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07May/17

THE NATURE NOTES OF AN EDWARDIAN LADY. EDITH HOLDEN

«Vi una pequeña y amarilla lagartija. Quería cazarla y llevarla a casa para mostrarla, pero se escurrió entre mis dedos y cuando la había atrapado por la cola se escapó para parar de nuevo en el final de su cola, de tal manera que enredó mis dedos.»

Estas sencillas frases pertenecen al mes de mayo. Al mes de mayo de un libro de admirable belleza que realiza un recorrido, un viaje por la naturaleza, durante un año.

Edith Holden (Kings Norton, Birmingham 1871-1920), escribió y sobre todo ilustró una obra que ha pasado a ser una de las más bellas, estéticamente hablando, de la literatura inglesa. Bajo el título de «The Nature Notes of an Edwardian Lady» encontramos un trabajo cargado de sensibilidad, no sólo por los textos que en el se encierran sino también por unas acuarelas únicas, que son, el fundamento de esta obra que permaneció escondida hasta el año 1988, año de su publicación.

Holden fue una ilustradora de cuentos y rimas infantiles durante toda su vida ya que en aquella época la sociedad inglesa no tomaba en serio las obras de las artistas y ésta tuvo que enfocar su genialidad en este trabajo para subsistir, dejando a un lado su gran talento como pintora. Llego a exponer su obra en la Academia de las Artes de Birmingham, pero este suceso pasó a ser una simple anécdota.

Muchos años después de su muerte, según se cuenta, una sobrina encontró dos libros que la pintora había escrito e ilustrado apoyando su obra también en textos de reconocidos escritores. Ésta los llevó a un editor que, claramente, vio la belleza y la originalidad de su contenido.

Estos libros eran, además del citado aquí anteriormente, «The Country Diary of an Edwardian Lady», publicado den 1977.

Con 39 años, Holden se enamoró de un escultor siete años más joven que ella llamado Ernest Smith. Las familias desaprobaban esta relación, pero ellos se casaron y se mudaron a Chelsea para participar así activamente del círculo artístico londinense.

Los padres de Holden, desde niña le habían inculcado el amor por las artes plásticas y desde temprana edad asistió a la Birmingham School of Art.

Las acuarelas que recoge el libro que les invito a abrir, 158 para ser exactos, son simplemente espectaculares. La elegancia de cada pincelada pone de manifiesto la gran artista que fue. Los textos que acompañan a las pinturas son de una simplicidad deliciosa. Y la selección de poemas que hace de grandes poetas ingleses más que acertada. Entre ellos Wordsworth, Stevenson, Shakespeare, o Milton.

En mi opinión es un libro con el que se puede disfrutar simplemente observando sus ilustraciones, leyendo las anotaciones, comentarios y textos de la autora pero también es una obra con la que tener un primer contacto con los grandes de la poesía y literatura inglesa, como los autores antes citados e incluso puede llegar a ser un libro muy interesante para leer con niños, ya que está lleno de ilustraciones que ellos pueden admirar y así ir identificando de una manera única las diferentes estaciones del año y cómo se comportan los animales en cada una de ellas y cómo se transforman las flores en este viaje por la naturaleza a lo largo de un año.

Holden tuvo un trágico final, murió ahogada. En 1920, mientras observaba unos brotes de castaño para reflejarlos en su obra, cayó al Támesis.

Mis ilustraciones favoritas son las que pertenecen a los meses que van de septiembre a febrero. ¿Y las de ustedes?

23Dic/16

LA NOCHE SANTA. SELMA LAGERLÖF

«Madonna col Bambino benedicente e cherubini«, Jacopo Bellini, 1455

«Y todo esto es tan cierto como que yo te veo y tú me ves»

Selma Lagerlöf, (Marbacka, Suecia 1858, 1940), fue la primera mujer en obtener el Premio Nobel de Literatura (1909). Gran lectora desde niña, se la asocia irremediablemente a su obra más conocida, «El maravilloso viaje de Nils Holgersson», inspirado en los cuentos de animales de Rudyard Kipling y encargado por el Consejo de Educación sueco para enseñar a los niños la geografía del país. Recuerdo haber leído este libro, en uno de esos largos veranos que el sistema escolar español establece desde mitad de junio hasta mitad de septiembre, como una de las sensaciones literarias más bellas que recuerdo. Nils, hechizado por un hada, se convierte en un niño que no levanta un palmo de altura desde el suelo y que a lomos de un ganso blanco doméstico que se une a una bandada de gansos salvajes en su migración al norte, como cada año,  viaja a Laponia y recorre toda Suecia.

Fue la sueca una feminista convencida además de una gran escritora, que dedicó gran parte de la década de 1920 a luchar por los derechos de la mujer. Durante los último años de su vida, ayudó a los escritores y pensadores a esconderse, salir del país y luchar contra la dictadura alemana que oprimía a Europa ya que la persecución nazi contra los intelectuales fue muy dura.

Su primera novela «La saga de Gösta Berling» la escribió en 1891, a esta siguieron varios cuentos y otras novelas como «Los milagros del Anticristo» o «El hogar de los Lijecrona». Pero en este post me voy a centrar en sus cuentos, y más concretamente en los de Navidad. Sobre esta temática, dejó varios escritos y como dentro de unos días estaremos celebrando estas fiestas, me gustaría que abrieran algunos de estos libros donde se esconden estos bellos relatos.

Quedarse con uno es muy difícil, pero debo hacerlo por cuestiones de espacio, así es que me he decantado por el titulado «La noche santa».

«Apenas contaba cinco años de edad cuando experimenté una gran pena. No sé si desde entonces habré tenido otra mayor.

La causa fue el triste fallecimiento de mi abuela. Hasta entonces, la bondadosa señora estuvo sentada siempre en un rincón de la estancia contando cuentos.»

Así comienza este maravilloso cuento, lleno de ternura y respeto hacia los mayores, hacia los abuelos, que espero que, el día que tengan entre sus manos, disfruten y como esa abuela, ustedes transmitan a otras personas.

