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22Dic/18

ÉRASE UNA VEZ UNA MUJER QUE QUERÍA MATAR AL BEBÉ DE SU VECINA. LIUDMILA PETRUSHÉVSKAIA (PARTE II)

«Por más que uno trabaje y sea previsor, no hay forma de salvarse del destino que no aguarda a todos: lo único que nos puede salvar es la suerte»

Este post lo quiero, como dije en el anterior, dedicar enteramente al relato «Los nuevos Robinson» incluido en el libro «Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina», de la escritora rusa Liudmila Petrushévskaia, porque de entre todos los que componen el libro es el que más me gustó y, también, es muy diferente del resto. Espero que cuando se decidan a abrir el libro, editado por Ediciones Atalanta, disfruten tanto de él como a mí me ocurrió.

Una familia se traslada a una aldea casi deshabitada, donde sólo viven tres ancianas, una enfermera «delincuente», una pensionista sin pensión que ha de labrar su tierra para no morir de hambre y otra vieja que ya no tiene ni para encender la estufa de su isba. En ese ambiente desolador transcurre la vida de la narradora, una muchacha de dieciocho que se enfrenta a una realidad sórdida, fría y dura. Petrushévskaia, sin embargo, como un hada encantada, dota al relato de una gran elegancia y belleza dentro de esa miseria. Y eso, a mi parecer, es lo que hace tremendamente único a este maravilloso cuento.

Comienza así:

«Papá y mamá estaban decididos a tomar la delantera y cuando empezó todo nos marchamos los tres, con un cargamento de comida, a una aldea perdida y olvidada, pasado el río Mora. Habíamos comprado una casa por poco dinero y allí estaba: íbamos todos los años a finales de junio, a coger fresas, pensando en mi salud, y luego volvíamos en agosto, cuando ya era tiempo de recoger manzanas, endrinas, grosellas negras en los huertos abandonados, y ya había frambuesas y setas en los bosques. La casa estaba prácticamente en ruinas cuando la compramos; nosotros íbamos y la utilizábamos, pero no hicimos ninguna reforma, hasta que un buen día mi padre se puso de acuerdo con un transportista, y en primavera, cuando los caminos ya estaban transitables, nos dirigimos a la aldea cargados hasta arriba de alimentos, como unos Robinson, con todo tipo de útiles de horticultura. Teníamos también una escopeta y un galgo llamado Bonito, capaz, eso pensábamos todos, de cazar liebres en otoño.»

En la aldea perdida, hostil, el padre de la narradora, un muchacha de 18 años, comienza a «desplegar su actividad frenética». Cava el huerto, siembran tres sacos de patatas entre los tres, el padre trae a casa todo lo que encuentra por las casas vecinas ya cerradas y abandonadas: clavos, tablas viejas, hojalata, cubos, cristales de ventanas, ruecas o relojes de pesas, pucheros viejos, portezuelas, tapas de estufas, hornillos…

Los únicos habitantes de la aldea son tres ancianas: Anisia, «que estaba hecha una salvaje», según la describe la chica. Anisia sabe criar cabritillos y ya que no tiene pensión corta leña y trabaja su huerto para sobrevivir y hacer frente a un futuro desolador.»Intentaba así salvarse de morir de hambre, ése era el final que le esperaba si se quedaba de brazos cruzados, como Márfukta, que tenía ochenta y cinco años y ya no encendía la estufa de su isba, y las pocas patatas que, mal que bien, había conseguido reunir, se le habían congelado durante el invierno y ahora formaban una masa podrida y húmeda. De todos modos, a lo largo del invierno se las había arreglado para comer un poco y no quería separarse de aquellas patatas podridas , que era lo único que tenía.» Tania «la pelirroja, que era la única que tenía familia. Era enfermera y tenía hijos y nietos. Sus hijos le traían de la ciudad latas de conserva, queso, mantequilla y dulces, y ellos se llevaban «pepino en salmuera, repollos y patatas.» Pero Tania es descrita como una delincuente.

La supervivencia depende del trueque, se cambian leche y cabritos por latas de conserva y pastillas de jabón o sal. En verano, cuando las reservan se acaban, lo único que tienen son las ensaladas de diente de león y las sopas de ortigas.

«…luego afrontamos la dura rutina estival: la siega, la escarda del huerto, la apocadura de patatas, y todo esto al ritmo de Anisia… habíamos acordado con ella que nos quedaríamos la mitad de las cagarrutas de las cabras, y de ese modo, mejor o peor, pudimos abonar el terreno, pero nuestra cosecha fue pobre y escasa.»

Este paraje desangelado, triste, en mi opinión guarda una gran belleza, por lo salvaje de la vida que allí se vive. La escritora lo narra con una delicadeza y elegancia inusuales. Es un cuento que llega como pocos. El argumento es simple pero aterrador.

El padre cojo, y ellas convertidas en rudas campesinas, «con gruesos dedos, uñas bastas y gruesas, comidas por la tierra y, lo más llamativo de todo, unas callosidades en la base de las uñas, como una especie de abultamiento o excrecencias.»

