son, más grandes se creen. Sólo tienes que fijarte en cómo alzan la cabeza cuando caminan.»

Sara, en su ausencia, apenas escribe. Cuando su hermano intenta recordar su cara no la ve con claridad. «Casi llegó a ser para él como su madre muerta.»

Sara vuelve pero ya no es la misma. Andrew tampoco lo es. «Y siempre tenía hambre y siempre le parecía que algo estaba a punto de suceder. Y lo que sucediera le parecía que iba a ser terrible y que iba a destruirlo. Pero no era capaz de transformar aquellos presentimientos en ideas. Incluso el tiempo, los dos años largos después del regreso de Sara, parecía haber pasado por su cuerpo pero no por su entendimiento. Sólo habían sido largos meses de sentir que se hundía o de tranquilo vacío. Y cuando pensaba en ello apenas sacaba ninguna conclusión. Estaba a punto de hacerse hombre y tenía diecisiete años.»

¿Qué sucede finalmente? La solución está en este interesante cuento titulado Sin título. Lo que está claro, tal y como escribe la autora americana en este relato, es que «la gente no puede planearlo todo».

¿Puede alguien, por medio de la mentira, construir una vida atractiva? ¿Puede llegar a ser la mentira un salvavidas de una existencia anodina y por tanto, moralmente aceptable? ¿Puede, incluso, esta mentira llegar a calar en los demás hasta hacerlos caer en su corriente? Todas estas preguntas se resuelven en el cuento Madame Zilensky y el rey de Finlandia.

«La razón de las mentiras de Madame Zilensky era sencilla y triste. Toda su vida había trabajado en el piano, enseñando y escribiendo aquellas doce sinfonías hermosas e inmensas. Día y noche había luchado afanándose y volcando su alma en su trabajo, y apenas le quedaba algo de sí misma para más. Humana como era, sufría esa carencia, y hacía lo que podía para compensarla. Si pasaba la tarde inclinada sobre una mesa de la biblioteca y luego decía que había estado jugando a las cartas, era como si hubiera podido hacer las dos cosas. Por medio de sus mentiras vivía una doble vida; las mentiras doblaban lo poco de existencia que le quedaba fuera del trabajo y engrandecían el pequeño andrajo último de su vida personal.»

El cuento Muchacho obsesionado es tan duro como tierno. El adolescente Hugh vuelve de la escuela y siente verdadero pavor al comprobar que su madre no está en casa. El lector no sabe el porqué y ahí es donde reside la grandeza de este relato, que logra tenernos en tensión hasta el último momento. Hugh no quiere saber la verdad de lo ocurrido porque en el pasado le han sucedido cosas desagradables a su querida madre, por la que siente tanto afecto como rencor. Su madre ha dejado una tarta sobre la mesa de la cocina pero ninguna nota que informe de dónde se encuentra. Su amigo John intenta calmarle y Hugh le cuenta lo sucedido a su madre con anterioridad. Las conversaciones menores se entremezclan con el grave problema al que se ha tenido que enfrentar el adolescente en el pasado. Esta combinación de charlas hacen la angustia más llevadera.

«La cocina, con los impecables paños a cuadros y los cacharros limpios, era en aquel momento la mejor habitación de la casa. Y sobre la mesa esmaltada había una tarta de limón hecha por ella. Tranquilizado ante la cocina de todos los días y la tarta, Hugh regresó al vestíbulo y alzó la cabeza para llamar escaleras arriba.»

«Mi madre ha hecho la tarta, dijo Hugh. Rápidamente encontró un cuchillo y la cortó, para disipar el sentimiento de terror, cada vez más intenso.»

Pero Hugh debe enfrentarse con la realidad. Saber lo que ha ocurrido.