«Recuerdo siempre que la pobre estaba sentada allí, refiriendo historias, de la mañana a la noche, y que nosotros, niños, sentados en torno suyo, escuchábamos silenciosos sus narraciones. ¡Magnífica vida! No había pequeñuelos que lo pasaran mejor que nosotros. De la bondadosa anciana sólo puedo recordar que tenía una hermosa cabellera blanca como un gran copo de algodón. Que caminaba muy encorvada y que sus manos jamás abandonaban la calceta.

También recuerdo que siempre que terminaba la narración de algún cuento me colocaba una mano sobre la cabeza, diciendo: «Y todo esto es tan cierto como que yo te veo y tú me ves».

(…)

De tales cuentos e  historias sólo conservo un recuerdo débil y vago, si bien de una de ellas me acurdo tan claramente que podría narrarla sin la menor dificultad. Es una leyenda breve sobre el nacimiento de Jesús.

(…)

Era un día de Navidad. Todos salieron para la iglesia, con excepción de la abuelita y yo. Creo que nos quedamos solitas en todas la casa. Nosotras no habíamos podido ir con los demás: una, por demasiado niña; la otra, por demasiado vieja. Y las dos nos hallábamos entristecidas por no poder escuchar las bellas canciones de los maitines ni ver las bonitas luces con que estaría adornada la iglesia aquel día.

Como nos hallábamos solas y en el mayor silencio, la abuelita empezó una de sus narraciones:

-Pues señor… Érase una vez un hombre que salió una noche en busca de fuego. Iba de casa en casa y, llamando a las puertas, decía: «Buena gente, socorredme; mi mujer acaba de recibir un niño y no tengo fuego para calentar a la madre y al pequeñuelo».

Pero era tan tarde y la noche tan oscura, que todos dormían y nadie respondía a sus llamadas. El hombre, caminaba, caminaba… Por fin divisó, a lo lejos, el resplandor de una fogata. Allá se encaminó apresurando el paso, y vio que la hoguera brillaba en medio del campo. Multitud de blancas ovejas dormían en torno del fuego y el viejo pastor guardaba el rebaño.

Cuando el hombre que buscaba fuego, llegó cerca de las ovejas, percibió tres enormes peros que dormían a los pies del pastor. A su llegada, se despertaron los tres y abrieron sus tremendas fauces, como si quisieran ladrar; más no se oyó ladrido alguno. El hombre vio cómo se les erizaba el pelo del lomo, cómo sus dientes agudos y blanquísimos relucían al resplandor de la hoguera, hasta que se abalanzaron sobre él. Y vio cómo uno de ellos se le lanzaba a la garganta, mordiéndole otro el pie y otro la mano, pero las quijadas y los colmillos de los perros quedaron paralizados y el hombre no sufrió daño alguno.

Entonces el hombre quiso seguir avanzando en busca de lo que necesitaba. Pero las ovejas estaban tan apretadas, lomo contra lomo, que el hombre no podía dar un solo paso. Y no tuvo más remedio que pasar por encima de las ovejas dormidas para poder acercarse a la hoguera. Y ni un sólo animal se despertó ni hizo el menor movimiento.

(…)

Cuando el hombre se hallaba ya casi junto a la hoguera, el pastor se despertó. Era éste un hombre malo, duro y sin entrañas. Cuando veía a algún extraño, empuñaba una vara larga y puntiaguda, que usaba cuando apacentaba el ganado, y se la arrojaba con violencia. Y también aquella vara silbó en el aire con dirección al hombre; más antes de que hubiera podido tocarle, se desvió y fue a caer lejos, en el campo.

(…)

Entonces el hombre se acercó al pastor y le dijo: «Buen amigo, haz del favor de prestarme un poco de fuego; mi mujer acaba de recibir un niño y necesito fuego para calentar un poquito a los dos». El pastor habría preferido negárselo, pero cuando pensó en que los perros no habían podido causarle mal alguno, que las ovejas no se habían asustado y que la vara no había podido herirlo, sintió cierto temor y no se atrevió a negar al forastero lo que pedía. «Toma todo el que necesites», le contestó.

Mas el fuego estaba casi consumido. Ya no quedaban troncos ni ramas, sino un gran rescoldo, y el forastero no llevaba pala ni cubo para recoger las ardientes ascuas.

Cuando el pastor se dio cuenta de ello volvió a repetirle: «Llévate todo el que necesites». Y se regocijaba al pensar que aquel hombre no podría llevarse nada. Pero el hombre se inclinó sobre la hoguera y con sus desnudas manos sacó los carbones encendidos de entre la cenizas y los fue colocando en su capa. Y las ascuas no quemaron ni sus manos ni la tela. Y el hombre se las llevó con la misma facilidad que si hubieran sido nueces o manzanas.

(…)

Cuando el pastor, que era muy malo y despiadado, vio aquello empezó a asombrarse. «¿Qué noche será esta en que los perros no muerden, las ovejas no se asustan, las lanzas no matean y el fuego no quema?», se decía a si  mismo. Y llamando a forastero, le preguntó: «¿Qué noche es esta? ¿A qué se debe que todas las cosas se muestren tan clementes?».

Y el pobre le contestó: «No puedo decírtelo si tú mismo no lo ves.». Y se dispuso a emprender su camino para encender cuanto antes el fuego que debía calentar a la madre y al hijo.

El pastor pensó que no debía perder de vista a aquel hombre hasta averiguar lo que significaba todo aquello. Y se levantó y lo siguió hasta el lugar donde se detuvo el forastero.

El pastor vio que el hombre no tenía ni una mala cabaña como habitación y que su mujer y el niño se hallaban en una cueva de la montaña, cuyas paredes, desnudas, eran de dura y fría piedra. Al ver que el pobre e inocente niño podría helarse en aquella gruta, se sintió conmovido y decidió hacer algo por él, no obstante su corazón fue duro. Y del zurrón que llevaba al hombro sacó una suave piel blanca de cordero y se la entregó al forastero, diciéndole que acostase al niño sobre ella. Y en el mismo instante en que demostró que era capaz también de sentir piedad, se abrieron sus ojos, y vio lo que antes no había podido ver, y oyó lo que no le había sido dado oír.