Y por si la vida en sí no fuera suficiente dura ya, el destino aún les tenía otra sorpresa preparada. La pastora Verka se suicida dejando un hija pequeña que tampoco tenía padre. La abuela a cargo de la criatura bebía, así es que «al día siguiente mamá apareció con un viejo cochecito infantil donde traía a la niña, la cual, a sus tres años, ya estaba medio grillada. Mamá siempre tenía que quedar por encima de todo el mundo, y mi padre se enfadó mucho, porque la niña se hacía pis en la cama, no decía nada, se comía los mocos, no entendía una palabra y de noche se pasaba las horas llorando. Muy pronto aquellas lloreras nocturnas nos hicieron la vida imposible y mi padre se fue a vivir al bosque. No había nada que hacer, no nos quedaba más remedio que devolverle la niña a su descarriada abuela, Faína, pero en esas se presentó y, tambaleándose, empezó a pedir dinero por la niña y por el cochecito. Por toda respuesta mi madre le llevó a la pequeña Lena, lavada, peinada, descalza pero con un vestidito. De repente, Lena se arrojó al suelo, sin soltar un solo grito, como un adulto, se aovilló y se aferró a los pies de mi madre. La abuela se echó a llorar y se marchó sin la niña y sin el cochecito; parecía estar ya en las últimas.»

Después un bebé abandonado, al que llaman Encontrado, formará parte de la familia y también Anisia. Una metáfora de la vida, que nos viene a decir que las personas, unidas, afrontan los problemas mejor, aunque estas mismas personas sean el problema al principio. Los seres humanos nos necesitamos unos a otros para que en el paraje frío de la vida, podamos encender la chimenea de nuestra Isba con el calor de estar los unos con los otros.

«Anisia siguió siendo útil durante una buena temporada, pastoreaba las cabras, cuidaba de Encontrado y de Lena. Así hasta que llegaron las primeras heladas. A partir de entonces, se quedaba todo el rato pegada a la estufa, con los niños, y sólo se movía de ahí cuando no tenía más remedio que salir al exterior. El invierno había cubierto de nieve todos los caminos que llevaban hasta allí, teníamos setas, bayas secas y en confitura, patatas del huerto de mi padres, un desván completo de heno, manzanas en conserva (las manzanas procedían de huertos abandonados), y hasta un barrilete de pepinos y tomates en salmuera. En una pequeña parcela, bajo la nieve, crecía nuestro trigo invernal. Teníamos un niño y una niña para preservación del género humano; un gato que ocasionalmente traía ratones del boque; un perro, Bonito, que se negaba a comerse esos ratones, pero con el que mi padre contaba para salir pronto a cazar liebres. (…) También teníamos una abuela: un pozo de ciencia y sabiduría tradicional. En torno a nosotros sólo había extensiones heladas.»

Quiero agradecerles un año más su presencia en el blog, todas sus aportaciones y sus comentarios. Desearles a todos unas felices fiestas y un próspero año 2019.

Muchas gracias de todo corazón por seguir ahí. Un abrazo con todo mi cariño.

21Dic/18

ÉRASE UNA VEZ UNA MUJER QUE QUERÍA MATAR AL BEBÉ DE SU VECINA. LIUDMILA PETRUSHÉVSKAIA (PARTE I)

«Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina», es el sugerente título con el que Ediciones Atalanta editó un volumen de narraciones extraordinarias de la escritora, pintora y cantante rusa Liudmila Petrushévskaia (Moscú 1938), Premio Mundial de Fantasía 2010. Me fascina esta escritora rusa porque además de sorprendente es irónica y con una ternura y delicadeza a la vez difíciles de imaginar. ¡Excelente!

«Fiel a la rica tradición oral de su país, donde las mujeres tienen un talento natural para contar historias, Liudmila Petrushévskaia cautiva la imaginación con estos relatos directos, tan cercanos al espíritu místico y pesadillesco de Poe como a la sobria exactitud realista de Chejov. Cada cuento transmite el peso de la vida y, al mismo tiempo, el roce vertiginoso de lo extraño», señalan desde la editorial.

El libro está estructurado en cuatro partes y cada parte contiene diversos relatos. Relatos que les animo a leer estas Navidades, en familia, disfrutando de la fantasía de esta gran escritora.

De «Canción de los esclavos orientales», me decanto por el cuento titulado «Venganza» por lo angustioso de la narración y porque uno se da cuenta de hasta donde puede llegar tanto la envidia, los celos y la maldad, como la bondad desmedida, de «Alegorías» me gustaría recomendarles «Los nuevos Robinson», un cuento a mi parecer de una gran belleza y sensibilidad. Conmovedor y que se ha convertido en mi preferido de todo el libro. De «Réquiems» me quedo con » El dios Poseidón», por su final tan extraño como inesperado, y de la cuarta parte titulada «Cuentos de hadas» escojo a «El secreto de Marialena» porque es de una fantasía desbordante, con una mujer convertida en dos, un brujo, el hada bocadilla, espectáculos de circo y muchas sorpresas más en este delirante y fascinante cuento de hadas.

Quiero aclarar que dado la belleza del cuento «Los nuevos Robinson» y por falta de espacio, el post irá dividido en dos y en la segunda parte les hablaré de esta estupenda narración.

El cuento «Venganza» habla de dos mujeres, vecinas. Las dos han tenido una relación extraordinaria hasta que una de ellas se queda embarazada y tiene a su bebé que pasa, claro está a convivir en el apartamento que comparten. El final es extraordinario e inesperado, por este motivo les invito a que abran este maravilloso libro y disfruten de los extraordinarios cuentos de esta autora rusa, una de las grandes de su país y de su generación. Como no les puedo desvelar el final ni de este cuento ni de ninguno de los cuatro que he seleccionado, les dejaré con algunos fragmentos de ellos.