«Se dio la vuelta despacio para subir la escalera. Su corazón no era como un balón, sino como un rápido tambor de jazz, que resonaba cada vez más deprisa mientras subía. Iba arrastrando los pies como si vadeara un río con el agua hasta las rodillas, y tenía que sujetarse al pasamanos. La casa parecía extraña, demencial. Al mirar desde arriba a la mesa del piso bajo con el jarrón de flores primaverales recién cortadas, también le parecieron en cierto modo extrañas. En el espejo del descansillo su propia cara le sobresaltó, hasta tal punto le pareció desencajada. La inicial del jersey de su instituto estaba del revés en el reflejo, y él tenía la boca abierta como un idiota de manicomio. La cerró y su aspecto mejoró. Pero los objetos que veía, la mesa abajo, el sofá arriba, parecían hasta cierto punto resquebrajados y discordantes debido al terror que sentía, aunque eran las cosas familiares de todos los días.»

Este relato también nos habla del desconcierto y la inseguridad que nos produce el desequilibrio de las costumbres cotidianas, lo inesperado en la rutina. Todo, de repente, nos parece extraño y diferente hasta producir en nosotros un ligero sentimiento de miedo.

Todos los cuentos se desarrollan en lugares cerrados. En habitaciones, casas, edificios, hoteles, un orfanato, un coche, un estudio de música, un autobús, restaurantes o cafeterías, teatros…se mueven todos estos estupendos personajes, que ponen ante nuestros ojos lo más frágil del ser humano.

En muchos de los cuentos, además, se introduce la música. Hay representaciones musicales, músicos, estudios de música, teatros, referencias a composiciones clásicas y compositores… No hay que olvidar que la escritora estadounidense demostró, desde muy niña, un gran talento musical que le permitía tocar complejas partituras. Estudió piano durante muchos años para regocijo de su madre pero a los quince su padre le regaló una máquina de escribir y quizás esto le hizo plantearse dejar salir a la luz su gran talento para la escritura.

El libro termina con el cuento titulado ¿Quién ha visto el viento?, que da título al volumen de cuentos. El relato fue publicado en 1956, un año después de la muerte de la madre de la autora. Ken Harris es un escritor que pasa por su peor momento tanto profesional como personal. Evoca los buenos tiempos, cuando aún la página en blanco no era un martirio para él. Poco a poco se va enredando en una vida de desesperación y alcohol. Va de fiesta en fiesta y en todos estos escenarios rememora su carrera profesional, reflexiona sobre otras artes e intenta dar solución  a su tormento. Es un trabajo muy interesante donde la autora deja al descubierto las miserias del escritor y del negocio de la literatura.

«Hubo sin embargo una época( ¿cuánto tiempo había pasado?) en la que bastaba una canción en una esquina, una voz de la infancia, para que el panorama de la memoria condensara el pasado de manera que lo fortuito y lo verdadero se transfigurasen en una novela, en un relato… Hubo una época en que la página en blanco llamaba y clasificaba los recuerdos y Ken sentía ese misterioso dominio de su arte. Una época, en pocas palabras, en las que era escritor y escribía casi todos los días. Trabajaba mucho, recomponía cuidadosamente las frases, tachaba las que resultaban ofensivas y cambiaba las palabras repetidas.»

«Durante una época, el año que siguió a la guerra, vivió la alegría del escritor cuando escribe. Una época en la que todo encajaba, desde una voz de la infancia a una canción en la esquina. En la extraña euforia de su trabajo solitario se produjo una síntesis del mundo.»

«Cuando se publicó el libro y las reseñas fueron indiferentes o malas, le pareció que lo aceptaba bien, hasta que los días de desolación se fueron encadenando uno tras otro y empezó el terror.»

Ken aborrece hablar con escritores jóvenes, aquellos que aún tienen ilusión.

«Por supuesto un relato en una revista menor después de diez años no es un comienzo demasiado brillante. Pero piense en lo mucho que luchan casi todos los escritores, incluso los grandes genios. Dispongo de tiempo y de perseverancia, y cuando esta novela vea finalmente la luz, el mundo reconocerá mi talento. A Ken le resultó desagradable la total sinceridad del joven, porque veía en ella algo que él había perdido hacía mucho tiempo.»