Vio cómo en torno suyo se agrupaba un gran corro de pequeños angelitos de alas de plata. Cada uno de ellos tenía una lira en la mano, y todos cantaban, con voz armoniosa y potente, que aquella noche había nacido el Redentor, el que redimiría los pecados del mundo.

Y entonces comprendió por qué aquella noche todas las cosas estaban tan contentas que no querían causar el menor daño.

(…)

La Naturaleza toda se hallaba entregada a un júbilo indefinible. Por todas partes resonaban los cánticos de los angelitos juguetones. Todo aquello lo veía y sentía el pastor en medio de las tinieblas y el silencio de la noche, aun cuando poco antes nada había podido percibir. Y su corazón se llenó de tal alegría al ver que sus ojos se habían abierto por fin a la verdad, que cayó de hinojos y dio gracias a Dios.

Cuando la abuelita llegó a este punto, se detuvo y suspiró, diciendo:

-Y todo aquello que el pastor vio lo podemos ver nosotros también si nos hacemos merecedores de ello, pues los ángeles bajan volando desde los cielos cada noche de Navidad.

Y la abuelita colocó su diestra sobre mi cabeza y dijo:

-Acuérdate bien de lo que te he contado, pues es tan cierto como que yo te veo y tú me ves. Para ello no se precisan lámparas ni luces, ni sol ni luna, sino ojos limpios de pecado para poder contemplar la magnificencia del Señor.»

 

 

 

 

 

 

18Dic/16

OBRA COMPLETA. LOS AGUINALDOS DE LOS HÚERFANOS. ARTHUR RIMBAUD

I

Está lleno de sombra el cuarto; vagamente se oye
de dos niños el triste y dulce cuchicheo.
Su frente se vence, aún cargada de sueño,
bajo la larga cortina blanca que tiembla y se levanta…
-Fuera los pájaros se arriman frioleros;
sus alas se entumecen bajo el gris de los cielos;
y con su séquito de brumas el nuevo Año,
arrastrando los pliegues de su manto de nieve,
sonríe entre sollozos y canta tiritando…

II

Y, bajo la cortina ondulante, los pequeños
hablan quedo como se hace en una noche oscura.
Escuchan pensativos como un lejano murmullo…
Los estremece a menudo la clara voz de oro
del timbre matinal, que repica incesante
su estribillo metálico en su globo de vidrio…
-Además, el cuarto está helado…ruedan por el suelo,
entre las camas esparcidas, ropas de luto:
¡el áspero cierzo invernal que en el umbral gime
aventa en la morada su aliento taciturno!
Se siente en todo esto que falta alguna cosa…
-¿No hay acaso una madre para estas criaturas,
una madre de fresca sonrisa y triunfantes miradas?
¿Es que ha olvidado, en la noche, sola y adormilada,
avivar una llama a las cenizas arrancada,
amontonar sobre ellos edredones y lanas
antes de abandonarlos gritándoles: perdón?
¿Acaso no ha previsto el frío matutino,
ni cerró bien la puerta al cierzo del invierno?…
-El sueño materno es la tibia alfombra,
el nido algodonoso donde acurrucados los niños,
cual bellos pájaros mecidos por las ramas,
¡duermen su dulce sueño lleno de cándidas visiones!…
-Pero esto, -es como un nido sin plumas ni calor,
donde los pequeños pasan frío, no duermen, tienen miedo;
un nido que ha debido de helar el cierzo amargo…

III

Vuestro corazón lo ha intuido: -no tienen madre estos niños.
¡No hay madre en el hogar!-¡y el padre está muy lejos!…
-Por eso una vieja sirvienta de ellos se ha ocupado:
en la gélida casa están solos los pequeños;
huérfanos de cuatro años, en su mente de pronto
despierta poco a poco un risueño recuerdo…
es como un rosario que al rezar se desgrana:
-¡Ah, qué bella mañana la mañana de aguinaldos!
Cada uno, en la noche, había soñado con lo suyos
en algún sueño extraño donde se veían juguetes,
caramelos vestidos de oro, centellantes joyas,
arremolinarse y bailar una danza sonora,
¡luego huir bajo las cortinas y aparecer de nuevo!
Despertaban al alba, se levantaban alegres,
con la boca hecha agua, frotándose los ojos…
Iban, enmarañando el pelo en la cabeza,
radiantes los ojos, como en los grandes días de fiesta,
y los piececitos descalzos rozando el suelo,
a las puertas de los padres suavemente llamar…
¡Entraban!… Luego las felicitaciones… en camisón,
los besos repetidos, ¡y la alegría permitida!

IV

¡Ah, qué delicia aquellas palabras tantas veces dichas!
-Pero cómo ha cambiado el hogar de otro tiempo:
crepitaba un gran fuego, vivo, en la chimenea,
toda la vieja habitación estaba iluminada:
y los reflejos rojizos, salidos del hogar,
revoloteaban alegres sobre los muebles barnizados…
-¡El armario estaba sin llaves!… ¡sin llaves el gran armario!

(…)

-El cuarto de los padres está hoy muy vacío:
ningún reflejo rojizo bajo la puerta hay;
ya no hay padres, ni hogar, ni llaves requisadas:
¡por eso ya no hay besos, nada de dulces sorpresas!
¡Oh, qué triste para ellos será el primer día del año!
-Y, muy pensativos, mientras una amarga lágrima
de sus grandes ojos azules silenciosamente cae,
murmuran: «¿Cuándo volverá nuestra madre?»