Venganza

«Había una mujer que odiaba a su vecina, una madre que vivía sola con un bebé. A medida que la criatura iba creciendo y aprendía a gatear, a la mujer le daba por dejar en el suelo, como por descuido, tanto un cazo de agua hirviendo como una lata con una disolución de sosa caústica; cuando no tiraba una caja de agujas en medio del pasillo. La pobre madre no sospechaba nada, porque su pequeña apenas caminaba aún y, como era invierno, no la sacaba a gatear por el pasillo. Pero no tardaría en llegar el momento en que el bebé pudiera salir de su cuarto y moverse a sus anchas por allí. La madre avisaba a su vecina de que había un recipiente en medio del pasillo, o le comentaba: «Ráiechka, se le han vuelto a caer las agujas», ante lo cual ella fingía reparar en ello y se lamentaba del descuido. En otros tiempo habían sido amigas. Normal: aquellas dos mujeres solas en un apartamento con dos habitaciones tenían mucho en común, e incluso compartían amistades que venían a verlas a ambas y se hacían regalos en sus respectivos cumpleaños. Además, no tenían secretos la una para la otra. Hasta que Zina se quedó embarazada y Raia descubrió que la odiaba a muerte. Era el suyo un odio enfermizo; empezó a llegar tarde a casa y no lograba conciliar el sueño por las noches. Continuamente creía oír una voz de hombre que le llegaba de la habitación de su vecina; le parecía que estaban hablando y haciendo ruido, cuando lo cierto es que Zina siempre estaba sola. A ésta le ocurría todo lo contrario: se sentía más unida a Raia que nunca, y llegó a decirle en una ocasión que era una inmensa suerte tener una vecina como ella, prácticamente una hermana mayor que nunca la dejaría en la estacada. Y, efectivamente Raia ayudó a Zina a coser el ajuar del bebé y, llegado el momento, la acompañó a la maternidad, si bien es verdad que luego no pudo ir a recogerla tras el parto, de modo que Zina se vio obligada a quedarse un día más en la clínica, sin la ropita para la recién nacida, y al final tuvo que llevársela a casa envuelta en una manta toda rota del hospital, con la promesa de devolverla. Raia alegó que había estado enferma, y esa misma excusa le dio en los días siguientes, en los que no bajó ni una sola vez a la tienda a hacerle la compra a Zina ni la ayudó a bañar a la niña, sino que se quedó todo el tiempo en casa, con unas compresas en los hombros. Al bebé no quería ni mirarlo, y eso que Zina no paraba de llevarlo al baño o a la cocina, o lo sacaba a dar un paseo; y además tenía la puerta de su cuarto siempre abierta, como invitándola a pasar. (…)

Mientras la niña fue muy pequeña, Zina pudo ir sola a llevar los trabajos y a cobrar, dejando a la cría dormida, pero cuando su hija creció un poco y empezó a dormir menor horas, se presentaron los problemas. Zina no tenía más remedio que llevársela consigo. Raia seguía quejándose de las articulaciones de los hombros y estuvo una temporada de baja, pero Zina no se atrevía a pedirle que se quedara con su pequeña. A todo esto, Raia estaba empezando a planear el asesinato de la niña.»

El dios Poseidón

En este cuento, de nuevo, volvemos a encontrarnos con dos amigas, y con algo de envidia, por cierto, también. Nina ha dejado atrás una vida miserable y ahora vive con todas las comodidades y lujo que uno pudiera desear. No es envidia exactamente lo que siente su otra amiga, pero hay algo que no comprende. Sólo lo sabrán si abren el libro y leen el cuento. Les dejo el principio.

«Estando una vez de vacaciones en la costa, me encontré casualmente con mi amiga Nina, que era madre, y no precisamente joven, de un adolescente. Nina me invitó a su casa, y lo que vi allí me pareció bastante insólito. La entrada, sin ir más lejos, tenía un techo abovedado y una escalinata de mármol. Y luego estaba el propio piso, enmoquetado de felpa gris, donde predominaban las maderas oscuras y las tapicerías en tono bermellón. Tenía el aspecto deslumbrante de uno de esos reportajes fotográficos de la revista L art de la décoration; el cuarto de baño, en particular, era impresionante, con el suelo también enmoquetado de gris, espejos y un lavabo de porcelana azul celeste; ¡era como un sueño! Me costaba creer lo que veía. Después, Nina, con su sempiterno aire de sufrimiento y resignación, me condujo al dormitorio, con sus tres puertas abiertas de par en par: era un poco sombrío, pero aun así muy elegante, y había en él un número sorprendente de camas deshechas. «¿Te has casado?», le pregunté; pero ella se limitó a salir por una de las puertas con cara de preocupación, como un ama de casa atareada, aunque procurando no tocar nada. (…) ¿De dónde le habrían llovido todas esas riquezas a la pobre Nina, que nunca había podido permitirse siquiera llevar ropa interior decente, y que tenía, por todo tener, tres vestidos, a cual más viejo y un abrigo que no se cambiaba en todo el invierno?» (…) Muy bien, se habría casado, pero resultaba que Nina, además, había cambiado su pequeño apartamento de Moscú, en cuya habitación había malvivido hasta entonces con su hijo, por ese piso, y encima con todos los muebles incluidos ¡y hasta la ropa de cama!»