«Un talento pequeño, de un solo relato…, eso es la cosa más traicionera que Dios puede conceder. Trabajar y trabajar, con esperanza, con fe hasta que la juventud se consume… He visto esa situación demasiadas veces. Un talento pequeño es la mayor maldición divina.»

«Sucede que a mis esperanzas les ha sucedido algo completamente descabellado. Cuando era joven estaba convencido de que iba a ser un gran escritor. Luego pasaron los años, y ya me conformaba con ser un excelente escritor menor. ¿No notas la caída mortal en eso? (…) Lo último y definitivo es renunciar por completo a escribir y conseguir un empleo como publicitario. ¿Te das cuenta del horror?»

Es interesante leer las reflexiones que hace sobre el arte de la interpretación y sobre los pintores y cómo lo compara con el acto de escribir y con el trabajo de los escritores.

«No me parece que la interpretación sea un arte creativo, sino sólo interpretativo. Mientras que el escritor, por su parte, ha de cincelar la roca fantasmal…»

«Siempre es relajante sentarse en el estudio de un pintor. Los pintores no tienen los problemas de los escritores. ¿Quién ha oído hablar de un pintor que se quede atascado? Nunca les falta algo con que trabajar: preparar el lienzo, los pinceles y todo lo demás. Mientras que una página en blanco…., los pintores no están neuróticos como muchos escritores. (…) el olor a pintura, los colores y la actividad son relajantes. No como la hoja en blanco y una habitación silenciosa. Los pintores pueden silbar mientras trabajan e incluso hablar con otras personas.»

 

McCullers está considerada, junto a William Faulkner, como una de las mejores representantes de la narrativa del Sur de Estados Unidos.

21Ene/24

¿QUIÉN HA VISTO EL VIENTO? CARSON McCULLERS (PARTE 2)


Aquí les dejo algunas de las comparaciones más bellas e imágenes literarias que más me han gustado de este hermoso libro de Carson McCullers titulado ¿Quién ha visto el viento? donde se recogen todos sus cuentos.

«Del fondo le llegó el sonido de un violonchelo que tocaba una serie de frases descendentes que caían sobre otra sin orden ni concierto, como un puñado de canicas derramándose escaleras abajo.»

«Tenía el rostro chupado, además del cuerpo deforme, y las manos delicadas como las patas de un gorrión.»

«La señora Lane apretaba tanto las flores que tenía en la mano que se doblaron sin fuerza unas sobre otras como avergonzadas.»

«Arrugas, delgadas y grises como una tela de araña, se extendieron por la piel pálida en torno a la boca y los ojos de la señora Lane.»

«Constance pensaba todavía en la pregunta que tenía que repetir, pero las palabras se le pegaban a la garganta como pegajosas bolitas de mucosidad y le pareció que si trataba de expulsarlas, lloraría.»

«Sus manos, tan flácidas y descoloridas como sebo descendieron sobre la caliente humedad que le recorría por las mejillas.»

«Y mientras contemplaba la botella vacía, tuvo una de las grotescas imágenes que tendían a presentársele a aquella hora. Se vio, junto con Marshall, en el interior de la botella de whisky. Repugnantes en su pequeñez y perfección. Se deslizaban muy enfadados, arriba y abajo, por el frío cristal transparente como simios diminutos.»

«Era un día de otoño despejado y un sol pálido, en rebanadas, se metía entre los rascacielos color pastel.»

«Constance vio cómo su madre cruzaba el césped y tomaba el sendero de grava que llevaba a la puerta principal. Caminaba tan a saltos como una marioneta. Cada tobillo huesudo se lanzaba rígidamente delante del otro, los delgados brazos huesudos se balanceaban rígidos, el delicado cuello inclinado hacia un lado.»