(…)

Es enternecedor pensar que a la temprana edad de quince años, el gran poeta Arthur Rimbaud (Champaña-Ardenas, 1854, Marsella 1891), ya lo era. Estos versos, con lo que he comenzado, pertenecen a su poema «Los aguinaldos de los huérfanos»(1870). Hacía mucho tiempo que no leía algo tan estremecedor y a la vez tan bello. Quiero compartirlo con todos ustedes en estas fechas que se acercan, tan significativas para muchos, porque me parece que todos podemos aprender bastante de estas palabras que el escritor francés dejó escritas, en las que nos quería transmitir que sin amor, que sin el amor de esos padres, de esa madre que ya no está en casa, ya nada es igual, que se terminaron las cosas dulces, los besos, la habitación del cariño, el calor,… Que, en definitiva, nada tiene sentido, si no está esa madre que los niños buscan desesperadamente. Sólo los recuerdos alivian el dolor, pero ellos continúan preguntándose cuándo volverá su madre.
Por eso, en época de Navidad dónde confundimos, en muchas ocasiones, el significado de lo que celebramos, dejemos de pensar en tantas cosas materiales que nos rodean, que pensamos, nos hacen felices y disfrutemos de los que aún tenemos cerca, de nuestros seres queridos. Y sonriamos acordándonos de los que ya se fueron, pero que, de alguna manera, siguen estando a nuestro lado. Repartamos amor, besos, abrazos,…cuando aún podemos hacerlo. Que no sea demasiado tarde para luego tener que conformarnos con los sueños.
En septiembre de este año, Ediciones Atalanta volvía a sorprendernos con la edición de la obra completa bilingüe de Rimbaud, que hasta ahora se había publicado en España de forma poco rigurosa.
Como la propia editorial cita en la obra su correspondencia «sólo estaba disponible en breves antologías temáticas» y su poesía estaba incompleta porque aunque en la portada de alguna edición figura el título de «Obra poética completa», incluso las mejores versiones, a cargo de excelentes poetas «dejan de lado los veintidós poemas que conforman el llamado «Album zutique», cuyo contenido escatológico o las dificultades que plantea su complejo argot parecen haber inducido a los traductores a descartarlos.»
Ediciones Atalanta nos ofrece, definitivamente, la obra completa desde sus creaciones escolares en latín hasta sus poemarios finales.
Mauro Armiño (Cereceda, Burgos, 1944) ha sido el encargado de mostrar esta joya en su total esplendor. La labor de traductor de Armiño se ha centrado, sobre todo, en la cultura francesa.
El volumen, que deben conocer y abrir para adentrarse en el mundo de este fabuloso escritor, contiene además de un estupendo prólogo de Armiño, una cronología, un «diccionario Rimbaud» para conocer tanto a él como a su obra de forma más acertada, por supuesto toda su obra poética como «Una temporada en el infierno» o «Iluminaciones», la correspondencia del autor entre 1870 y 1891, así como ilustraciones y fotografías.
El prólogo comienza así:
«El fugaz paso de Arthur Rimbaud por la poesía francesa fue calificado en vida del propio poeta de «meteoro»; la idea se convirtió en un tópico que aún se mantiene vivo porque hay pocas cosas más ciertas en el caso del joven poeta de Charleville, que llega a París en septiembre de 1971 y en año y medio, hasta mayo de 1873, reduce a cenizas la poesía parnasiana, para luego, tras el episodio de Bruselas y la entrega del manuscrito de su único libro publicado, «Una temporada en el infierno» (septiembre de 1873), hundirse en un silencio inexplicable e inexplicado que acosa a la mayoría de los críticos como si ese mutismo absoluto fuera una clave interpretativa. En ese año y medio su conducta devino en piedra de escándalo constante, incluso entre el círculo de poetas bohemios: por sus extravagancias, fumaba con la cazoleta de la pipa boca abajo, por su afición a la bebida, por su apariencia sucia, desharrapada y salvaje, por su carácter agresivo, hasta el punto de propinar una puñalada con un bastón-estoque al fotógrafo Carjat, o por exhibir sin demasiados tapujos su homosexualidad en compañía de Verlaine. A todo esto se añadía la insumisión en su obra poética a todos los órdenes de la sociedad: a la escuela, a la Iglesia, al orden político o impuesto por Napoleón III, a la familia, al trabajo; en resumen, a los valores que la burguesía de la época empezaba a ponderar como una posibilidad de avance social.»
Para terminar, quiero compartir con ustedes otros versos de su poema «Sensación», otro de mis preferidos, también de su juventud e igualmente bellos e inteligentes.

«En las tardes azules de verano, iré por los senderos,
picoteando por los trigos, pisando la hierba menuda:
soñador, sentiré su frescura en mis pies.
Dejaré al viento bañar mi cabeza desnuda.

No hablaré, no pensaré en nada:
pero el amor infinito me subirá al alma,
e iré lejos, muy lejos, lo mismo que un bohemio,
por la naturaleza (…)»

 

30Oct/16

PABLO, EL GUERRERO DE VERDAD

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Para Pablo Guerrero Jiménez,
porque aunque aún no lo sepa,
ganará todas las batallas
a las que se enfrente en su vida.

Era tarde, o al menos eso le pareció a Pablo cuando abrió los ojos esa mañana. Volvió a cerrarlos un poco para ver si así se hacía aún más tarde. De esa manera, quizás, ya se hubiese hecho demasiado tarde para todo, para ir a por el pan y tener que aguantar los comentarios de la panadera, para ir a la escuela, para encontrarse con ese amigo que ya no era tan amigo, para saludar al vecino que le sonreía todas las mañanas….Sólo de pensarlo, ya le entraba un cansancio…, un agobio… ¿Por qué tenía él que hacer todas estas cosas si no se sentía bien haciéndolas? Si, ya sabía, sus padres le habían dicho, que uno se tiene que enfrentar todos los días a cosas que no le gustan, pero…, él era un niño, y…, bueno, eso, y…, daba igual. Ya lo pensaría en otro momento.

Bajó las escaleras, convencido de que su madre estaría ya en la cocina charlando con su padre mientras preparaban el desayuno para él y Luisa. Pero no, no había nadie. Miró por la ventana del salón y no vio a nadie caminando por la calle, ni se escuchaba bullicio alguno de furgonetas, repartidores, vecinas, niños.. «¿Qué estaba ocurriendo?», se preguntó. Pero fue una pregunta que Pablo se hizo con una leve sonrisa de satisfacción en su rostro. Aquel silencio le agradaba mucho, a decir verdad, le encantaba. Era un día normal, pero vacío, un día en el que él no debería enfrentarse a todas aquellas situaciones cotidianas que le desagradaban. Así es que se colocó su chaqueta encima del pijama, sus botas y salió a la calle. En el parque sólo se encontró con los árboles, los bancos vacíos y el quiosco de chucherías de Mary cerrado. Se dirigió a los columpios y los probó todos, aunque los conocía, por supuesto de memoria. Pero, en soledad, todo le parecía mucho mejor.