El secreto de Marilena

De nuevo dos mujeres, perdón o una, ¿una o dos? Aquí está la magia del cuento, del que les dejaré con la miel en los labios ya que sólo les transcribiré el mágico inicio.

«Había una mujer tan gorda que no cabía en los taxis y en el metro ocupaba todo el ancho de las escaleras mecánicas.

Necesitaba tres sillas para sentarse, dormía en dos camas y trabajaba en el circo como levantadoras de pesas.

Era una mujer muy desgraciada, y eso que hay muchas personas gordas que viven felices. Se distinguen por su carácter afable y su buen corazón, y a la gente le suelen caer bien los gordos.

Pero nuestra gorda Marilena guardaba un secreto: tan sólo de noche, cuando llegaba a su habitación en el hotel (el circo, ya se sabe, siempre está de gira), conde tenía tres sillas y dos camas a su disposición, podía ser ella misma, es decir, se convertía en dos muchachas de aspecto normal, muy guapas, que inmediatamente se ponían a bailar.

El secreto de la gorda Marilena obedecía a que, tiempo atrás, se había dedicado a bailar en los escenarios como dos bailarinas gemelas: una de ellas era rubia, de cabellos dorados, y la otra con rizos negros como la pez. Esa diferencia las hacía más interesantes, y evitaba que sus respectivos admiradores se hicieran un lío a la hora de mandarles flores.

Y, como es natural, un brujo se enamoró de la rubia, e inmediatamente, se propuso transformar a la otra hermana, la morena, en una tetera eléctrica, de esas que pitan. Así que los recién casados podrían llevarla consigo a todas partes y sus pitidos les recordarían que aquella hermana, nada más ver al brujo, había tratado de impedir que la otra entablara relaciones con él.»

14Nov/18

FRANCISCA AGUIRRE. TESTIGO DE EXCEPCIÓN

«Recuerdo que una vez, cuando era niña,

me pareció que el mundo era un desierto.

Los pájaros nos habían abandonado para siempre:

las estrellas no tenían sentido,

y el mar no estaba ya en su sitio,

como si todo hubiera sido un sueño equivocado»

Hace tiempo

 

 

Una gran noticia, la gran Paca Aguirre (Alicante, 1930) ha sido galardonada con el Premio Nacional de las Letras Españolas y yo digo, ya era hora. Es la sexta mujer en obtener este galardón después de Rosa Chacel, Carmen Riera, Carmen Martín Gaite, Ana Maria Matute y Rosa Montero, y yo me pregunto el porqué, el porqué de tan pocas mujeres. Ha declarado que es una alegría recibirlo y más en tiempos como éstos, en estos tiempos de mujeres. Pues tiene razón. En el diario ABC leo las siguientes declaraciones de la poetisa: «Este mundo no está bien organizado porque a muchas mujeres que piensan muy bien no les dejan pensar». Pide equiparación y libertad para ellas.Ya está dicho todo o por lo menos mucho dicho. Asegura tener dos temas en su vida importantes, Antonio Machado y las mujeres.

Poeta de la generación del 50, obtiene el premio casi medio siglo después de su obra «Itaca». Lo escribió cuando contaba con 42 años y fue su primer poemario. Consiguió con él el premio de poesía Leopoldo Panero.Otras obras imprescindibles de ella son «Espejo y espejito» y «Que planche Rosa Luxemburgo». ambos libros en prosa.

Me fascina la poesía de Francisca Aguirre. Abran sus obras, les llegará dentro por su belleza y sencillez. Aquí les dejo algunos de mis poemas favoritos de la gran escritora valenciana.

Antes de mostrárselos les quiero dar un bienvenidos con todo mi cariño de nuevo y disculpas a todos los seguidores de Un libro abierto después de tanto tiempo de ausencia en mi blog. Ausencia que se ha producido por la dedicación exclusiva que me ha supuesto un proyecto. Este quizás nunca vea la luz pero con él  he aprendido mucho, he disfrutado  y he sido muy feliz. Mi única espinita clavada era el dolor que me producía tener mi blog, «desatendido». Ya estoy aquí de nuevo. Si alguna vez esa aventura me da aún más alegrías de las que ya me ha dado, lo comentaré aquí, en mi blog, por supuesto. Gracias por la paciencia, por seguir ahí y por seguir recibiendo vuestros comentarios.

Pero vamos ya con los bellos poemas de Aguirre. Preciosa forma de comenzar, de nuevo, con el blog.

Testigo de excepción

Un mar, un mar es lo que necesito.

Un mar y no otra cosa, no otra cosa.

Lo demás es pequeño, insuficiente, pobre.

Un mar, un mar es lo que necesito.

No una montaña, un río, un cielo.

No. Nada, nada,

únicamente un mar.

Tampoco quiero flores, manos,

ni un corazón que me consuele.

No quiero un corazón

a cambio de otro corazón.

No quiero que me hablen de amor

a cambio del amor.

Yo sólo quiero un mara:

yo sólo necesito un mar.

Un agua de distancia,

un agua que no escape,

un agua misericordiosa

en que lavar mi corazón

y dejarlo a su orilla

para que sea empujado por las olas,

lamido por su lengua de sal

que cicatriza heridas.

(…)

Última nieve

Una hermosa mentira te acompaña,

pero no llega a acariciarte.

Sólo sabes de ella lo que dicen,

lo que te explican los libros enigmáticos

que narran una historia fabulosa

con las palabras llenas de significación,

llenas de claridad y peso exactos,

y que tú no comprendes sin embargo.

Pero tu fe te salva, te mantiene.

Una hermosa mentira te vigila,

aunque no puede verte, y tú lo sabes.

Lo sabes de esa forma inexplicable

en que sabemos lo que más nos hiere.

(…)

Una hermosa mentira te acompaña;

a infinitos millones de años luz,

intacta y compasiva, se extiende la nevada.

25Dic/17

PIO BAROJA. CUENTOS

Es Pío Baroja un escritor que, aún teniendo yo con sus ideas profundas diferencias de fondo sobre la vida, digámoslo así, me atrae enormemente. Empecé como casi todos los jóvenes de mi edad con las lecturas que, por entonces, se exigían en los institutos sobre su obra «Las inquietudes de Shanti Andía», «El árbol de la ciencia» o «Zalacaín el aventurero». Recuerdo que me gustó mucho el primero, sobre todo porque reflejaba el ambiente de los pueblos pesqueros vascos como Lekeitio. Se cree ver la inspiración de Lekeitio en el imaginario «Lúzaro» de esa novela.También me abrumaron los conocimientos que sobre la vida marinera tenía en general Baroja. Pero como muchas veces he señalado al hablar de otros autores, creo que la mejor manera de acercarnos a ellos, a su obra, muy vasta en este caso, es, si los hubiera, por sus narraciones breves, por sus cuentos, porque casi siempre son éstos la semilla de las novelas posteriores, como es el caso de algunas narraciones breves de Baroja. En los cuentos quedan reflejadas, de manera excepcional y a mi parecer, la sensibilidad lírica barojiana y la capacidad que éste tenía para crear personajes tan diversos.

Su primer libro, precisamente, fue «Vidas sombrías» (1900), donde recopiló cuentos inéditos o algunos que habían aparecido en diversas revistas, escritos entre 1892 y 1896 durante el tiempo que vivió en Valencia, Cestona y Madrid, pues tuvieron los Baroja una vida con muchos cambios de domicilio, cosa que enriquecería su obra enormemente y de donde, seguramente, nacieron muchos de sus personajes. Los diferentes oficios que ejerció Baroja, como médico rural o industrial madrileño así como sus servicios en una tahona, y su época de estudiante contienen los elementos esenciales de su mundo ficticio. Sin olvidar sus lecturas tanto las filosóficas (Schopenhauer, Nietzsche), como las literarias (Poe, Dostoievski) que como se suele decir, cuentan y mucho.

Entre sus cuentos de ambiente vasco, esos que debió de escribir en sus comienzos, cuando fue médico en Cestona, me parece delicadísimo «Mari Belcha» del que les hablaré aquí por ser uno de mis preferidos. Es de una belleza insultante, precioso, conmovedor y misterioso. En general, de Baroja me encanta cómo describe cualquier personaje con el mínimo de tinta. Parece que lo captamos íntegramente a la primera con sólo cuatro trazos (¡y pensar que ha llegado a ser un tópico lo de que no dominaba el lenguaje…!), aunque a veces me parece desigual la calidad de sus novelas.

Este cuento está recogido en una antología titulada «Cuentos» de la editorial Alianza Editorial.

Mari Belcha

«Cuando te quedas sola a la puerta del negro caserío con tu hermanillo en brazos ¿en qué piensas, Mari Belcha, al mirar los montes lejanos y el cielo pálido?

Te llaman Mari Belcha, María la Negra, porque naciste el día de los Reyes, no por otra cosa; te llaman Mari Belcha, y eres blanca, como los corderillos cuando salen del lavadero, y rubia como las mieses doradas del estío…

Cuando voy por delante de tu casa, en mi caballo, te escondes al verme, te ocultas de mí, del médico viejo que fue el primero en recibirte en sus brazos aquella mañana fría en que naciste.

¡Si supieras cómo la recuerdo! Esperábamos en la cocina, al lado de la lumbre. Tu abuela, con lágrimas en los ojos, calentaba las ropas que habías de vestir y miraba el fuego, pensativa; tus tíos, los de Aristondo, hablaban del tiempo y de las cosechas; y yo iba a ver a tu madre a cada paso a la alcoba, una alcoba pequeña, de cuyo techo colgaban, trenzadas, las mazorcas de maíz, y mientras tu madre gemía y el buenazo de José Ramón, tu padre, la cuidaba, yo veía por las ventanas el monte lleno de nieve y las bandadas de tordos que cruzaban el aire.

Por fin, tras de hacernos esperar a todos, viniste al mundo, llorando desesperadamente. ¿Por qué llorarán los hombres cuando nacen? ¿Será que la nada, de donde llegan es más dulce que la vida que se les presenta?

Como te decía, te presentaste chillando rabiosamente, y los Reyes, advertidos de tu llegada pusieron una moneda, un duro, en la gorrita que había de cubrir tu cabeza. Quizá era el mismo que me habían dado por asistir a tu madre…

¡Y ahora te escondes cuando paso, cuando paso con mi viejo caballo! ¡Ah! Pero yo también te miro ocultándome entre los árboles; y ¿sabes por qué?… Si te lo dijera, te reirías…, Yo, el medicuzarra, que podría ser tu abuelo; sí, es verdad. Si te lo dijera, te reirías.