Gritó algunos nombres de personas que conocía, pero allí no apareció ni siquiera un gato asustado. La felicidad que experimentaba era incomparable. A él le gustaba estar con gente, claro que si, le gustaban sus amigos, claro que si, incluso la escuela, claro que si. Claro que si. Todos los «claros que sí» que uno pueda imaginar, pero todo le gustaba a su manera y eso era lo que poca gente entendía. Cada día tenía que ponerse su traje de guerrero, su escudo y su espada imaginaria para enfrentarse al mundo tal y como uno parece que se tiene que enfrentar a él. Y él no quería menos a su amigo por decirle la verdad y enfadarse un día, o no le gustaba menos la escuela por no querer hacer los deberes u olvidar un cuaderno, o no sentía menos cariño por sus vecinos por saludarlos tímidamente. No. Por supuesto que no. Pero su piel de guerrero era ya tan dura que nadie podía ver lo que se escondía allá adentro. Pero…, daba igual. Ya lo pensaría en otro momento.

Sin darse cuenta, había pasado una hora. Decidió volver a casa. Cuando entró, sus padres estaban preparando el desayuno y Luisa lo miró perpleja, porque estaba claro que nadie esperaba encontrárselo abriendo la puerta, sino bajando por las escaleras.

-¿De dónde vienes a estas horas Pablo?,¿dónde has estado?, le preguntó su madre entre asombrada y asustada.

-Me desperté muy pronto y…, bueno creí que hoy era un día vacío, respondió Pablo.

-¿Vacío?, ¿qué quieres decir con eso?, dijo el padre.

-No me gustan los días en los que tengo que hacer todo lo que hay que hacer, respondió Pablo enérgico y algo enfadado. Me aburre tener que repetir las mismas cosas y que los demás piensen que si no hago las cosas como ellos quieren esas cosas ya no sirven, ni tienen importancia, ni les quiero, ni…, ni…, da igual, añadió.

Entonces sus ojos se le llenaron un poquito de lágrimas pero sin llorar, y quiso gritar pero se contuvo. Se quitó la chaqueta como el guerrero que se quita su armadura, sus botas las tiró como el guerrero que se deshace de su escudo y miró a sus padres con sus ojos grandes ojos claros clavándoles una espada imaginaria, de guerrero, por supuesto, pero de guerrero con ternura, que eso es lo que él llevaba dentro, mucha ternura y mucha bondad.

-¿Tengo que ser cómo los demás, mamá?, preguntó contrariado. Porque yo no quiero hacer daño a nadie pero quiero hacer las cosas a mi manera. Quiero querer a mi manera y saludar a mi manera, y tener mis amigos a mi manera, y comprar el pan a mi manera y aprender a mi manera.

Sus padres le miraron con cariño. Se acercaron a el y le dijeron que tenía razón, que aunque se habían dado cuenta un poco tarde, porque los padres también cometen errores, debía hacer las cosas a su manera. Le prometieron que nunca más le recriminarían un comportamiento y que intentarían entenderlo y apoyarlo porque ellos también se habían dado cuenta de que el traje de guerrero se le había quedado ya, afortunadamente pequeño. Que los demás también tendrían que aprender a entenderlo y quererlo así, tal y como era.

Pablo subió las escaleras con su madre hasta el cuarto del niño. Sacó la ropa del armario, la que se debía poner para el colegio.

-Toma, quítate el pijama y ponte la ropa Pablo.

Pablo se vistió. Guardó el pijama debajo de la almohada y después se acercó a su madre y con sus manos vacías pero llenas de sentido común, de bondad y ternura, le dijo a su madre:

-Quería guardar también el traje de guerrero aquí, debajo de la almohada, pero mejor lo guardas tú en otro sitio para que no me lo pueda poner más.

Su madre lo abrazó muy fuerte y le contestó:

-Lo vamos a tirar, ¿vale? porque ya no lo necesitas. Eres suficientemente fuerte  para poder con todas las batallas que te ponga la vida en tu camino. Sin corazas, sin escudos, sin espadas. No necesitas todas esas cosas. No lo dudes nunca Pablo. Nunca.

Bajaron las escaleras juntos, Pablo delante de su madre, sonriendo. Con fuerzas para enfrentarse a un nuevo día que se le presentaba maravilloso. Estaba feliz. Todo le pesaba menos. Su mamá bajaba detrás con las manos vacías pero, a la vez, llenas de cosas que utilizan los guerreros y también sonriendo.

Sin duda, a los cuatro se les presentaba por delante un gran día.

¿Quién duda de que las personas únicas son las más difíciles de entender? ¿Quién puede dudar de que las batallas más importantes se ganan con buenas dosis de bondad y de ternura?

 

 

 

24Sep/16

LUISA, EL AMOR, LA MAGIA Y UN ARCO IRIS

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A Luisa Guerrero Jiménez,
que es mágica,
para que nunca deje de soñar.