¡Me pareces tan hermosa! Dicen que tu cara está morena por el sol, que tu pecho no tiene relieve; quizá sea cierto; pero, en cambio, tus ojos tienen la serenidad de las auroras tranquilas del otoño, y tus labios, el color de las amapolas de los amarillos trigales.

Luego, eres buena y cariñosa. Hace unos días, el martes, que hubo feria, ¿te acuerdas?  Tus padres habían bajado al pueblo, y tú paseabas por la heredad con tu hermanillo en brazos.

El chico tenía mal humor, tú querías distraerle, y le enseñabas las vacas, la Gorriya y la Beltza que pastaban la hierba, resoplando con alegría, (…)

Tú le decías al condenado del chico:

-Mira a la Gorriya…, a esa tonta…, con esos cuernos; pregúntale tú, maitía: ¿por qué cierras los ojos, esos ojos tan grandes y tan tontos?…

No muevas la cola.

Y la Gorriya se acercaba a ti y te miraba con su mirada triste de rumiante, y tendía la cabeza, para que acariciaras su rizada testuz.

Luego te acercabas a la otra vaca, y, señalándola con el dedo decías:

-Esta es la Beltza… ¡Hum!…¡Qué negra!… ¡Qué mala!… A ésta no la queremos. A la Gorriya, sí.

Y el chico repitió contigo:

-A la Gorriya, sí.

Pero luego se acordó de que tenía mal humor, y empezó a llorar.

Y yo también empecé a llorar no sé por qué. Verdad es que los viejos tenemos dentro del pecho corazón de niño.

Y para acallar a tu hermano, recurriste al perrillo alborotador; a las gallinas que picoteaban en el suelo, precedidas del coquetón del gallo; a los estúpidos cerdos que corrían de un lado a otro.

Cuando el niño callaba, te quedabas pensativa. Tus ojos miraban los montes azulados de la lejanía, pero sin verlos; miraban las nubes blancas, que cruzaban el cielo pálido, las hojas secas que cubrían el monte, las ramas descarnadas de los árboles y, sin embargo, no veían nada.

Veían algo; pero en el interior del alma, en esas regiones misteriosas donde brotan los amores y los sueños…

Hoy, al pasar, te he visto aún más preocupada. Sentada sobre un tronco de árbol, en actitud de abandono, mascabas, nerviosa, una hoja de menta.

Dime, Mari Belcha, ¿en qué piensas al mirar los montes lejanos y el cielo pálido?»

09Nov/17

W. SOMERSET MAUGHAM. EL IMPULSO CREATIVO Y OTROS CUENTOS

Ediciones Atalanta ha vuelto a darnos una gran alegría con la publicación del libro «El impulso creativo y otros cuentos», dentro de su colección Ars brevis, donde, nuevamente, se recogen narraciones del extraordinario escritor W. Sommerset Maugham (París 1874, Niza 1965). «Lluvia y otros cuentos» fue el primer volumen que editaron, y con éste último volvemos a disfrutar del escritor británico. Les invito a que abran el volumen porque en él se van a encontrar con doce relatos únicos, pequeñas obras literarias magníficas de un escritor con una vida muy interesante, marcada por la muerte de sus padres a muy temprana edad y por ciertos complejos estéticos que hicieron de él un hombre tosco y huraño, y a la vez a uno de los dramaturgos y novelistas más reputados del Reino Unido a principios del siglo XX.

Como siempre apunto, es aquí imposible hablar de todos ellos, pero como ya viene siendo habitual haré mi propia selección. Me ha llamado mucho la atención que la mitad de los personajes de estos relatos sean mujeres. ¡Y qué mujeres! Tenemos a La Falterona en el relato «La voz de la tórtola», a una actriz retirada y frustrada en «Pecios», a una mujer que encarna el egoísmo puro en «Louise», una joven modelo tan encantadora como mentirosa en «Apariencia y realidad» y también a una escritora que sabe realmente lo que quiere «El sentido social» y otra autora abandonada en «El impulso creativo». Por supuesto que los doce relatos me han encantado pero el cuento que más me ha gustado se titula «Pecios» y de ese les quiero hablar. Es un cuento muy recomendable para que las mujeres lo lean, ya que trata de un problema atemporal.

Norman Grange es un plantador de caucho amargado, siniestro y arruinado al que los acreedores le persiguen quitándole todo lo que gana. Vive junto a su esposa en una finca, ya hipotecada, en Borneo. Grange se ha nacido allí pero su esposa es una actriz que no gozó de fortuna en su carrera y decidió casarse con Grange. Lo que creía que la salvaría de una vida ruin y desdichada, se convirtió en una gran pesadilla para ella. Un matrimonio de dónde no podrá salir nunca, que la ha desquiciado física y psicológicamente. El autor nos va introduciendo en este relato angustioso, en un paraje decadente y asfixiante, donde es muy sencillo sentirnos cerca de la protagonista. Un suceso inesperado, la visita del señor Skelton, cambiará por unos pocos días la monótona y frustrada vida de la señora Grange. En ese momento y como ella misma explica llevaba dos años «sin hablar con un hombre blanco».