Si alguna vez visitáis un pueblecito blanco que descansa sobre una sierra muy alta, conoceréis a una niña que se llama Luisa. Luisa es mágica. Sí, sí, habéis leído bien, mágica quise decir. Luisa tiene sólo cuatro años y ya es mágica. ¿Sabéis la razón?. Luisa es mágica porque es especial y es especial porque es única y es única porque ante todo cree en si misma. Así es que si ella con cuatro años ya sabe todo esto, vosotros que, seguramente, seréis un poco más mayores, deberíais seguir su ejemplo. Deberíais creer en vosotros mismos, para ser únicos, especiales y mágicos a ojos de los demás.
Os contaré algo más de ella. Luisa tiene un hermano mayor, que en diciembre cumplirá siete años, al que adora. Le defiende a capa y espada cuando a éste se le presenta alguna dificultad. No se acobarda Luisa, no. ¿Sabéis por qué? ¿no? Pues es muy fácil. Luisa sabe, aunque sólo tiene cuatro años, que las cosas que uno hace con el corazón siempre son las correctas y eso le da la fuerza para llevarlas a cabo. Deberíais tomar este ejemplo también y utilizarlo durante toda vuestra vida. Pero todo esto, aunque Luisa tiene mucho talento, también se lo enseñaron sus padres, a los que adora, y que han hecho de ella un niña mágica también. Os lo resumiré así: «Sus papás le tocaron con la varita mágica del cariño y ella se hizo fuerte. Por cada abrazo, por cada beso, por cada sonrisa, Luisa iba cargándose de seguridad y esta seguridad la transformó en magia». Así es que si algún padre está leyendo ahora mismo este cuento, debería seguir este ejemplo de los papás de Luisa. Vuestros niños podrían ser entonces tan mágicos como Luisa. Yo si fuese ustedes lo probaría. ¿Qué cuesta dar abrazos, besos y regalar sonrisas? Piénsenlo.
Pero vamos a lo nuestro. Y lo nuestro es contaros a todos lo que hizo en una ocasión Luisa.
Una mañana, cuando Luisa iba a la escuela, los demás niños se quejaban de que todo estaba muy gris y muy feo. Era invierno y el sol no había salido aún, quedaban algunos pequeños charcos del día anterior y los barrenderos aún no habían limpiado la calle. Pues bien, ella, simplemente sonrió, fijó sus ojos azules en el camino asfaltado y de repente, por donde Luisa iba pisando, flores de todos los colore iban naciendo, iban brotando sin orden llenando ese espacio de la calle de colores y perfumes que alegraban a los demás niños. De este modo, todos llegaron a la escuela contentos y con una sonrisa. Y sólo porque Luisa sonrió.
Esa misma tarde, justo después de hacer los deberes, comenzó a llover a cántaros. Pablo, el hermano de Luisa, miraba triste a través de la ventana. Luisa también estaba triste porque no podrían salir un rato al parque a jugar. Su mamá les pidió que tuviesen paciencia porque, seguramente, la lluvia no tardaría mucho en irse, pero pasaban las horas y la lluvia no cesaba. Luisa, cansada de esperar, miró al cielo, concentró sus preciosos ojos azules en ellos, y de repente de detrás de una nube apareció tímido el sol que se resistía a salir. Pero cuando lo hizo, los niños salieron veloces a la calle, sin perder un minuto.
Nadie se dio cuenta de algo, pero Luisa si. El arco iris no había salido. Y eso a Luisa le entristeció.
-¿No os dais cuenta de que el arco iris no ha salido?, preguntó Luisa a los demás niños.
-Si, pero no podemos hacer nada, sonrió su amiga algo resignada.
Así eran los niños, pensó Luisa, a la primera de cambio se conformaban, o iban corriendo a lloriquear a las faldas de sus madres o a los pantalones de sus padres.
-¡Bah!, os da igual todo. ¡Vaya clase de niños que sois!, protestó Luisa mirándolos desafiantes con sus grandes ojos.
Pablo, que la conocía bien, sabía que algo estaba tramando su hermana. Cuando abría aún más sus ojos, los entornaba de esa manera, ponía sus manos en jarra y se quedaba pensativa, estaba claro que algo pasaba por su cabeza.
Sin decir nada, Luisa sacó una tiza muy gorda del bolsillo y comenzó a dibujar los peldaños de una escalera. Una escalera que pronto atravesó el parque. Y después, y ante el asombro de todos los niños, a excepción de su hermano, que conocía su magia mejor que nadie, la escalera se despegó del suelo y se convirtió en una escalera de verdad, rosa como el color de la tiza que Luisa había utilizado. Los peldaños eran esponjosos como si estuvieran hechos de algodón de azúcar. Y por cada sonrisa que Luisa lanzaba, un peldaño se iba levantando hasta que la escalera llegó al cielo. Luisa subió por ella hasta descansar en una nube, justo en una nube que aún estaba un poco gris y a la que el sol estaba haciendo cosquillas con un rayo. Unas pequeñas gotitas mojaron a Luisa, las suficientes para darse cuenta de que allí mismo tenía que dibujar el arco iris para que sus amigos los vieran. Entonces sacó otra tiza, esta vez azul y dibujó encima de la nube y rozando un poco el sol siete huecos para los siete colores del arco iris. A cada sonrisa de Luisa, aquellos caminos imaginarios iban llegando hasta la siguiente nube y de allí tocaron el pico de la sierra. Pero había un problema, al arco iris le faltaban los colores.
Pablo gritó desde abajo advirtiendo a su hermana de que el arco iris no tenía colores.
-¿Y a qué estáis esperando?, ¿es que lo tengo que hacer yo todo?, les increpó Luisa a sus amigos desde la nube.
Los niños, nuevamente desconcertados, no sabían qué era lo que Luisa deseaba realmente. Pero pronto fueron informados.
-¡Los colores!, ¡eso es lo que quiero!, ¿qué es lo que voy a querer si estoy intentando hacer un arco iris? ¿Es que acaso los niños pueden vivir sin arco iris?
-¡Claro que no!, gritó Pablo.
-¡Claro que no!, gritaron después los demás.
-Pues eso, a lo vuestro. ¡Venga deprisa!, antes de que el sol se vaya. Me queman ya las manos de tenerlo cogido. No creo que aguante mucho más aquí a mi lado.
Pero los niños, tengo que confesaros, no se enteraban de nada. ¿Cómo iban a conseguir los colores?
Y en eso tenían razón. ¿Cómo los iban a conseguir si no creían en la magia? ¿Si no creían en las cosas imposibles? Está muy claro que sólo los niños que creen en las cosas imposibles, en los sueños, en la magia, consiguen todo lo que se proponen.
Así es que a Luisa no le quedó más remedio que bajar otra vez al parque y arreglarselas ella sola.
Y una vez abajo se dijo así misma:
-Haré un montón de zumo de naranja para la estela naranja, y mamá no se enfadará porque es para algo bonito.
-Cogeré un trozito de río para el color azul, y los peces no se enfadarán porque a ellos también les gusta mirar para arriba de vez en cuando.
-A la sierra le arrancaré toda la hierba verde que encuentre, y no se enfadará porque también se la comen a veces las cabras.
-Todos los plátanos de la merienda de Pablo para la parte amarilla, y Pablo no se enfadará conmigo porque es el mejor hermano del mundo.
-Pétalos de rosa para el camino rosa, y las flores no me pincharán con sus espinas porque son tan presumidas que quieren estar en todas partes, también en el cielo.
-Cartulina de la escuela para conseguir el color lila, y la profesora no me castigará porque es para la manualidad más hermosa del mundo.
Y allá subió Luisa decidida por la escalera de tiza hasta el cielo otra vez. Por suerte el sol no se había escapado aún y ella ya tenía todo lo que necesitaba.
Poquito a poco fue rellenando aquellos caminos de tiza que ella misma había trazado con todo lo que había conseguido.
Los niños, desde abajo, sonreían, hasta que una amiga de Luisa dijo lo siguiente:
-¡Falta el color rojo!
Luisa se ofendió mucho, muchísimo. Ni de eso se habían dado cuenta. ¡Qué desastre!, pensó.
-El color rojo es el del cariño, el del amor. ¡Ese lo ponéis vosotros desde abajo!, ¿acaso lo tengo que hacer yo todo?, les increpó Luisa.
-¿Pero cómo lo hacemos Luisa?, preguntaron sus amigos.
-Abrazad a vuestros padres, que vuestros padres os abracen a vosotros, dadles besos a los viejitos que están sentados en los bancos, sonrisas a los que están enfadados…, ¡qué se yo!, todo eso. ¿Es qué no sabéis lo que es el amor?
Y yo, que estoy contando este cuento y que vi cómo Luisa hacía toda esta fantasía, le diré cuando me la encuentre la próxima vez, que no, que no todo el mundo sabe lo que significa el amor. Que no todo el mundo podría rellenar los colores del arco iris, que por eso llueve muchas veces en el corazón de muchas personas y pocas veces sale el sol. Pero que de eso ella, afortunadamente, no sabe nada, de nada, de nada. Porque recordad que Luisa es mágica por muchas cosas pero sobre todo por el amor que lleva dentro de ella que la hace ser tan mágica, tan mágica, tan mágica, como para conseguir, si fuese necesario, que el arco iris atravesara cualquier sierra del mundo.
Y el arco iris apareció en el pueblecito blanco, descansando en la sierra. Y los niños, emocionados e incluso algo asustados, lo miraban asombrados. Nunca habían visto ningún arco iris igual.
Luisa agarró con una mano a su madre y con la otra a su hermano y les dijo:
-Ya nos podemos ir a casa. Papá, seguramente, ya habrá llegado y así podremos mirar los cuatro el arco iris por la ventana.
Y así lo hicieron. Los cuatro, abrazados, miraron el arco iris desde la ventana hasta que el sol se puso en la sierra.