Ella le explica a su invitado la razón por la cual se casó:

«Yo estaba desesperada, no me importa decírselo, y fue entonces cuando Norman me hizo su proposición. Lo curioso es que apenas le conocía. Me llevó a dar una vuelta alrededor de la isla, tomamos el té dos o tres veces en el Europe y bailamos. Los hombres no suelen hacer algo por ti sin querer nada a cambio, y pensé que esperaría un poco de diversión, pero yo tenía mucha experiencia y me dije que debería ser muy listo para convencerme. Cuando me pidió que me casara con él, bueno, me sorprendió tanto que apenas podía dar crédito a mis oídos. Me dijo que tenía una finca en Borneo, que sólo había que tener un poco de paciencia y ganaría una fortuna. Estaba a orillas de un hermoso río, rodeado por la jungla. Hizo que pareciera un lugar muy romántico. Yo me estaba haciendo mayor, ¿sabe?, tenía treinta años, cada vez me sería más difícil encontrar trabajo, y me tentaba tener una casa propia y todo eso, no depender nunca más de los agentes, dejar de pasarme las noches en blanco pensando en cómo pagaría el alquiler de la semana siguiente. En aquel entonces él era bastante apuesto, moreno, corpulento y viril…»

Vesta Blaise, nombre artístico de la protagonista, vive en el pasado, en su pasado de actriz mediocre. Sus fotografías y recortes de periódicos la transportan a esa vida ahora añorada de la que tuvo que salir.

«¿Sabe que edad tengo? Cuarenta y seis. Aparento sesenta, lo sé. Por eso le he enseñado estas fotos, para que pudiera ver que no siempre he sido así. ¡Ah, Dios mío, cómo he desperdiciado mi vida! Hablan del romanticismo de Oriente. Que se lo queden. Preferiría ser ayudante de camerino en un teatro provinciano, preferiría ser una de sus limpiadoras, antes que lo que soy ahora. Hasta que vine aquí, jamás en mi vida había estado sola, siempre había convivido con mucha gente. No sabe usted lo que es no tener a nadie con quien hablar desde un fin de año a otro, verte obligada a reprimirlo todo. ¿Le gustaría no ver a nadie, una semana tras otra, un día tras otro, durante dieciséis años, excepto al hombre al que más odia en el mundo? ¿Le gustaría vivir durante dieciséis años con un hombre que te odia tanto que no soporta mirarte?»

La señora Grange fue por un pequeño periodo feliz y así se lo hace saber al joven Skelton:

«Pero entonces todo le encantaba. La vida junto al río y la jungla, la vegetación compacta, las aves con sus plumajes de colores vivos y las brillantes mariposas. (…) No amaba a Norman, pero le gustaba; y era muy agradable estar casada, como lo era no tener nada que hacer de la mañana a la noche, excepto escuchar el gramófono o jugar al solitario y leer novelas. También era agradable pensar que no tenía que preocuparse por su futuro. Desde luego, a veces notaba la soledad, pero Norman le decía que ya se acostumbraría, y le había prometido que al cabo de un año o dos como mucho irían a pasar tres meses en Inglaterra. Sería muy divertido y podría presumir de su marido entre sus amigos. Tenía la sensación de que lo que había impresionado a Norman era el atractivo del escenario, y ella le había hecho creer que su éxito había sido muy superior al real. Quería que él comprendiera que había hecho un sacrificio al abandonar su carrera para convertirse en la esposa de un plantador.»

Pero Norman nunca cumplió la promesa de ir a Inglaterra. ¿Qué les hacía continuar juntos? ¿Qué es lo que verdaderamente ocurría entre ellos? No les puedo desvelar más. Para eso tienen que sumergirse en el libro, en este relato fascinante, que por supuesto encierra mucho más que todo lo que les acabo de contar. Hay otro hombre en la vida de la señora Grange, hubo otro hombre en su vida, Jack Carr. Esta es la única pista que les daré.

«Se llamaba Jack Carr y era un hombre totalmente distinto a Norman: para empezar, era un caballero, había ido a una escuela privada y a la universidad; tenía unos treinta y cinco años, era alto, no robusto como Norman sino delgado, con la clase de figura que hace que un hombre resulte encantador vestido de etiqueta, de cabello crespo y ojos risueños. Precisamente su tipo. A ella le gustó enseguida. Era muy grato tener a alguien con quien poder hablar de Londres y del teatro, un hombre alegre y de trato fácil. Contaba la clase de chistes que uno podía entender. En una o dos semanas se sentía más a gusto con él que con su marido al cabo de dos años de vida en común. Siempre había habido algo en Norman que se le escapaba.»

Ediciones Atalanta describe los cuentos de Somerset Maugham diciendo que en ellos se encuentran «las finas dotes de observación psicológica por las que lo ensalzó la crítica, un estilo limpio y mordaz como lúcido cronista tanto de la vida mundana como de la esfera literaria, y una sobresaliente capacidad para sintetizar los dilemas a los que se enfrentan sus personajes.»

«En El impulso creativo y otros cuentos, se recopilan doce relatos en los que Maugham explora la complejidad de la condición humana: la pugna entre lo que uno es y lo que desea ser, la sutil línea que separa la realidad del sueño, pero sobre todo el embaucador poder de las apariencias y los oscuros impulsos que esconden las acciones del ser humano», continúan explicando.