30May/16

LAS AVENTURAS DEL BARÓN MÜNCHHAUSEN. GOTFFRIED A. BÜRGER ( PARTE 1)

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Tendría unos siete u ocho años cuando leí por primera vez «Las aventuras del Barón de Münchausen». Puntualizaré que fue algo parecido ya que se trataba de un libro en formato cómic que, de alguna manera, sembró en mi el grandísimo interés por este personaje literario que me ha acompañado siempre y que no ha dejado de fascinarme desde entonces y del que después he leído todo lo que ha llegado a mis manos, diferentes ediciones de sus aventuras así como los escritos, estudios… referentes a su vida, ya que el barón de Münchausen existió, pero de eso les hablaré luego.
¿Cómo no quedar fascinado con sus aventuras? El barón montado en una bala de cañón, el barón encendiendo la mecha de un fusil gracias a su nariz, el barón viajando a la Luna, al infierno con Vulcano. El barón bailando en el estómago de una ballena o el barón cabalgando sobre un caballo cortado por la mitad, al que al beber agua se le salía por la parte de atrás al mismo tiempo. El barón matando a un oso para cubrirse con su piel y así pasar desapercibido entre otros osos, el barón sacándose a si mismo de una ciénaga tirándose de sus propia coleta o llegando a un pueblo completamente enterrado por la nieve de tal manera que un día después, cuando la nieve se derritió, y el pueblo se le mostró al noble en todo su esplendor, se da cuenta de que ha atado su caballo a la aguja más alta del campanario y que por esa razón él mismo se halla colgado allí.
Sólo ahora, muchos años más tarde, y cómo digo después de leer mucho sobre él y sobre el libro que relata sus empresas y hazañas, entiendo esta fascinación que, lejos de alejarse, cada vez me acompaña con más intensidad. Este hombre capaz de las aventuras más extravagantes y extraordinarias representa el máximo exponente de la rebeldía y por eso me gusta. Y por eso adoro a nuestro Quijote por tierras castellanas. Pero el barón alemán representa otro tipo de locura, con la que un niño se puede identificar más o más rápidamente, de ahí el éxito que el libro ha tenido en todo tipo de público, claro está, en sus ediciones más modernas. Y por que llegó a mi antes el barón que el Quijote, y además por ese toque infantil del que les hablaba, me siento en la dulce obligación sentimental de dedicarle este post hoy. Me voy a basar para ello en la edición del escritor y traductor Gottfried A. Bürger (Mulmerswende 1747, Gotinga 1794), de 1786 y cuyo título original es: «Wunderbare Reisen zu Wasser und zu Lande, Feldzuege und lustige Abenteuer des Freiherrn von Münchausen » (Los maravillosos viajes por mar y tierra, campañas y aventuras del barón de Münchausen),así como en el prólogo que el dramaturgo Théophile Gautier (1811-1872) escribió en 1853 para la edición francesa de la obra, y que es una auténtica maravilla por todo el contenido excepcional que incluye en vistas a entender los orígenes y posterior evolución de una obra llena de sorpresas. Gracias al prólogo de Gautier sabemos más y mejor de dónde arranca esa locura «actual» del barón que algo tiene que ver con la personalidad que Bürger quiso imprimirle en su edición, que conocemos como, se puede decir, la definitiva.
Como cuenta Gautier, el barón fue un «personaje» que existió realmente y estas narraciones, según él, debieron de basarse, aunque remotamente, en aquellas otras que el barón Karl Friedrich Hyeronimus von Münchausen relató a sus amigos y allegados en circunstancias similares a las que se describen en la obra, en tertulia o a la luz del hogar y en el calor de un buen vino. La obra se basa en las narraciones de hechos de guerra y caza y otros sucesos de las que fue testigo a lo largo des su numerosos y arriesgados viajes.
El barón nacido en Bedenwerder (Hannover) el 11 de mayo de 1720 mandó como coronel un regimiento de húsares rojos durante la guerra de Rusia contra Turquía (1740-41) y sirvió a las órdenes del conde Burkhard Christoph von Münnich, mariscal de campo del zar Iván. Al terminar la campaña y tras algunos viajes y un matrimonio poco afortunado, el barón de Münchausen acabó por establecerse de nuevo en Hannover, donde moriría el 22 de febrero de 1797. El noble no escribió sus propias historias e incluso al conocer que éstas andaban escribiéndose puso punto y final a sus habituales tertulias. Sus historias se estaban convirtiendo en una forma de burla del vulgo hacia la nobleza y esto le disgustaba enormemente. Ya para entonces, como se apunta en otros estudios, se había convertido en mentiroso oficial. Pero lo cierto es que no fue mucho más exagerado en contar sus «batallas» que otros militares de su carrera.
La psicología ha catalogado al «Síndrome de Münchausen» como la alteración psicológica en la que el paciente finge los síntomas de diversas enfermedades, o incluso se las provoca tomado medicamentos o lesionándose el mismo, para recibir así la atención y simpatía de los demás.
Y para que se hagan una idea de la trascendencia de la obra, les diré que en el siglo XIX la historia había sufrido ampliaciones y transformaciones a manos de muchos escritores conocidos y se había traducido a muchos idiomas, hasta llegar a contar con unas 100 ediciones diferentes.
En 1785 se publicó, de forma anónima, en Oxford, algunas de estas historias del barón, historias populares, recogidas en un libro bajo el título: Barón Münchhausen s narrativa of his maravellous Travels and Campins in Russia (Historia de los maravillosos viajes y campañas de Rusia del barón de Münchausen).
Más tarde se supo, según Gautier, que el autor de esta edición será un tal Rudolf Erich Raspe (Hannover 1737, Irlanda 1794), un anticuario alemán de vida «un tanto escabrosa y chalanesca».
En 1781, cuatro años después de esta edición inglesa, un tal August Mylius había publicado en Alemania un Vade Mecum für lustigue Leute, que ya incluía historias atribuídas al barón, aunque precavidamente ya que el verdadero barón seguía vivo y andaba cerca.
El mérito de Raspe consistió, como se apunta en el prólogo de 1853, en traducir al inglés estas historias, añadir algún refrito de otras fuentes y adaptarlas al paladar sajón (a ello se debe, cuenta Gautier, la simpatía que el barón demuestra hacia los británicos durante el episodio de la defensa de Gibraltar).
El resultado nos presenta a un barón fanfarrón, borrachín,… que se entretenía tomando el pelo al prójimo a base de andar de bufonada en bufonada, esto es, las andanzas de un rufián de noble cuna.
Un años después de la primera edición de Raspe, Münchhausen vuelve a Alemania y lo traduce Gottfried August Bürger que utilizó la quinta edición inglesa. Añade nuevas historias y también se apunta en otros estudios, no lo dice Gautier,que introduce elementos del folclore popular alemán. Lo que si dice el francés es que esas historias nuevas que se introducen son, sin duda, las mejores, el viaje de ida y vuelta a lomos de un par de balas de cañón o su salvación tirándose de la coleta. Y también destaca en el prólogo que reescribió el conjunto con un estilo lleno de gracia y vitalidad. El barón tiene un nuevo carácter. Crea un nuevo género entre satírico y fantástico. Una delicia para el lector. Como consecuencia de todo esto apareció, como ya apunté al comienzo, su » Wunderbare Reisen zu Wasser und zu Lande, Feldzuege und lustige Abenteuer des Freiherrn von Münchausen».
Bürger no sólo fue un excelente traductor, sino también uno de los grandes nombres de la lírica alemana y quizás el más genuino representante de aquel movimiento que dio en llamarse «Sturm und Drang» (Tormenta e ímpetu), del que les hablaré en la segunda parte de este post, pero del que ya les adelanto que el barón se empapó llevado par la mano de Bürger. Y que este movimiento tiene mucho que ver en que conozcamos al barón que conocemos y no a otro. El barón no será ajeno al espíritu de este movimiento, en principio, literario alemán. Un movimiento que abarcó los años 1767-1785 y que como se apunta en el prólogo, había comenzado tiempo atrás. En él se les concedió a los artistas la libertad de expresión a la subjetividad individual, y en particular, a los extremos de la emoción en contraposición a las limitaciones impuestas por el racionalismo de la ilustración. Se opone a la ilustración alemana o Aufklärung y se hizo precursor del Romanticismo. El nombre de este movimiento surge de la pieza teatral homónima del mismo nombre escrita por Friedrich Maximilian Klinger en 1776. Algunos escritores que encabezaron este movimiento son Hamann, Herder o el gran Goethe.
Fue una corriente profundamente irracionalista y emotiva dedicada a buscar signos en la naturaleza y a unificar ésta con la historia y con la cultura, aferrándose a las raíces populares germánicas frente a un racionalismo ilustrado eminentemente francés. Será este empuje irracional, como se recoge en el magnífico prólogo de la edición francesa, el que sustituirá el imperativo categórico por la categoría del imperio, el ingenio por el genio, la mesura por el caos originario, la moral por la pasión y el formalismo ilustrado por la pura libertad creadora. La vida, puesta ahora en el lugar de la razón, como vida suprema, rechaza las reglas que, aún siendo legítimas racionalmente, fijan un límite al libre desarrollo del individuo.
Y en esa atmósfera traslada Bürger al barón, y el barón es ese ser que puede representar todo lo que ellos anhelan, un personaje que representa lo que ellos no pueden ser, pero que, por eso, crean al ser, al loco, al aventurero. Así sólo el personaje será juzgado, no el escritor.
Y ese barón es el que adoramos todos aquellos lectores que amamos sus historias, sus aventuras y sus locuras.