Aprovecho hoy, en el octavo aniversario de este blog que realizo con tanta ilusión y que me proporciona tantas alegrías, para daros las gracias a todos los que me seguís, los que paseáis por aquí en algunas ocasiones y los que muy amablemente me dejáis vuestros comentarios. Es un honor para mi que me acompañéis en este proyecto. Muchísimas gracias a todos de corazón.

 

 

03Nov/17

DON JUAN TENORIO. JOSÉ ZORRILLA

La víspera de Todos los Santos o días posteriores, es tradición representar la gran obra de José Zorrilla (Valladolid 1817, Madrid 1893) «Don Juan Tenorio», escrita en 1844. Es una obra que siempre me fascinó. El lenguaje que se emplea, la maestría de la prosa y el verso y la rapidez con la que una obra así  fue escrita, es algo que no deja de impresionarme. El escritor castellano la compuso en tan sólo tres semanas cuando tenía 27 años. Les invito a que abran esta obra que les fascinará si es que aún no la conocen. Aquí les dejo un fragmento, exactamente la carta que el seductor Don Juan, le entrega a Brígida, la alcahueta que se encarga de vigilar a la novicia Doña Inés, para que la joven llegue a leerla y así poder conquistarla para ganar la apuesta ante su gran rival de escándalos y amoríos, Don Luis Mejía. Me parece una carta muy bella. También me fascina el fragmento donde los dos conquistadores se citan en la Hosteria del Laurel de Buttarelli y comienzan a desgranar sus aventuras y sus conquistas.

La acción de la obra transcurre en  Sevilla en 1545, en los últimos años del reinado de Carlos I de España. Es un drama religioso y fantástico estructurado en dos partes. Constituye, junto con «El burlador de Sevilla y convidado de piedra» (1630), atribuida a Tirso de Molina y de la que este Tenorio de Zorrilla es deudora, una de las dos principales manifestaciones literarias en lengua española del mito de Don Juan.

El amor fue una pieza clave en la obra de Zorrilla. Él mismo llevó una vida aventurera y llena de amores.

Doña Inés del alma mía.
Luz de donde el sol la toma,
hermosísima paloma
privada de libertad,
si os dignáis por estas letras
pasar vuestros lindos ojos,
no los tornéis con enojos
sin concluir, acabad.
Nuestros padres de consuno
nuestras bodas acordaron,
porque los cielos juntaron
los destinos de los dos.
Y halagado desde entonces
con tan risueña esperanza,
mi alma, doña Inés, no alcanza
otro porvenir que vos.
De amor con ella en mi pecho
brotó una chispa ligera,
que han convertido en hoguera
tiempo y afición tenaz:
y esta llama que en mí mismo
se alimenta inextinguible,
cada día más terrible
va creciendo y más voraz.
En vano a apagarla
concurren tiempo y ausencia,
que doblando su violencia,
no hoguera ya, volcán es.
Y yo, que en medio del cráter
desamparado batallo,
suspendido en él me hallo
entre mi tumba y mi Inés.
Inés, alma de mi alma,
perpetuo imán de mi vida,
perla sin concha escondida
entre las algas del mar;
garza que nunca del nido
tender osaste el vuelo,
el diáfano azul del cielo
para aprender a cruzar:
si es que a través de esos muros
el mundo apenada miras,
y por el mundo suspiras
de libertad con afán,
acuérdate que al pie mismo
de esos muros que te guardan,
para salvarte te aguardan
los brazos de tu don Juan.
¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo!
que me estoy viendo morir?
Acuérdate de quien llora
al pie de tu celosía
y allí le sorprende el día
y le halla la noche allí;
acuérdate de quien vive
sólo por ti, ¡vida mía!
y que a tus pies volaría
si le llamaras a ti.
Adiós, ¡oh luz de mis ojos!
Adiós, Inés de mi alma:
medita, por Dios, en calma
las palabras que aquí van:
y si odias esa clausura,
que ser tu sepulcro debe,
manda, que a todo se atreve
por tu hermosura… don Juan.

En el año 1966 Televisión Española dentro del programa «Estudio 1» acercó a todos los espectadores una excelente versión, insuperable me atrevería a decir, de la obra bajo la dirección del genial director ya fallecido Gustavo Pérez Puig. Paco Rabal glorioso en su papel de Don Juan, demostrando ser un fuera de serie en esos primeros planos que sólo él podía aguantar, con esa mirada seductora digna del mejor Tenorio. Concha Velasco, apuntando ya la gran actriz dramática que siempre fue en su papel de Doña Inés, dotando a su personaje de una sencillez y una cercanía extraordinaria. Velasco está gloriosa en esta interpretación. Y no quiero olvidarme de Tota Alba en el papel de Brígida, no hay palabras para describir esta puesta en escena, magnífica, increíble. Sus gestos, sus miradas,… grandísima Tota Alba en este papel secundario que ella lleva hasta lo más alto. Así como Juanjo Menéndez, en el papel de Ciutti, con qué delicadeza dota al criado de gracia y parsimonia, haciendo de él un tontorrón que se quiere desde el primer momento que entra en escena. Y, por supuesto, un Fernando Guillén Cuervo, dando a Don Luis Mejía esa contención de gran caballero para que Don Juan brille aún más. Elegante su interpretación, sin duda.